Prólogo

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13 DE SEPTIEMBRE 2004.



Me levanto de la cama por la mañana, ya que los molestos rayos del sol traspasan mi ventana y me caen en la cara.

Como toda niña de 6 años, voy a levantar a mi papá para que me lleve al colegio. Es mi primer día de clases.

¡Por fin iré a la primaria!

Me pregunto: ¿cómo será? No lo sé, aún es tanta mi emoción que me levanté a las 7:00 de la mañana sabiendo que la escuela empieza a las 9:00, pero, ¿qué importa? ¿Acaso no se supone que los primeros días de escuela deben de ser perfectos para todos? Al menos para mí sí.

Abro lentamente la puerta de la habitación de papá. Me voy de puntillas hasta el lugar donde él duerme, para después susurrarle:

—Papá, hoy empieza mi primer día de clases. Levántate.

—Sí... espérate otra hora más pequeña.
—contesta mi papá aún dormido.

Papá entra unas cuantas horas más tarde a trabajar. Lo comprendo muy bien, trabaja casi ocho horas al día para mantenerme viva y que no me falte nada.

Tenía una niñera con la que me llevaba bien, era como mi amiga –sólo que más grande–, pero se tuvo que ir porque era de otro estado, y además papá buscó otro trabajo en el cuál tenía tiempo para mí en las tardes.

—Papá, ¡apúrate! ¡Llegaremos tarde!
—repito, dándole movimientos a mí papá para que se despierte.

—¿Llegar tarde? Por dios Camila, ¡Faltan dos horas! —pone su almohada sobre su cara.

—Por favor papá, sabes cuanto tiempo he estado esperando éste día —hago puchero con mi boca.

Mí papá no hace caso alguno así que no me queda de otra que subirme a la cama y empezar a dar saltos en esta para después cantar "Levántate ya" a mi papá.

Él sólo ríe ante mis acciones.

—Bien, ¡Me he levantado! —levanta sus manos como si hubiera ganado una competencia.

Yo aplaudo sonriente y me voy a mi habitación a cambiarme mientras papá se da una ducha.

Abro mí armario, escogiendo un vestido floreado rojo y mis zapatos negros junto con unas calcetas blancas.

Una desventaja no tener mamá es que ella no te pueda decir lo que tienes que usar, cómo usarlo y peinar tu cabello con raros peinados.

Me visto y ya estoy lista. Voy a donde está papá que se encuentra frente al espejo peinando su cabello negro. Yo me le quedo viendo. Es tanta mi admiración hacia él. No siempre ves a un papá que se encarga de una niña sin ayuda.

—¿Quieres que te cepille? —pregunta papá después de notar mi presencia.
Asiento sonriente.

Me subo a un banco para quedar a la estatura de su pecho.

Todos los días es él quien me peina, cada que lo hace, me pregunta sobre el broche que debo de llevar, o el color del listón para mis coletas. Yo intentaba peinarme por mí sola, pero es inútil. Mi cabello además de ser largo, es pesado, y casi siempre me salía mal la trenza que quería. Por eso pido ahora ayuda a papá.

Mi papá me acerca a él y empieza a cepillar mi cabello. Aunque me estira los nudos de mi cabello muy seguido, lo cual me duele pero ya estoy acostumbrada. Él intenta jalar mi cabello lo menos que puede.

—¿Alguna vez has pensado en cortarte esta cabellera de Rapunzel que tienes?
—me toma el cabello.

—Nop —es lo único que contesto para después reír.

A decir verdad, jamás me lo he cortado en la vida. La única vez que me lo corté fue a los cuatro años, cuando mi mamá murió, pero después de ahí no me lo he cortado. No tengo idea del porqué.

Cuando me coloca un moño del color de mi vestido, ambos vamos al comedor para poder almorzar.

—Muy bien pequeña, ¿qué quieres de comer? Tengo cereal, yoghurt, galletas... —revuelve la alacena.

—Galletas y leche estará bien.

—Perfecto —y dicho esto, saca lo que le pido, llevándolo a la mesa. Luego, pasa a servirse su café.

Miramos televisión, viendo la caricatura de Cat-Dog.

—¿Cuáles son tus planes para el día de hoy, Camila? —llega papá sentándose enfrente.

—No son muchos: hacer amigos, conocer maestros, no lo sé —sonrío. Él me devuelve la sonrisa.

Ambos nos hemos adaptado a tener una hora de conversación cuando es la hora de comer. Creo que es la hora donde se puede hablar mejor y estar en familia.

—Sólo recuerda que no es igual que el preescolar pequeña. Ahí habrá niños más grandes que tú.

—No te preocupes papá.

Después de la pequeña charla, ambos comemos y después mi papá se lleva al hombro, mi mochila para ayudarme un poco. Me coloco el abrigo del perchero con ayuda de papá y él hace lo mismo con el suyo.

Rápidamente nos subimos al auto de papá. Hace frío afuera. Prende la calefacción y mete la llave para arrancar hacia la escuela.

Hoy sería un gran día.



¡Hola! Si eres nueva, ¡bienvenida! Y espero y te esté gustando la novela que yo misma saqué de mi cabecita.

Por lo tanto no permito copia o adaptación.

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*Aclaración: es éste fanfic, Camila no tiene mamá  (lo sé, triste), ni hermanos.

-AS.

El niño de mi infancia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora