Capítulo 15

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Sábado por la noche y el trío dinámico se encaminó por barrio Alberdi hacia "Margarita Disco". Pasó bastante tiempo desde la última vez que salieron juntos a reventar-la-noche. Juan lucía una remera negra con escote en v y unos jeans chupines color blanco. Julián vestía una camisa blanca a rayas con unos vaqueros azules y zapatillas de vestir. Tyler era el que más llamaba la atención, era el más canchero de todos, formal e informal al mismo tiempo. Este lucía una remera borgoña pegada al cuerpo con una camisa negra abierta por encima, también tenía unos jeans gastados muy facheros a juego con sus mocasines negros.

El lugar estaba a rebalsar de personas, por lo que prácticamente iban serpenteando entre ellas para llegar a la barra. La música estaba a tope. Margarita era un pub grande y bailable. Había noches que iban artistas cuarteteros como "Damián Córdoba", "El loco Amato", "Jean Carlos", entre otros; y otras noches solo pasaban música. Las personas se divertían, bailaban, tomaban algo entre amigos, sentados en las mesas disponibles, frente a la barra o donde estuvieran parados. Los jóvenes con mucha suerte encontraron un lugar frente a la barra. Juan pidió cerveza al igual que Julián, pero Tyler optó por tomar Fernet con Coca-Cola.

―Esto está al palo ―gritó Julián―. Muy buena noche.

―Hay que brindar ―dijo Juan levantando su jarra plástica.

¿Brindar? Tyler decidió ir porque sus amigos le insistieron. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Ya no se sentía cómodo en esos lugares. Tomar alcohol le aumentaba el deseo de fumar y podría pasarse 20 cigarrillos en un par de horas. Además, conocía muy bien a sus amigos. Con dos vasos más encima serían como dos monos en celo, hablando pavadas y buscando ligar esa noche. Él antes era igual, pero eso ya había cambiado porque lo había decidido así. Esas actitudes que tenía lo llevaron a cometer muchos errores. Algunos que ya no podía remediar, aunque lo intentara. Sin embargo, para no parecer amargado, marcó una sonrisa en sus labios y levantó su jarra de Fernet que estaba casi llena y brindaron por su amistad y por esa salida que se debían hace tiempo.

El deseo de fumar un cigarrillo tras otro lo perturbaba, pero se contuvo. Era un vicio que quería sacarse, pero aún le costaba. Prendió el tercer cigarrillo de la noche y siguió tomando de a pequeños sorbos su bebida, la misma que pidió al entrar, y se apoyó en la barra a mirar el espectáculo gracioso que estaban dando sus amigos que, tal como pensaba, iban a hacer el ridículo con tal de tener un arranque esa noche. Él era el sobrio, así que se quedó encargado de ver que en esa cacería no confundieran la oveja con el lobo.

Tyler no quería bailar. Varias chicas conocidas se le acercaron y lo invitaron a la pista, pero se negó hasta que se resignaron y se fueron. Una chica le dijo que se estaba volviendo viejo y aburrido, pero a él no le importó. Simplemente no le apetecía ser ese que chasqueaba los dedos y tenía una chica a la carta. No es que Tyler fuese un presumido, pero él no buscaba sus arranques, lo buscaban a él. Esa noche más de una se llevó un rebote de película.

La música no estaba nada mal, aunque no le gustaba mucho el cuarteto. Seguía apoyado en la barra y, como ya no tenía la costumbre de trasnochar, comenzaron los bostezos. Si en media hora seguía así tomaría la decisión de irse solo.

―Hola, ¿una cerveza, por favor? ―pidió una chica al barman que estaba tras la barra.

Tyler escupió la bebida ahogado. Esa voz la conocía y apenas la escuchó quedó petrificado. En unos segundos la música se volvió un susurro a sus oídos, las personas que bailaban alegremente lo hacían en cámara lenta. Parecía una película de terror y sabía que al darse vuelta se encontraría con la muerte misma. No lo quería hacer. Le sudaban las manos y en una sensación de rabia apretó la jarra hasta rajarla, dejando caer por las ranuras el líquido que quedaba de su bebida. Solo se propuso respirar «1...2...3...» contaba en silencio. Eran unos minutos y la persona dueña de esa voz se iría y se perdería entre medio de los cientos de personas. Recobraría el sentido y se iría por donde vino. Solo tenía que esperar, pero no fue posible.

―Tyler, ¿Eres tú? ―preguntó la chica con voz temblorosa como si temiera haberse confundido.

Su pecho subía y bajaba con rapidez. Tenía que enfrentarse a lo que menos quería, pero mientras más rápido respondiera, más rápido se libraría de ella. Se dio vuelta encontrándose con sus ojos marrones y su larga cabellera ondulada.

―Melody ―solo eso pudo decir.

―Hace mucho que no te veía ―exclamó como si nada―. Te echaba de menos.

La chica se acercó a él y con el dedo índice rozó su pecho. Tyler retrocedió ante su contacto.

―¿Qué haces? ―le dijo haciendo un movimiento con la mano―. ¿Me echas de menos? No puedo creer lo que he oído. Tienes la cara de hablarme como si nada hubiese pasado.

―Es que ya pasó, supéralo ―soltó enfadada Melody.

―Ya pasó para ti. Para mí, todo es peor cada día. Culpa nuestra pasó lo que pasó.

―Culpa mía no fue. Yo hice lo que sentía en ese momento y de verdad que de eso me he disculpado, pero no puedo hacerme responsable de la estupidez que él decidió como salida.

―¿Te escuchas lo que dices? ―espetó Tyler―. No me dirijas nunca más la palabra. Me da bronca ver como nada te importa. Y lo que más me jode es haber caído tan bajo cuando te seguí el juego.

―Eres muy melodramático, ¿sabías? ―le interrumpió la chica, pero Tyler no la escuchó.

Solo la miró con furia y se abrió paso entre la gente sin avisarle a sus amigos y se fue. Hacía un año que no veía a Melody y no quería hacerlo. Le molestó que no le haya interesado. La culpa era de los dos, pero el único que perdió, el único que se sentía culpable era él y ella acababa de demostrárselo. Qué falta de corazón. Cuántas veces la escuchó diciendo "te amo" o jurando un "juntos para siempre". Su familia la adoraba. Era como la hija mujer que no tuvieron. Sin embargo, se equivocó, y todo hubiese sido distinto si al menos hubiese pedido perdón, si hubiese admitido que también se equivocó. Solo decidió lavarse las manos y desaparecer.

Tyler pasó varias calles tratando de asimilar lo que había vivido. No iba a volver a la disco, eso lo tenía claro. No quería cruzarse otra vez a esa chica. Tomó su teléfono y les mandó un WhatsApp a sus amigos avisándole que no se sentía bien y que prefirió irse. Aún con el teléfono en las manos, caminó dos cuadras contemplando la pantalla sin trastabillar. No estaba ebrio, pero sentía impresionantes ganas de vomitar. Verla realmente fue el peor mal trago de su vida.

Apoderado por su dolor y ansiedad, buscó un contacto en su agenda y llamó. En ese momento ni se percató que eran las cuatro de la mañana.

―¿Hola? ―contestó la llamada con voz adormilada.

―Disculpe la hora en que he llamado, pero necesito hablar urgente con usted.

Sálvame de mi (#PerlasWatt2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora