Capítulo 48

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Tres meses después...

Esos meses pasaron volando para Tyler y Andrexa que vivían al máximo la amistad que Dios les había regalado. Se escribían y llamaban todo el tiempo. Tyler la iba a buscar cada mañana para ir a la escuela. Salían a comer, a caminar y hasta se juntaban a estudiar y pasar el rato en casa. También la invitó en varias oportunidades a acompañarlo en sus actividades como el gimnasio y también sus padres se habían acostumbrado a sus visitas. Sara y Mario la habían adoptado como la hija que no tuvieron y la consentían en todo. Sus corazones buscaban fervientemente la presencia de Dios cuando estaban juntos. Un día a la semana, lo dedicaban a leer la palabra, mirar prédicas por YouTube y orar juntos. Sabían que esa relación de amistad crecía por el solo hecho de que Jesús ocupaba el primer lugar y los tres formaban ese cordón que no se rompe nunca.

Su vida espiritual era notoria en todo momento y situación. Aprendió a ser fiel a Dios y a entender que sus planes eran buenos, por lo cual caminar en fe se había vuelto un hábito en él. Cortar de raíz algunas cosas no fue tan difícil porque en el espíritu podía sentir que era correcto y que no. Sus amigos al principio lo tomaron por loco, pero al pasar los días y ver que era una realidad de la cual no lo iban a poder sacar, aceptaron a este nuevo Tyler que tenían en frente y se disculparon por ser tan malos amigos. Él, en su nueva forma de ser, no guardó rencor, sino que los perdonó y volvió a ser su amigo y aprovechó cada oportunidad con ellos para hablar de Jesús y lo que había hecho en su vida.

Andrexa, por su parte, cada día se levantaba sin poder creer lo que había vivido el día anterior. Los días pasaban y siempre se sorprendía. La rutina más hermosa de cada semana era esperar a Tyler frente a su casa para ir juntos a la escuela. En el aula, cada dos por tres, recibía algún mensaje gracioso de su parte y de antemano se organizaban para el resto del día. Lo devocionales con él eran divertidos y llenos de la presencia de Dios. Tyler se había convertido en su mejor amigo tal como Tomás, con la diferencia de que los sentimientos eran distintos. La fe que tenía eliminaba todo temor que pudiera tener a estar haciendo las cosas de manera errónea. Siempre Dios se encargaba de demostrarle que ese chico le hacía bien porque la llevaba a buscarlo cada día un poco más. Él era tan tierno y se preocupaba por ella. Un día ella se había levantado enferma, con fiebre y mucha tos. Tyler al enterarse se preocupó tanto que dejó todos los planes que tenía y se presentó en su casa con todo lo necesario para hacerle compañía. Por la noche Andrexa se durmió profundamente y él cada dos por tres controlaba que la fiebre no volviera. No quería dormirse, no podía, en realidad. Tomó un libro de la estantería y se sentó cómodo a leer.

―¿Qué hora es? ―preguntó con voz ronca desde la cama.

―Son las cuatro de la mañana. Descansa yo estoy aquí para cuidarte.

―No hace falta. Seguro estás cansado. Deberías irte a dormir.

― ¿Y dejarte sola? No, no lo creo. Además, estoy entretenido con esta historia ―le dijo mostrándole el libro―. Confieso que nunca leí tanto como ahora, pero esta historia te atrapa.

―¿Cuántas paginas leíste?

―156 páginas en dos horas ―contestó con aires de superioridad―. ¿Crees que pueda terminarla en dos horas más?

―Puedes, pero si no lo haces te la puedo prestar.

―Eso sería hermoso ―expresó Tyler con una mano en el pecho―. Me siento muy mimado.

―Tú me estás mimando quedándote toda la noche en vela por mí.

―No estamos solos. Dios lo hace cada noche y yo me voy a quejar por una. Princesa de Dios descansa.

Se acercó a ella y besó su frente, no solo por cariño, sino también para corroborar que la fiebre no había regresado.

***

Un sábado pasó a buscarla por la casa y la invitó a desayunar al centro, después caminaron mirando vidrieras y entraron en un local para hacer compras. Entre los dos se eligieron la ropa. Fue un momento divertido. Cuando se hizo la hora del almuerzo la invitó a comer, pero esta vez se dirigieron hasta el auto y se alejaron del centro. Andrexa no entendía nada, pero se limitó a disfrutar del paseo. No conocía tanto la ciudad y podría arruinar cualquier sorpresa que le tuviera preparada. Siempre pasaba lo mismo. Tyler era una caja de sorpresas. Al cabo de unos minutos, frenaron frente a una casa y bajaron. La llevó de la mano hasta la puerta y la sorpresa se reveló frente a sus ojos sin darle tiempo a preguntar dónde estaban.

―Chicos, pasen. La comida casi está lista ―dijo Sara―. Andrexa, que alegría verte. Estás hermosa.

―Gracias ―logró decir―. Es un placer verla.

―Hola Andrexa ―saludó el hombre limpiándose las manos antes de darle un abrazo y un beso en la mejilla―. Hoy vas a comer el mejor asado de tu vida si puedo presumir.

La joven asintió con una sonrisa y miró a Tyler con una mezcla de sorpresa y alegría. Estaba en su casa, con sus padres, por ser parte de una comida familiar. La sorpresa tan repentina no le dio tiempo a ponerse nerviosa, pero, aunque ya los conocía, estar en su casa era algo nuevo y luchaba por actuar normal.

―¿Necesita que la ayude en algo?

―Tengo que hacer la ensalada, pero no te preocupes. Eres una invitada, no es necesario. Ponte cómoda.

―Por favor ―insistió ella―. Déjeme honrarla.

Sara y Andrexa se dirigieron a la cocina a terminar con los preparativos y Tyler se ocupó de poner la vajilla sobre la mesa. Mientras comían, Mario y Sara contaban historias de cuando Tyler era chiquito. Él se avergonzaba, pero Andrexa se encargaba de hacerlo sentir cómodo.

Desde ese entonces, ella se convirtió en una más de la familia. Ellos le decían que era la hija que nunca tuvieron. Y esa casa se volvió también su segundo hogar.

Sálvame de mi (#PerlasWatt2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora