30. ¿Te sientes bien?

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Killian estacionó el auto en el aparcamiento, apagando el motor y poniéndole el freno de mano. Con una sonrisa, alisé la blusa que llevaba puesta y le guiñé un ojo al reflejo en el espejo retrovisor, lista para abrir la puerta.

—Penny, espera —me interrumpió mi hermano, examinándome extrañado. Me apoyé en el respaldar del asiento, cruzándome de brazos y soltando un bufido leve.

—¿Qué quieres? ¿Una foto o un autógrafo? —inquirí sarcástica, gesticulando con un movimiento de manos con el objetivo de que se apresure a contestar.

—Tengo que preguntarte. ¿Te sientes bien? —preguntó de repente con un tono de nerviosismo que trataba de forma inservible ocultar. Levanté una ceja, tal no supiera de que hablaba—. Me refiero a la ropa Penny, no llevas mini falda desde el acto de 2008 donde mamá se confundió de vestuario y te mandó con una cuando debías ir de vaca.

Trazando una mueca en memoria del recuerdo vivido, bajé la vista a la pollera de jean, la camisa floreada y a las zapatillas, por sorpresa, limpias. ¿Qué tenía de malo?

—¿Estás en una red de droga?

—Killian, no tengo tiempo para esto, estoy llegando tarde a clases —contesté acelerada, empujando la manija y saliendo fuera del vehículo con una rapidez que no me imaginaba que era capaz.

—¡Llegas tarde de todas formas! ¡Es la hora del segundo recreo! —Sentí el quejido de Killian, sin embargo, me alejé del auto a toda velocidad, encaminándome hacia la entrada del instituto. Subí los escalones de a uno, con un total glamour y me introduje a los pasillos repletos de estudiantes recién salidos de las aulas, ya que, efectivamente, no llegaba temprano ni de broma.

Atravesé el corredor, en busca de June quien debía estar saliendo de historia. Un chico pasó a en por uno de mis costados, impactándome con el hombro y girándose a mí con la intención de gritarme. El rostro se le pacificó y una sonrisa se dibujó en él, revisándome de arriba a abajo.

—Hola, pero que bonita te ves. ¿Cuándo te veo en mi cama? —comenzó a piropearme a la vez que mi pie se estampaba con la punta del suyo. El mismo chilló de dolor, retrocediendo con un susto.

—El día que dejes de orinarte en ella, bonito —respondí con una expresión amable, imitando su voz y palmeándole el hombro con fuerza.

En mi defensa, yo no había pedido ningún tipo de elogio.

Continué paseando por los pasillos, bajando de modo casi imperceptible la falda que se me subía de vez en cuando. Me acerqué a mi casillero, pero, alguien me llamó por mi nombre; Becca y June se aproximaban con una emoción notable.

¿Qué tipo de conspiración estaban planeando?

Al llegar, Becca se dio el lujo de tomar un par de bocanadas de aire antes de proseguir mientras June me señalaba con el dedo índice denunciante.

—¿¡Qué esto!? ¿Qué le has hecho a mi amiga? —interpeló atónita, repasándome desde los pies a el cabello con los ojos bien abiertos y la papada ligeramente marcada. Molesta, golpeé el dedo que me apuntaba, echándolo hacia abajo. Enderecé la espalda—. ¿Estás enferma?

—No entiendo que ocurre. ¿Por qué están actuando así?

—Tienes maquillaje, Penny —agregó Becca, asomando su cara a escasos centímetros de la mía, analizándome de cerca e hincándome la mejilla, para después limpiarse en su pantalón—. Llevas hasta máscara de pestañas.

—¿Y eso qué? Tenía ganas de hacerlo —declaré fastidiada, fulminando a las dos con la mirada y desviándola con un aura de orgullo. June se inclinó hacia delante, olisqueándome el cuello. La empujé desde el pecho, alejándola lo suficiente—. ¿¡Qué haces!?

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