Capítulo 36

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La semana comenzaba con todas las pilas después de un finde glorioso. Tyler estuvo en la segunda reunión compartida con Andrexa, sus tíos y, esta vez, se unía Tomás. Al finalizar, los jóvenes comenzaron un acto de servicio, al ordenar y lavar todo lo que se había usado para merendar. Luego pidieron unas pizzas y las compartieron mirando la película "La pasión de Cristo" para que Tyler pudiera conocer de una manera gráfica lo que hizo Jesús en la tierra. Ante tal sacrificio, ninguno de los tres pudo contener las lágrimas. No cabe duda de que fue la mayor demostración de amor a la humanidad que estaba perdida.

El domingo fue un día tranquilo, aunque extrañaba a su amiga. No quería ser molesto, pero más de una vez pensó en invitarla, así sea a dar una vuelta a la manzana. Su compañía le hacía bien. Lo hacía sentir en paz con él mismo, pero no podía negar que como Tomás lo había exhortado así se sentía. Se levantaba pensando en ella y le pedía a Dios en oración que la cuidara y hasta siendo sincero le contaba que la extrañaba y quería verla y, ya que él estaba con ella, le diera el abrazo que no se animaba a darle. Desde ese día que llegó a su casa tomó una decisión fuera de sus normas y se aferró a la amistad que le ofrecía y sentía ese temor del que Tomás le habló, de que se terminara algún día. No quería pensar en eso, pero era necesario saber cada día que ella estaba y que supiera que él también lo estaba por si lo necesitaba. Estaba enamorado, no había dudas, pero esto no era tan fácil. Se enamoró de alguien que tiene su corazón ocupado por Jesús, que es mayor que todo y solo si Él quería tendría el lugar que ansiaba tener.

Sus padres ya habían salido. Así que entró a la cocina, preparó café con huevos revueltos y se sentó en el comedor junto con su Biblia. Otra cosa en la que tenía razón Tomás. Ella se había convertido en una motivación para conocer a Dios y llenarse de su presencia

Abrió su Biblia en 1ra de Reyes 18. Leyó todo el capítulo, pero le llamó la atención lo que decía desde el versículo 41 al 46.

«41 Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye.

42 Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas.

43 Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces.

44 A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje.

45 Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel.

46 Y la mano de Jehová estuvo sobre Elías, el cual ciñó sus lomos, y corrió delante de Acab hasta llegar a Jezreel.»

Lo leyó varias veces para poder entender qué era lo que Dios quería decirle. Quería poner en obra todo lo que había aprendido en estas dos semanas. Una voz en su corazón le dijo:

«A veces lo más insignificante es el principio de algo grande. No dejes de creer, No dejes de luchar, no pierdas la fe, y cíñete la toalla. No la tires, porque cuando menos te lo esperes la gloría de Dios verás»

Fue muy rara la sensación que experimentó en ese momento. Sentía a Dios en su corazón. Era su Espíritu hablándole y era la primera vez que lo escuchaba. Se postró sobre sus rodillas como hizo Elías y creyendo que era Dios el que le hablaba le dio las gracias por revelarle ese mensaje.

El timbre sonó así que dio por finalizada la oración y atendió. Eran Juan y Julián que lo habían ido a visitar. Hacía días que no los veía y eso también era raro ya que estaban juntos todo el tiempo, sobre todo porque iban al gimnasio.

―Por fin te vemos la cara ―dijo Julián chocando el puño con Tyler.

―Sí que andabas perdido ―siguió Juan―. Nos vas a contar después. Aunque ya vimos fotos subidas a las redes.

―Fue una semana loca, pero acá estamos. Pasen.

Entraron a la cocina y comenzaron con los preparativos del almuerzo. Los padres de Tyler habían avisado que no vendrían a comer porque habían quedado con su abuela. Pusieron un pollo al horno y pelaron papas para luego freírlas.

―¿Fernet? ―preguntó Juan sacando de su mochila una botella.

―La gaseosa está en la heladera ―le señaló Tyler.

Julián se encargó de prepararlo y se sentaron en los sillones del living. Ya no había nada más para hacer. Solo esperar a que esté todo listo para comer.

―Ahora cuéntanos ¿Por qué no fuiste en toda la semana al gimnasio? ―preguntó Julián arqueando una ceja.

―Solo me ocupé de ayudar a mis viejos y en hacer el trabajo con Andrexa.

―Listo, andas enamorado, por eso estás perdido ―comentó Juan entrecerrando los ojos con sospecha.

―No, no es eso, aunque nos hicimos amigos. Es una buena chica, realmente.

―Pero esa chica te gusta también. No nos charles ―lo codeó mientras le pasaba la jarra.

―Lo que yo siento no está en funcionamiento. La estoy conociendo.

―Te va a ser difícil conquistarla. No es como nosotros. Cree en Dios. ―largó Julián.

―No te olvides que la monjita esa ya pasó por este niño.

El comentario de sus amigos hizo que le hirviera la sangre y quisiera echarlos de su casa. No la conocían para decir esas cosas. Pero para poder defenderla a ella debería defender también al Dios en el que creía y no podía porque sabía que se burlarían. Se lamentaba por no tener el valor de decirles lo que pensaba y que justamente era muy distinto a lo de ellos. Así que optó por ser sabio en lo que podía y no opinar al respecto y cambiar de tema. Siguieron hablando entre risas sobre lo que sus amigos habían hecho durante la semana y tampoco se sentía conforme. Hablaban de las mujeres con las que se habían acostado el fin de semana, fiestas, borracheras y muchas barbaridades más. Conversaciones en las que él siempre fue parte y le causaban mucha gracia, ahora se sentía avergonzado y el estómago se le revolvía de asco. Dios lo estaba cambiando sin que él moviera un dedo.

El pollo ya casi estaba listo así que mientras sus amigos ponían los platos sobre la mesa él se encargó de freír las papas. Mientras lo hacía, solo en la cocina, le pedía perdón a Dios por no tener la fortaleza para decir lo que pensaba. Bendijo a sus amigos y hasta bendijo la comida desde allí porque sabía que tampoco podría orar frente a ellos.

Un día largo le esperaba ya que pasaría el día con ellos. No entendía por qué no se sentía lleno con la visita de sus mejores amigos. No podía engañarse, sí lo sabía. Extrañaba a su amiga. Quería estar con ella.

Sálvame de mi (#PerlasWatt2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora