Capítulo 30

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Si no dejaba de sonreír como idiota, en cualquier momento le iba a comenzar a doler la cara. Era una locura todo lo que había pasado hacía unas horas. Las personas que más estimaba estaban todas en un mismo lugar. Sus padres, su psicóloga, Andrexa y ahora se sumaba el Señor Jesús que lo amaba con todos sus defectos. Pero más allá de todas las cosas, el conocer a Dios lo acercaba más a su hermano. Era increíble, Josué se había salvado, estaba con Jesús y viviría eternamente. Esa era una razón más que le daba fuerzas. Tenía una oportunidad de soltar sus culpas y perdonarse y, quién dice, quizás cuando llegue el tiempo en que se encuentren, pueda pedirle perdón. Nada estaba perdido.

Ya eran las nueve de la noche y aún no se había bañado. Estaba en estado de shock pensando en todo y a la vez en nada. Entró al baño y en quince minutos estaba listo. Se dirigió al garaje y subió a su auto. Tenía media hora para llegar a su cita.

Andrexa ya estaba lista, esperando. No quería creerlo hasta que no llegara. Tantas veces entraron en un tire y afloje que esta vez estaba curada de espanto. Lo creería cuando tocara a su puerta.

Y así fue. El timbre retumbó en la casa y ella tuvo que tragar saliva, contener la respiración de la emoción que sintió al corroborar que no estaba soñando, que no fue una mentira. Tras esa puerta estaba esa criatura nueva que quería conocer con todas sus fuerzas. No lo podía creer. Hacía unas horas, en su casa, estaba entregando su corazón a Jesús el chico del cual se había enamorado. Si Tomás estuviera con ella, le habría dicho «Te lo dije. Que hoy no conozca a Jesús no significa que no lo conozca más adelante». Cuánta razón tenía, pero no era bueno contar los patos antes de que nazcan. «Dios primero y que el resto haga fila».

―Hola ―saludó tímidamente al abrir la puerta.

Tyler le devolvió el saludo, seguido con un sonoro beso en su mejilla. Ella sintió que le pesaban las piernas. Ni dos minutos y ya notaba cambios extremos. Respiró hondo y sonrió.

―¿Vamos? Se me antojaron esas pizzas.

―A mí también. Así que vamos a por ellas ―le dijo entre risas tomándola de la mano y conduciéndola hasta el auto que tenía estacionado en la calle.

Le abrió la puerta como un caballero y luego rodeó el auto para sentarse del lado del conductor. Ella observaba admirada este nuevo Tyler que tenía al frente y se lamentaba por dejar de sentir el calor de su contacto tan rápido. Que la haya llevado de la mano la hizo sentir segura.

―Cinturón, listo. ¡A la pizzería! ―exclamó Tyler.

―Es la primera vez que te veo así tan... ―comentó ella.

―Tan payaso ―terminó por ella.

―No, por favor. No dije eso ―se apresuró a corregirse―. Sino que estás feliz. Eso es bueno.

―Yo también me sorprendí de lo feliz que estoy. Sobre todo, cuando me encontré cantando en la ducha ―dijo entre risas.

Andrexa reprimió una carcajada y se limitó a admirar las calles a rebosar de tráfico y gente caminando por las veredas. No podía soportar mirarlo tanto tiempo sin sonrojarse. No sabía qué obra había hecho Dios con él, pero fue una de las más grandes obras que haya visto jamás. Por un momento se preguntó si antes era así y había cambiado después de lo que le había contado una vez Tomás sobre su hermano fallecido. Negó con la cabeza para correr sus pensamientos lejos. No era momento ni lugar para hurgar un pasado tan oscuro. Pasado que el Señor se encargó de iluminar con su presencia.

―Llegamos ―dijo Tyler señalando un local.

― "Pizzería Zeta" ―leyó en voz alta el cartel.

―Las mejores pizzas, después de las de "Don Luis".

―Sí, las probé. Pero entremos y déjame ver si es cierto.

Entraron al local y se ubicaron en una de las mesas vacías. El lugar estaba repleto. Una de las camareras se acercó y les dejó la carta.

― ¿Qué elegimos?

―Yo me tiraría por una común, especial o muzzarella.

― ¿De cebollas? ¿Por qué no ponen directamente fugazzeta? Que encima les pegaría bien con el local.

―Quiero la pizza fugaz de la casa―dijo Andrexa divertida por las ocurrencias de su compañero.

― ¿Cuál es la pizza fugaz? ―preguntó buscando en la carta.

―La fugazzeta ―dijo entre risas.

Tyler la miró entrecerrando los ojos hasta que cayó en el chiste y no pudo contener la risa. Andrexa se contagió de ella y por un rato hablaron sin mirarse para no tentarse.

―Bueno, elijamos rápido porque va a venir la chica y vamos a quedar en "veremos"

―Yo te dije entre cuáles estoy.

― ¿Si pedimos una calabresa?

― ¿Cuál sería esa?

―La que tiene salame.

―Nunca la probé.

―No me digas que nunca probaste una calabresa. Eres única ―dijo en tono burlón. Andrexa se encogió de hombros―. Bueno pidamos una muzzarella y media calabresa, así hoy rompemos la racha de la pizza y la pruebas.

―Dale, me parece bien. ¿Qué tomamos?

― ¿Cerveza?

―Estaba esperando a que tú lo dijeras.

―No quieres reconocer que eres borracha.

Andrexa lo fulminó con la mirada, pero era imposible mantenerse enojada. Enseguida le robaba una sonrisa con solo mirarla con sus expresiones divertidas. Cada minuto que pasaba le gustaba más el nuevo Tyler. Lindo y bueno era una combinación que podía matar de amor a cualquiera.

Mantuvieron una conversación divertida mientras cenaban. Esa noche serían ellos. Sin pasado y sin futuro. No hablaron de su historia, ni de la escuela, ni de la familia. Si no que más bien hablaban de cosas que los hicieran reír y olvidar los momentos malos que pasaron. Cuando pidieron la cuenta, Andrexa quiso poner su parte, pero Tyler con su mirada le advirtió que no se moviera. No se hizo rogar, era un lindo gesto, además era una forma de pagar lo que había hecho. Sonrió ante su pensamiento macabro.

Caminaron hasta el auto nuevamente, tomados de la mano. Ella disfrutó cada segundo el calor que despedía su tacto, la suavidad de su piel y la fuerza con la que la apretaba dándole seguridad, aunque solo fuera por unos metros. Cuando la soltó, volvió a sentir nostalgia.

Dentro del auto, Tyler puso la radio donde estaban pasando música. Esperó el momento que ella se recostó contra la ventanilla y empezó a cantar con fuerza haciendo que saltara como un resorte y comenzara a reír por sus locuras. Pero esta vez ella no se quedó atrás. Andrexa tomó un rollito de papel y lo usó como micrófono. Las cuadras que faltaban para llegar a la casa se la pasaron cantando desafinadamente los temas que sonaban. Risas y más risas hasta que llegaron a destino.

―Gracias, por aceptar mi invitación.

―Me divertí mucho.

―No va a ser la primera vez. Yo también la pasé bien.

―Entonces que se repita, amigo.

―Así va a ser, amiga.

―Bueno, ahora a dormir. Demasiado por hoy.

―Hasta mañana ―le dijo tras depositar un tierno beso en su mejilla.

―Nos vemos.

Se bajó del auto y se dirigió hacia la entrada de su casa. Saludó con la mano por última vez a Tyler y esperó hasta que se perdiera calle abajo. Suspiró y volvió a respirar con normalidad. Un simple beso a modo de saludo era suficiente para que su corazón latiera desbocado y se sintiera en las nubes. Volvió en sí. Entró a su casa y cerró la puerta tras ella. Dio unos pasos hacia la escalera y se frenó en seco.

«¿Dijo hasta mañana?»

Sálvame de mi (#PerlasWatt2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora