32. Dejar de ocultarse

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Estaba enojada.

Furiosa.

Triste.

¿Por qué me habían hecho eso? Tenía que hacer algo, iba a hacer algo al respecto.

Enterré la cuchara en el pote de helado, dejándolo reposar en la mesa de al lado y agarrando el móvil con decisión. June me lo arrebató de las manos, escondiéndolo detrás del cojín que aplastaba con la espalda y suspirando agotada.

—Penny. ¿Pensabas llamar a la secretaría de la secretaría de los directores para quejarte que te dejaron con un final triste? —preguntó cansada, tal lo había hecho las cinco veces anteriores durante la maratón de películas en la cual, me faltaba, claramente, estabilidad emocional.

—No, pensaba llamar a la prima de la secretaría de la secretearía, pero, ya que no me dejas agarrar el celular, escribiré una carta. Muchas gracias —me quejé resignada, cruzándome de brazos y volviendo la vista a la pantalla donde se pasaban los títulos de la producción que acabábamos de ver. Con suerte y si era rápida, podía memorizar los nombres y denunciarlos más tarde.

—El papel se mojaría con tus lágrimas —replicó frustrada, frotándose la frente y respigando. Oh oh, ahí estaba, la mirada de preocupación que había detestado desde hacía dos días. Desvié los ojos a otro punto del sótano de mi casa, gris y aburrido, casi deprimente como mi alma—. ¿No te parece hora de salir de la casa? ¿Hacer algo con tu vida? ¿Respirar aire?

Pero si aquí dentro también había oxígeno.

—¿Quién te mando? ¿Becca? —cuestioné acusadora, volviendo a tomar el helado y metiéndome una buena porción en la boca. Luego, saqué la cuchara con cuidado de no dejar restos y la apunté de forma denunciante. El rostro se le transformó, delatándola casi sin querer—. ¿Killian? ¡Era él! ¡Te estuviste escribiendo con él desde la primera película! ¿¡Cierto!? Traicionera.

—Penny. Todo el mundo está preocupado por ti, tus padres piensan que eres una narcotraficante y te están buscando y esa es la razón por la que te escondes —se defendió ansiosa, empujando el cubierto que la señalaba y echándose atrás en el sillón, tapada hasta el cuello por una frazada—. ¿Puedes culparme?

¡Ojalá fuera por eso! Llevaba dos días ocultándome en la parte inferior de mi casa, si salía era por dos factibles opciones; tenía ganas de ir al baño o debía comer/hidratarme con más que frituras, dulces o gaseosas. Calculaba que, si pasaba otro día más así, debía ducharme en algún momento, podría hacer un itinerario de duchas.

Y así, habían pasado dos días desde que, cada una hora, actualizaba la página del periódico escolar en busca del vídeo donde confesaba mi identidad en Uncover, sin embargo, nada aparecía, nada ocurría. Era completamente exasperante, parecía a propósito. De igual manera, aumentaba el miedo de que, al pisar el instituto por primera vez, se difundiera con la velocidad de un rayo.

Le tenía fe a la maldad de Malia Moore, por suerte.

—No, no pude hacerla reaccionar —habló June, sacándome del trance mientras charlaba por teléfono a un costado. Se rascó la cabeza, incrédula, escuchando a la persona en la otra línea y dando un par de asentimientos—. ¿Estás seguro? ¿Crees que servirá? Es bastante terca, sino, conozco un lugar donde pueden...

—June, estoy aquí. Puedo escucharte tratándome como una alcohólica anónima —la interrumpí indignada, June trazó un gesto de que hiciera silencio, posándose el dedo índice en los labios y levantándose del sofá, caminando con desdén hacia las escaleras sin dejar de discutir por el aparato—. ¡Vuelve aquí! ¡Te escribiré a ti también! ¡Mañana revisa tu correo, tendrás una carta de denuncia! ¡June!

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