28. La revelación

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Había pasado un poco de tiempo después del campamento y mi esguince, y quemadura. Como sabemos, la suerte no está de mi lado, nunca.

Íbamos a tener otro concierto.

—¿A quién de ustedes infradotados se les ocurrió esta idea? —La pregunta se me escapó casi involuntariamente, los cuatro se giraron a verme con timidez, como si no quisieran decirme la verdad. Connor jugaba con sus pies entretenido, desviando la mirada tal un niño que acababan de retar—. ¿Connor?

—¿¡Por qué siempre asumes que soy yo!? —exclamó irritado, cruzándose de brazos por encima del pecho y resoplando, imitándome en forma de burla en voz baja. Alcé una ceja, expectante—. Bueno. ¡Sí! Fui yo, pero eso no significa ni te da el derecho a...

—No quiero escucharlo. Sólo quiero saber. ¿Creen que esto funcione? —interrogué seria, examinando con cuidado las expresiones que podían, Connor asintió con una energía que asustaba a cualquiera.

—Nadie va a saber quiénes somos —comentó Travis, encogiéndose de hombros y tomando uno de los trajes, cabe destacar que había cinco -uno para cada uno-. Y otro detalle a remarcar, eran imitaciones de la mascota escolar. Trazó una mueca al ponerse en contacto con la tela—. Ni siquiera yo podré saber quién soy después de esto...

—Tus problemas de identidad no son el tema. Nos dará muchísimo calor, con eso, tendremos como 50 grados a la sombra —replicó Evan, ladeando la cabeza e inspeccionando con curiosidad el disfraz que tenía Travis en mano—. Aunque son divertidos.

Observamos a Killian que era el único que faltaba en aportar algo a la discusión; se había dormido, apoyado en el sillón y con la boca entreabierta, con un hilo de baba recorriéndole hasta el cuello. A decir verdad, no tenía ni la capacidad de sentirme decepcionada, era tan habitual que no podía ni quejarme al respecto.

—Decidido, usaremos los hornos portátiles con plumas. ¡Nadie nos verá! ¡No sientan vergüenza! —espetó Connor emocionado, dando un par de aplausos y palmeando a Evan en la espalda, quien se resignó con un suspiro.

Y ahí íbamos. Resumiendo, en el instituto se jugaba un partido de fútbol americano muy importante. A los directivos se les ocurrió una genial idea; que no mejor que la banda local de inauguración. Hacía tiempo que no nos presentábamos y terminamos tomando la oportunidad, había fans que pensaban que nos habíamos mudado.

Sin embargo, a pesar de querer participar y cantar. Estaban dementes si pensaban que iban a verme en ese horrible, asqueroso y caluroso traje de pavo real.

(...)

Los detesto.

Caminé con las piernas temblorosas, cruzando el terreno de juego como si estuviera a punto de desvanecerme en cualquier momento. Por dentro, el traje olía a vómito y no me apetecía cuestionarme de dónde venía o quién lo había usado antes, además, un picor se extendía por mi cuerpo y no podía rascarme. Simplemente, avancé conformada, sintiendo los aullidos, si, aullidos de las personas inquietas en las gradas.

Demostrando que nos extrañaban, o algo por el estilo, silbaban y arrojaban palomitas de maíz y podría jurar que una tanga rosada voló frente a mis ojos. Los chicos saltaban y movilizaban al público con una alegría que, en definitiva, no cabía dentro de mi disfraz.

Me planté frente al micrófono de pie, ajustándolo a mi medida y sosteniéndolo con fuerza. Di media vuelta, el resto de la banda se colocaba en sus respectivos instrumentos, arreglando lo que fuera necesario. Al estar listos, uno por uno, me hicieron un ademán con el objetivo de arrancar.

La primera canción transcurrió con normalidad, nada fuera de lo común. Traté a afinar, los chicos tocaron, por sorpresa, bastante bien y la audiencia nos acompañó. Hasta que, antes de poder empezar con la segunda, un grito captó la atención de todos los presentes, incluyéndonos. Me quedé en silencio, asomándome a ver una chica apuntándonos con el dedo índice.

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