15. Fiesta en casa

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—¡No, no y no! —chillé molesta, arrojando la zapatilla que tenía en la mano, la misma voló rozando la oreja de mi hermano, quien sonrió triunfante—. ¡Ni se te ocurra! ¡Killian!

—¡Sólo van a ser unas personas! —respondió aun levantando el celular y corriendo escaleras abajo con rapidez, saltando en los últimos escalones.

Me había quedado sin zapatos que tirarle y tenía que recurrir a la fuerza bruta.

—¡Mentiroso! ¡Nos van a matar! ¡Ya invitaste a medio instituto! —me quejé, acercándome a la baranda de la escalera y apretándola con fuerza.

—No tienen por qué enterarse —comentó obvio, decidí aprovechar su distracción, bajando y aproximándome velozmente a él. Pero éste, se alejó estirando el brazo con el móvil, lejos de mí.

—¡Van a destruir la casa! ¿¡Quién va a limpiar luego!? —espeté dando un salto, intentando agarrar el celular que sostenía hacia arriba, era más alto el maldito. Killian colocó un dedo en mi frente, golpeándome.

—¡Con el dinero que recaude voy a contratar alguien que limpie! —se defendió, arrugando la nariz. Eso significaba que estaba mintiendo.

—¡Killian! —grité histérica encajándole un golpe, de esa manera se agachó para sostenerse el estómago adolorido, dándome la oportunidad de arrancarle el teléfono y salir corriendo. Me detuve junto a la puerta con una sonrisa victoriosa, mi mellizo me contempló encogido en su lugar con sufrimiento, por lo que le mostré el dedo del medio.

—Lo siento querida —susurró alguien antes de arrebatarme mi triunfo de las manos. Evan tomó el móvil y observó la pantalla, leyendo con cuidado la difusión escrita por mi hermano y, elevando las comisuras de sus labios, apretó el botón de enviar.

—¡No!

—¡Si!

Killian corrió a Evan, rodeándolo en un gran abrazo.

—Se supone que no tienes que elegir bandos —declaré fastidiada, ladeando la cabeza y examinándolo con desprecio.

—No elegí ningún bando, escogí mis propios intereses, y discúlpame por querer una buena fiesta, amargada —replicó dedicándome una reverencia y guiñándole un ojo a mi hermano, malditos.

—Ni siquiera sé cómo entraste, pero eres mi salvador —siseó Killian pasando un brazo por su cuello y analizándome de modo burlón—. Hoy será nuestro día.

—¿Les dije que cambien el lugar de sus llaves de repuesto?

Lo hizo.

—Iré a encerrarme en mi habitación hasta nuevo aviso, recuerden —comencé captando su atención por lo que continué—, si alguien llega a lastimarse o caer en un coma alcohólico, se los ruego... Por favor... No vayan a buscarme.

Dicho eso, me retiré de la sala, dirigiéndome directamente a mi habitación, donde pasaría el resto del día, aislada de cualquier contacto social. Luego de un rato lamentándome en la cama, me di cuenta de que era inútil, la fiesta se iba a hacer igual y no había nada que pudiera hacer. Tomé el celular y marqué el número de June, con el objetivo de pedirle si podía quedarme con ella.

—¡Hola! —atendió con alegría a los cuatro pitidos, se escuchaba el ruido de la televisión de fondo.

—June, por favor, ayúdame —supliqué, suspirando mientras clavaba la mirada en el techo.

—¿Qué necesitas? ¿Algo de la fiesta? —cuestionó con tono inquieto.

—¿Tú también? Lo que menos quiero es una fiesta —respondí en voz baja, bufando.

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