31. La verdad de quién soy

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Mi organismo me había traicionado; las manos me sudaban mares y podría afirmar que tenía un tic nervioso en el párpado izquierdo. Becca me había maquillado las ojeras con algo de corrector ya que, encima de todo, no había dormido lo suficiente debido a que había pasado la noche recitando mil formas de rogar un perdón e imaginando los peores escenarios posibles; Alexander enojándose dolido, alejándose de mí y sin darme la oportunidad de terminar de explicar la situación.

Becca Jones, la chica a la cual le había robado la identidad en contables situaciones y, la única que sabía la realidad de quién era, exceptuando a la banda, estaba presente con el objetivo de ayudarme y evitar que arruinara la única posibilidad de hacer enmiendas.

Becca negó con la cabeza, arrugando una de las hojas y guardándosela en el bolsillo, se trataba de una de las excusas que había armado. Me dispuse a quejarme por eso, sin embargo, dio una zancada atrás.

—Perdón Alexander, soy una bastarda traicionera con malas intenciones, pero, tengo buenos sentimientos y un corazón bondadoso. ¿Esa es tu disculpa? —recitó lo leído en el papel, cruzándose de brazos y alzando una ceja. Le dediqué una sonrisa nerviosa, limpiándome las palmas frenéticamente en el jean y dando un par de aplausos.

En mi defensa, la había armado a las dos de la mañana, con cinco tazas de café encima y una telenovela de fondo.

—Bueno, pasa al siguiente —pedí inquieta, sacudiendo la cabeza de lado a lado y arrastrando la silla de la mesada, así sentándome en ésta. El sitio de reunión era la biblioteca, el mismo lugar donde él me había ayudado por primera vez, donde algo había cambiado entre ambos y donde, lo había visto diferente.

La mesa estaba junto a varias repisas repletas de libros.

—¿Le escribiste una canción? —inquirió confundida, señalando la composición en la hoja arrancada de un cuaderno. Asentí con energía o tal vez con el total de siete tazas de cafeína en sangre, orgullosa de mi creación a las 5 am—. ¡Debes estás bromeando! ¡Es por tus dotes artísticos que estamos aquí en primera instancia! ¡Y vas y le cantas una canción a modo de restregarle que siempre fuiste tú!

Bueno, de hecho, pensaba algo por el estilo de; hola, ya sé que te engañé y todo, pero canto bonito. ¿A qué sí?

Me encogí en el espacio, jorobando la espalda y tendiéndome en la mesada fría, escondiéndome entre mis brazos con un lamento sonoro. La bibliotecaria me chistó, esa señora mayor de edad no entendía mis dramas adolescentes.

—Te diría que improvises, pero creo fielmente que lo estropearías incluso más, si es posible —comentó Becca, deslizando por la mesa la gran cantidad de tarjetas con distintas y creativas justificaciones con la ortografía de un niño de ocho años, o menos—. Intenta explicarle de la mejor manera que no querías lastimarlo y que lo amas. Yo sólo quiero verlos juntos después de esto...

Suspiré abatida, apoyando la mejilla contra la madera y cogiendo los papeles con el fin de esconderlos hechos un bollo dentro de la mochila que yacía en el respaldar de la silla.

—Faltan 15 minutos, debería ir yéndome —murmuró firme, revisando el reloj en una de sus muñecas y volviendo a observarme—. Ya sabes, con irme me refiero a esconderme detrás de ahí, en caso de que tengas tu final feliz vendré a regocijarme y en el caso contrario, lloraré contigo.

No pensaba derramar ni una sola lágrima.

Becca hizo un ademan rápido, largándose en puntitas de pie en dirección a la bibliotecaria, a la cual sobornó para que se marchara. Luego, se escondió, poco disimuladamente, atrás de una de las librerías, escondiéndose la cara con un libro al revés.

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