Uno

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El molesto sonido del despertador se hacía presente una mañana más y un fuerte golpe a este para callarlo también.

La chica lo ignoro por completo y volvió a recostarse sin preocupación, pero apenas habían pasado cinco minutos cuando alguien abrió la puerta de su habitación.

—Cariño... Es hora de levantarse. —dijo su madre.

—Mamá... Cinco minutos, por favor. -pidió la somnolienta chica.

—Vamos Camila, ya es viernes. —trato de animar la mujer a su hija.

A regañadientes, Camila se levantó de su cama y se dirigió al baño para ducharse e ir a la escuela. Tomando la camiseta del instituto con unos jeans de mezclilla junto a sus típicos converse, se vistió y pronto se dirigió a su tocador, en donde arregló un poco su pelo para después poner en sus labios un poco de protector labial, pues sus labios tendían a estar secos casi siempre.

Salió de su habitación con su mochila al hombro y con cuidado bajo las escaleras para después toparse en el comedor con su familia, la cual era conformada tan solo por su padre, su madre, su abuela y su pequeña hermanita que aún venía en camino.

—¡Buenos días familia! —saludó Camila a los presentes, besando la mejilla de cada uno y tomando asiento en la mesa para tomar el desayuno.

Y después de haber comido un poco de aquellos panqueques que había echo su madre, tomó su skate y poniéndose el casco, se dirigió hacia el instituto. El clima no era frío pero tampoco era tan cálido, solo era neutro y aceptable. Tan solo faltaban unas cuadras para llegar al instituto, su amigo Shawn se le unió también montado en su skate.

—¡Hey Mila! ¿Lista para la prueba de biología? —dijo Shawn sonriente.

—Creo que no podría abrir otra rana, lo siento. —dijo Camila riendo.

—Oye, después de lo que pasó anteayer... ¿Cómo sigues? Quiero decir... —preguntó Shawn cuando estaban llegando a la entrada principal de la escuela.

—Pues... —Camila no pudo hablar por qué la campana sonó, anunciando la primera clase.

Ambos tomaron sus skates y se miraron, comenzaron a correr velozmente y en el camino se quitaron los cascos. Aunque por suerte, pudieron entrar a clases.

Y el día pasó entre clases, pláticas, tomar el almuerzo con Shawn aunque le había hecho falta la presencia de Dinah en el mismo, rebanar ranas en biología y tratar de aprender las ecuaciones que el profesor Coleman enseñaba. El día iba bien, hasta que a la hora de salida cuando se subió a su skate y habían pasado un par de cuadras, una rueda se averió, tirándola al piso.

Camila de inmediato se levantó y tomó la rueda, analizando un poco el problema. Tendría que arreglarlo en casa, mientras tanto no tenía otra opción para llegar a casa más que solo una: el metro. Camila odiaba el transporte público, no le agradaba para nada.

Comenzó a caminar hasta la entrada del metro y bajo las escaleras hasta llegar al subterráneo. Compro un ticket y espero a que llegase el transporte. Se sentó en unas bancas de por ahí y miraba hacia todos lados: a la izquierda estaba un niño no muy grande tocando un poco de canciones con un pequeño saxofón, a la derecha había un cúmulo de gente y entonces, dirigió su mirada frente a ella.

Ahí estaba.

Una linda chica con piel tan blanca como la nieve, vestida con unos jeans azul cielo, una blusa de gasa blanca y un beanie gris sobre su pelo suelto. En sus manos había un libro y sobre sus ojos unas gafas, se miraba tan concentrada por qué al parecer estaba leyendo un libro.

Camila solo la miraba embobada y recordó lo que alguna vez le había dicho su mejor amigo Shawn:

—Si miras a una chica linda... ¡Acércate, tonta! Podría abofetearte o besarte, ¡La vida es un riesgo!

"Grandes consejos, Shawn" pensó Camila.

La morena tomó aire y con su skate en el brazo se comenzó a acercar a ella. Entre más se acercaba más podía notar lo linda que era, entre más se acercaba podría notar el título de su libro y entre más se acercaba... Menos miraba por donde iba.

Camila cayó estrepitosamente al piso, ganándose la atención de algunos, incluida la de la linda chica.

—¿Te encuentras bien? —pregunto la chica mientras ayudaba a Camila a ponerse de pie.

—S-sí... Y-yo solo... Ya sabes... —dijo Camila finalmente de pie, sacudiéndose la camiseta un poco.

—Entiendo... —dijo la ojiverde mirando a la morena con una sonrisa.

—Gracias... Hmmmm... —Camila rascó su cabeza.

—Lauren, me llamo Lauren. —dijo la chica de manera tímida.

Se quedaron ahí paradas, mirándose tímidamente y aunque la gente ahí era incontable, en ese momento solo eran ellas dos.

El metro llegó, anunciando una ruta que no era la de Camila.

—Y-yo... Me tengo que ir... —dijo Lauren.

—Oh... Esta bien. Oye... Gracias. —agradeció Camila por décima octava vez.

—De nada, supongo... —dijo la ojiverde dándose vuelta y dirigiéndose hasta el metro.

Camila la miró alejarse mientras se mordía el labio y entonces no lo pensó demasiado.

—¡Lauren! —gritó Camila y la ojiverde ya dentro del metro volteó a verla.

—¡Te veo después! —gritó la morena.

Y así, las puertas se cerraron y el metro comenzó su viaje.

Ojos de RegaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora