2Doc AU : The Sugar Robber

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La noche llegó, y la hora de cerrar la cafetería también. Mientras Stuart y Noodle terminaban de limpiar la cocina, Russel les llamó desde la barra.
—Hey chicos, vengan aquí.
—¡Allá vamos!— Respondió Noodle, alegre. Al llegar con Russel, él les entrego un sobre para cada uno.
—Aquí está la paga de hoy. Fue un día excelente.

Stuart tomó el sobre algo nervioso. Era la primera paga formal que le daban, y no podía esperar a usarla para saldar su deuda con su casero. Aunque ésta fuera más grande todavía.

Guardó el sobre en su bolsillo, tratando de que no se arrugara.
—Muchas gracias, Sr. Hobbs.
—No es nada, Stuart. Lo hiciste de maravilla, incluso para ser tu primer día aquí.— Le dio una palmada en la espalda. Noodle revolvió sus azulados cabellos.
—Tiene razón, eres uno de los mejores empleados que he visto.

Las mejillas de Stuart se pusieron rojas de tímidez. Rara vez alguien le decía un cumplido, o mostraban algo de apoyo en él. Agradeció estar en esa cafetería.

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Stuart llegó a casa cargando bolsas en todo su brazo. Con la paga del día, pudo darse algunos lujos que en mucho tiempo no había tenido. Necesidades básicas de las que había sido privado por su pobreza.

Stuart sonreía por volver a tener comida decente, un par de despensas, algo de detergente y cosas de aseo personal. La alacena al fin se llenó un poco más de la mitad.

Claro que como cualquier persona inteligente, no gastó todo el dinero en eso. Dejó una parte para ahorrar y así poder pagarle la renta al casero.

"Esa cafetería de verdad que va a cambiar mi vida", pensó mientras disfrutaba de un sándwich recién hecho.

Bravo Stuart, te lo mereces.

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—¿Y? ¿Qué hay del trabajo?
—Oh, pues he ganado más de $300 hoy.— Al otro lado de la linea, Paula escupió su cerveza. ¿El inútil de Stuart había conseguido tanto dinero?
—¿Es en serio?
—Sí, impresionante, ¿no?
—Wow... Quiero decir, al parecer tu jefe te quiere.
—Bueno, el Sr. Hobbs es muy amable. No he hablado mucho con él, pero parece que somos amigos.— "Hobbs" repitió Paula en su mente. No podía ser... Maldición.

—No seas tonto, Stu. Los jefes y empleados no son amigos...— Paula colgó el teléfono, deseando no haber escuchado ese apellido de nuevo.

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