CAPITULO 15

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Al apagarse esa luz, los muros del salón de danza habían desaparecido, me encontraba en un lugar remoto, en un sitio en donde las casas estaban a kilómetros de distancia, en donde el lugar era poblado más por las plantas y la hierva que por el ser humano, los pastos largos y los zacates colorados se movían levemente por el suave viento que nos rodeaban, el sol brillaba a lo alto, algunas nubes se movían lentamente en el cielo ¿Cómo había llegado ahí? Era una ilusión en la que me guiaron los fantasmas, era el terreno de la escuela antes de serlo. Di unos pasos cautivada de lo que veía, intente tocar el pasto y de aquella esponjosa hierva color rosa, pero nada, no podía tocar nada de lo que estaba ahí, estaba extasiada, confundida al mismo tiempo del como hacían esto, enredada en tantas preguntas; tengo que admitir que el lugar era asombroso, sin los elegantes edificios ni los suelos de concreto, estaba completamente vacío de niñas. Extrañamente al caminar por aquel sitio, no podía ver nada más allá del extenso terreno de pasto, hasta que las risas de los niños se oyeron a lo lejos, pude verlos, mas ellos no a mi, perseguían un ponchado balón sucio, su alegría era enorme, el mayor llevaba cargando al más pequeño y comenzó a perseguir al otro, recordé haber visto esa escena, en uno de los espejos, la noche en que murió Camil, fui tras ellos; hasta el rincón de todo ese extenso terreno se encontraba una pequeña bodega mal pintada de gris, una mujer los miraba desde la entrada, su mirada era tan pasiva, su cabello castaño y una humilde ropa, tocaba con amor su estomago, estaba embarazada, al verla mejor puedo decir que quizás tenia 7 meses, grito a los niños al poco tiempo:
-¡No quiero que se lastimen! – ellos siguieron jugando pero más tranquilos y al poco tiempo se cansaron y se tiraron al suelo, el mayor fue por las muletas del pequeño y fue cuando su mamá grito desde a dentro de la bodega - ¿Ya quieren comer?

-¡Si mamá! - expresaron los 3 y de inmediato fueron a lavarse a las cubetas con agua.

Por una diminuta ventana pude ser testigo de una triste escena, no tenían un comedor así que poniendo un mantel sobre el suelo cerca de las aparentes camas de tela, montaron su comida, unos panes y una olla con sopa, tenían pocos platos y no más de cinco cubiertos, la bodega que los cubría por la noche no era más grande que la bodega del conserje, sus paredes llenas de moho, los niños dieron un beso a su madre y sirvió la sopa.

-Ten Rene – le dijo al mayor, el agradeció - Pablo – el mediano – Abel - el pequeño.

Comenzaban a comer y hablar como si hubieran grandes banquetes frente a ellos, sobre todo el pequeño que alegaba que tenia 4 pasteles en sus manos, he imaginariamente se las convidó a todos, ese pequeño instante te hace reflexionar de lo que tienes y lo que no tienen otros, pero lo que más me conmovió fue ver que los niños le dieron a su madre embazada otro poco de su propia sopa, a lo que ella no quizá acceder pero los niños insistieron afirmando – “Nuestro hermanito debe crecer grande y fuerte”, la mujer con una sonrisa en su rostro la acepto diciendo - O hermanita.

-Tiene que ser niño para que nos ayude a vender los periódicos -alego Pablo.

-Una niña también puede – dijo la madre.

-Pero no podremos jugar con ella -afirmo Rene.

-Claro que si, solo que tendrán que ser más cuidadosos, somos delicadas, pero también podemos defendernos – todos rieron - ¿querrán al bebe aún que sea niña? – los tres asentaron.

-Pero si se puede mejor que sea niño – dijo Abel.

-A su papá le habría gustado que fuera niña.

-¿Por qué? -cuestionaron los 3.

-Porque ya había muchos hombres, necesito a una compañera – los niños lo tomaron excelente, se veía en sus rostros, podía sentir el amor que los rodeaba, de repente alguien llamo a la puerta.

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