Epílogo

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1 año y tres meses más tarde...

—No puede ser —susurré al borde de la desesperación, intentando sacar la llave del orificio de la puerta con esfuerzo. Incapaz de hacerlo, impacté el hombro contra la madera, soltando un chillido de dolor y alejándome con saltitos cortos. Si no me había dislocado, era afortunada—. Ábrete maldita.

Apoyé el pie contra la misma, empujándome a la vez que tiraba de la llave con fuerza. Un ruido de la cerradura me descolocó, estaba funcionando, por lo que, me impulsé con más intensidad al mismo tiempo que la puerta era abierta del otro lado, tirándome hacia atrás.

—Uh... —musitó una chica pelirroja, trazando una mueca incomprensible y restándole importancia, pasando por encima de mi cuerpo derrumbado en el suelo, de mi habitación compartida en la residencia—. ¿Erres Pene Cooooyins?

Desde abajo, torcí el cuello, observándola con extrañeza notable en un intento de distinguir el dialecto en que hablaba. A pesar de no haberle contestado, se alejó con indiferencia al otro extremo del dormitorio, sentándose en la silla de mi escritorio. El celular me vibró dentro del bolsillo, obligándome a reincorporarme y pararme de un brinco; luego podría investigar a mi nueva compañera de universidad, quien parecía del tipo que se metía en tu cama en las noches o usaba tu cepillo de dientes cuando no la veías.

Pero vamos, no quería ser prejuiciosa, sólo que verla husmear en mi equipaje no me inspiraba mucha confianza.

Ignorando el hecho que podría estar haciendo un tanteo meticuloso de mi ropa interior, salí del cuarto, caminando por el corredor de la residencia repleta de chicas recién instaladas en sus respectivas habitaciones, se podía sentir el aire de histeria a la redonda, todas emocionadas, nerviosas o gritando inconformes con sus habitaciones o compañeras.

Al cruzar el umbral de la salida del edificio, ajusté el bolso alrededor de mi cuello, comprobando que todos los cuadernos y libros estuvieran dentro del mismo, no podía fallar en mi primer día de universidad, claro que no. Intercepté el rostro de Travis a la distancia, apoyado en uno de los árboles del patio, sosteniendo una caja llena de sus pertenencias y esperándome con fatiga.

Bien, esto es fácil, sólo tenía que hablar con naturalidad y un asombro fingido.

—¡Travis! ¡Qué sorpresa! Yo...

—No. Ni lo intentes. ¡Dijiste que me ibas a ayudar! ¡Llegas tarde! ¡Tuve que hacerlo todo solo! —me reprochó con molestia, desviando la mirada y moviendo el pie con impaciencia. Tragué saliva, acercándome con una sonrisa de inocencia y abriendo la boca con el fin de justificarme—. Si tienes una excusa que no sea que te persiguió un perro, te atacaron, te robaron o te quedaste encerrada, puedes decírmela. Todas esas las escuché la semana pasada.

—Eso no es justo, me dejaste sin opciones —me quejé, cruzándome de brazos y chequeando el reloj en mi muñeca, indicaba que teníamos 15 minutos antes de la primera clase; 15 largos minutos en los que podía discutir o ser productiva, dirigiéndome al aula que me tocaba—. ¡Además no soy la única! ¡Los chicos estaban!

Travis achinó los ojos, fulminándome con un odio palpable. Obviamente que sabía que los chicos no estaban.

—¿Ah sí? ¿Evan? ¿El mismo que está en otro continente por dos meses como mochilero? —preguntó, con una perfecta actuación de ingenuidad, como si estuviera pensando en él. Me encogí en el lugar—. ¿O Connor? ¿Qué está estudiando todos los años que no prestó atención porque tiene un examen importante la semana siguiente? Calcularía que está estudiando conocimientos de preescolar, como dos más dos es cuatro. O déjame hablarte de Killian y su gran presencia...

—Ese bastardo no tiene nada que hacer —repliqué fastidiada, Travis elevó una de sus cejas, acomodando la caja en sus brazos y contemplándome con suspicacia. Solté un suspiro de agotamiento, dándome por vencida—. ¡Lo sé! ¡Está bien! Se toma dos colectivos para ver a June cada vez que tiene la oportunidad y le encanta saltearse clases por ello... ¡Sé que era la única que podía ayudarte, pero la llave se me atoró en el cerrojo!

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