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Murdoc y Hannibal aparcaron el Stylo. Estaban en el barrio donde el azabache vivía. Ambos bajaron del auto, cargando una caja de tamaño mediano. Murdoc sacó las llaves de su bolsillo y procedió a abrir la puerta.
—Adelante, Hannibal.
—Gracias, viejo.— Los dos hermanos entraron, dejando la caja sobre la mesa de noche. Una vez que Hannibal entró, fue al refrigerador, donde tomó robada una cerveza.

Le dio un buen trago, mientras Murdoc se sentaba en la sala.
—Yo no tomaría mi cerveza si fuera tú.
—Tch, ¿qué me harás? ¿Suplicarme? ¿Así como me suplicaste que te ayudara a evitar a ese chico?
—Ya te dije que no quiero hablar de eso... Mejor vete ya, no debes dejar la licorería sola
—A la orden, "patrón"...— Dijo Hannibal con sarcasmo. Pasó al lado de Murdoc con la lata todavía en su mano. Le miró, algo serio.—Hey Murdoc, ¿seguro que estarás bien?
—Sí, sí... Estaré bien. Creéme, no es la primera vez que ingiero esa cantidad.
—Como digas...

Chocaron los puños a modo de despedida. Y con unos últimos apodos y burlas cariñosas, Hannibal se retiró de ahí, cerrando la puerta al salir.
"Bueno, suerte con eso hermano" pensó Hannibal mientras caminaba por la acera.
Por su parte, Murdoc se puso cómodo en el sillón.
Sacó de su bolsillo todos los sobres de azúcar que había hurtado esa tarde. Abriéndolos con cuidado, vació su contenido en su boca, saboreando el dulce.

Jugaba con el azúcar, paseándola por su lengua. Disfrutaba el sabor de la sacarosa en sus papilas gustativas. Cuando tragó todo lo que esos sobres pudieron ofrecerle, Murdoc se quedó un momento en silencio. Suspirando pesadamente, no le quedó de otra mas que aceptar el destino que él mismo se había impuesto.
"Ya es hora" pensó mientras abría la caja que había traído.

Adentro, dos docenas de cajas de aquellos sobres de azúcar. Esas cajas que solo se consiguen en las tiendas de mayoreo. Murdoc no dudó en abrir una. Repitió el proceso, abrir todos los sobres y comerse el azúcar. Llenó su boca hasta el tope, escupiendo un poco debido a la cantidad. Tragó pesadamente, el azúcar raspaba su garganta. El sabor se conservaba en su boca.
Enjuagó su boca con su propia saliva, tratando de eliminar algo del empalagamiento que surgía en él.

"No es sufiente"

Abrió la segunda caja con algo de desesperación. Repitió el proceso de nuevo, ansioso por terminar con todos los sobres. El azúcar caía en su boca. Le empezó a doler la cabeza, y el corazón iba a mil por hora. Pero no le importó, y siguió devorando azúcar.
A la garganta se le acababa la saliva. Y sus pupilas se dilataban. Una sensación de molestia le invadía la boca. Pero no quiso ceder.

"Aún no es suficiente"

Le importó poco que sus manos comenzaban a temblar. Tomó otra caja. Trató de tragar toda la azúcar. Fue interrumpido varias veces por pequeñas convulsiones. Esto no lo detuvo de seguir comiendo azúcar. Su actividad cerebral estaba sumamente activa. Su lengua ya no podía soportar el dulce sabor, pero Murdoc es terco, y siguió metiendo el dulce polvo en su boca. Sabía los riesgos, y aún así quería hacerlo.

Se estaba provocando una sobredosis de azúcar.

"¡Sigue sin ser suficiente!"

Después de un tiempo, acabó con la mitad de las cajas. Quiso tomar otra más. Sus dedos hormigueaban.

"Una más... Necesito más"

La abrió. Tomó uno de los sobres. Lo abrió y trató de poner el azúcar en su boca. El sobre se le cayó de las manos.

"Más azúcar... Stuart..."

Empujó la mesita de noche con un pie. Se palpó la frente, todo le daba vueltas. Trató de levantarse por agua. Sus piernas fallaron.

"Stuart..."

Murdoc se había desmayado.

El cuerpo humano resiste 2.7 kilos de ázucar antes de provocarse la muerte.
Y solo Dios sabe cuánto habrá ingerido Murdoc.

🍪

Unos golpes en la puerta resonaron en toda la sala. El sonido logró despertarlo. Parpadeando rápidamente, Murdoc se levantó del suelo. Se sintió débil. Y vivo. Seguía vivo.
"Maldición..." pensó mientras trataba de apoyarse en el sillón para levantarse. Le costó demasiado esfuerzo ponerse de pie.

Los golpes volvieron a sonar, provocando dolor en la cabeza de Murdoc. No se sentía lo suficientemente fuerte como para atender la puerta, por lo que hizo lo que pudo para alzar la voz.
—N-no puedo atender ahora... Si es... Si es urgente, hay una llave en la m-maceta...— El azabache observó como una silueta se agachaba para recoger la llave. La silueta volvió a erguirse, insertando la llave en la cerradura.

Los ojos de Murdoc se volvieron lágrimosos al ver de quién se trataba.
—¿Mudz? ¿Estás ahí?
—Stuart... Oh, Stuart...— El peliazul miró el estado que Murdoc se encontraba. No podía sostenerse de pie, y temblaba ligeramente.
—Murdoc... ¿Qué te pasó?

Ven, por favor...— Stuart se alarmó al ver que Murdoc estaba a punto de caer. Corrió hasta él, logrando sostenerlo antes del impacto. El azabache se aferró a él.
Ambos se sentaron en el sillón. Stuart no dejaba de abrazar al moribundo Murdoc. Observó la caja de azúcar en el piso. Sobres vacíos por todos lados. Se sintió confundido y preocupado a la vez.

—¿Qué hiciste?
—Necesito azúcar... Dame azúcar...
—No, te matará... Creo que ingeriste demasiada.
—No lo entiendes... Tengo un choque...
—¿Choque?
—Choque de azúcar... Primero azúcar muy alta, y luego muy baja... Necesito solo un poco...

Murdoc casi no podía hablar debido al choque. Stuart pareció comprender. Se levantó, dejando a Murdoc acostado en el sillón.
—No te daré más de esos sobres, no me siento seguro de eso... Pero buscaré un caramelo o algo.
—Cocina... Tercera alacena...— Dijo Murdoc indicándole dónde podría encontrar uno. Stuart se dirigió rápidamente allí.
Buscó, tratando de no romper nada. Encontró un frasco con dulces surtidos. Tomó una paleta y se la llevó a Murdoc.

Sentándose de nuevo, quitó el plástico que la envolvía. Con cuidado, la metió en la boca de Murdoc, esperando que estuviera bien. El azabache pareció mejorar un poco al cabo de unos minutos.
—¿Qué trataste de hacer, Mudz?
—No lo sé... No estaba pensando...
—¿Robas azúcar para matarte?
—No, ya te dije que es otro motivo... Eres pésimo detective.
—Ya que.— Stuart suspiró mientras acariciaba el pelo negro de Murdoc.

—¿A qué viniste?
—A hablar. No quería que siguieras ignorándome.
—Sabes por qué lo hice.
—¡Y por eso quiero hablar! Lo necesitamos, ambos...— Murdoc se irguió. Sacó el palito de la paleta de su boca. Miró a Stuart con algo de tristeza en los ojos.

—Tienes razón. Hablemos.

2Doc AU : The Sugar RobberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora