24. Salir del clóset

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—¡Penny! ¡Aquí! —gritó Becca Jones, caminando apresurada por los pasillos del instituto y sacudiendo una mano en forma de saludo. June se giró con el ceño fruncido, confundida de la situación.

—¿Quién es?

—Te explicaré más tarde, no hay tiempo —la interrumpí, cerrando el casillero de un golpe y dando la vuelta para escapar alarmada.

Había pasado una semana desde la revelación de Killian y June; nos habíamos arreglado tras de una pequeña discusión por la desaparición y desconocido paradero de aquella noche afuera que terminó por preocupar a mis amigos. A diferencia de ellos, fui clara a la hora de explicarles donde había dormido; June chilló de la felicidad, festejando que sabía que pasaría y Killian colapsó por lo que fue llevado al hospital. Ja, mentira, ya quisiera él, la obra social no cubre tratamiento de animales y tuvimos que dejarlo desmayado en el sillón.

Todavía no entendía el interés por parte de una chica talentosa y linda como June hacia alguien como Killian, pero ya saben lo que dicen, el amor es ciego, sordo, sin olfato y carente de sentido común. De todos modos, el universo no había tenido suficiente juntándolos a ellos dos, y ahora, Becca me perseguía habitualmente por razones desconocidas.

¿No había sufrido ya bastante?

—¿No te gustaría aclararme quién es? —preguntó June, adaptándose al paso con rapidez y chequeando sobre el hombro sin aún nos acechaba. Se volvió con una mueca de susto—. ¿Deberíamos llamar a la policía?

—Ni el integrante del FBI más capacitado detendría a Becca Jones —contesté, tomándola del brazo y arrastrándola a un curso al azar, con el objetivo de desorientar a la acosadora. June puso los ojos como platos al escuchar de quien se trataba, asentí con una expresión temerosa—. Tú abres la ventana, yo salto primero y sigues tú. Tal vez tengamos una oportunidad ya que estamos en el segundo piso...

—¡Claro que no! ¡No vamos a saltar! ¿Estás loca? —inquirió atónita por la proposición, negando repetidas veces y liberándose del agarre.

—¡Sí! Pero ella está mucho peor —declaré nerviosa, pegándome a la puerta e inspeccionando por el orificio de la cerradura—. Si no vas a acompañarme, hazme un favor y retenla todo lo que puedas.

—Oye. ¿Por qué siempre me encargó yo? —se quejó, haciendo un mohín a medida que me alejaba como alma que lleva al diablo. Luego me disculparía.

Me escabullí por la salida trasera, trotando por los corredores hasta divisar la entrada del cuarto del conserje. Con una sonrisa, me introduje al lugar con total seguridad, encontrándome al hombre comiendo el almuerzo con tranquilidad.

—Necesito que me prestes el espacio —pedí tratando de parecer desesperada, él se limitó a extender la palma en espera de un soborno, del cual estaba muy segura que era ilegal.

—La tarifa es más alta cuando es por citas secretas, pero si sólo pretendes saltearte una clase o evitar a una persona me puedo conformar con simpleza —mencionó, levantando una ceja y señalando con un movimiento de cabeza la mochila que colgaba de mi espalda. Arrugando la nariz, rebusqué en la misma el envoltorio de sándwiches del día anterior y se los entregué a él, quien los analizó—. Extra queso, como me gusta.

¡Esos eran lo de hoy! Sin la posibilidad de dejarme refutar, se largó alegre de zamparse algo gratis. Sumida en la oscuridad y paz de la habitación, me apoyé contra una de las repisas, maldiciéndolo por haberse llevado los emparedados.

La puerta hizo un sonido de metal oxidado, abriéndose e iluminando el sitio. Me había localizado, no tenía salvación. Sin embargo, sujeté una escoba con firmeza y la alcé a la altura de mi cabeza, pegándole a la lámpara del techo. Un cuerpo se asomó, cerrando la puerta atrás y ganándose un golpe seco, que fue seguido de una secuencia de ellos.

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