👑 Capítulo IX 👑

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Mejor me largo de aquí...

Comencé a caminar buscando a Raquel, la cual por cierto al parecer estaba escondida entre tantas personas.

Entonces sin precio aviso alguien me tomó de la muñeca derecha por detrás y dio vuelta. ¿Pero qué..?

—No te he podido quitar la mirada de encima desde que llegaste, Princesa. Estoy a sus completas órdenes.

¡No podía ser cierto! ¡Debe ser una broma super pesada..!
¡¿Acaso Marcelo... O Mauricio me estaba pidiendo tener algo casual con él aquí?!
Sabía que era alguno de ellos por el disfraz y su falta de antifaz... Pero eso era más que perturbador.

¡Sí supiera quién soy le daría un ataque aquí mismo! Después su madre me mataría por haber salido, pero ver cómo este chico se arrepentía de insinuarseme valdría la pena.
Pero alguien más habló antes de mi.

—Esta doncella ya tiene compromiso previo a ti, fuera.

Un chico disfrazado del Fantasma de la Opera apareció, y después de hablar deshizo el agarre del gemelo.
Era alto, y su voz sonaba gruesa, algo que en el caso de Marcelo o Mauricio, era malo pues intimidaba.

Sin necesidad de decir más, el gemelo se fue dejándome en compañía del desconocido con antifaz.

—Sus deseos no importan, debes cumplir los míos.

Su voz era tan atrayente e incluso la notaba por encima de la estridente música y los gritos de adolescentes alcoholizados.

—¿Por qué, Fantasma? No estoy en obligación.

Se acercó más a mi.

—Bueno, te he salvado de ese grano en el culo. Así que lo merezco.
—Claro, supongo que te debo la vida. Sólo te concedo un deseo, y es todo.
—Me parece justo. Y deseo que sean tres.
—Eso es trampa.
—Pero es mi deseo, debes cumplirlo.
—Quien debería poner las reglas soy yo. Te quedan dos. Ni uno más y queda prohibido aumentarlos.
—Ven conmigo. Ese es el primero.

Tomó mi mano y entre las personas que bailaban sudorosas entre sí me guió a la planta alta de la casa donde las recámaras.

—¿A dónde es que vamos?
—Tranquila, todo está bien.

Al parecer por el ruido de la música o por lo que fuera no notaba mi voz un tanto gruesa.

Al final del pasillo se encontraba una puerta con llave, la cual pudo abrir sin problema. Me indicó pasar.
Un tanto renuente entré, me podía hacer una idea de qué es lo que él quería que pasara... Lo que no sabía era si yo estaba dispuesto a eso.

Cerró con pestillo y se acercó a mí.

—Mi segundo deseo...
—Y último. —le interrumpí tratando de mitigar mis nervios y tratando de dejarle en claro que él no tenía el control absoluto de la situación.
—Es que paremos un buen rato.

Fue de inmediato a mi boca, demandante como su voz insinuaba, apremiante como su tacto sobre mis mejillas.

—Debo decirte una cosa... —hablé entre jadeos cuando fue a besar mi cuello. —No soy quien crees.
—Mmm... —yo muriendo y él que no me prestaba atención.
—Soy hombre. —de inmediato se detuvo. Me miró a los ojos sin un ápice de asco, o sorpresa al menos.
—Ya lo sé. —bueno, el sorprendido soy yo. —A simple vista no se nota, me di cuenta después de verte un rato, por eso me he decidido acercarme a ti. Por eso y porque tú si respetas te la temática de la fiesta. —volvió a acercarse tardando de besarme.
—¿Cómo sabes la temática de la fiesta?

En vez de responder directamente se quitó el antifaz que portaba, que solamente cubría la mitad superior de su rostro.

—¡Pero si eres..!
—Si, si. Lo sé. Soy Emmanuelle Renteria, el anfitrión y quien se supone está con su novia teniendo coito justo ahora.
—¿Acaso tú eres entonces..?
—No termines esa pregunta, ni se te ocurra. Déjemoslo en que me pareciste guapo y con ese disfraz cumplo mi fantasía de cojerme a un chico lindo travesti. Dos pájaros de un tiro.
—¿Y tú te crees que soy de una sola noche? Por supuesto que no. Ahora, si me disculpas "Fantasma", debo retirarme. Tu segundo deseo queda anulado.
—No. Tú no sales de aquí hasta haberlo hecho conmigo.

A partir de ese momento trató de forzarme, sin embargo logré liberarme dándole un rodillazo en la entrepierna.

Como pude salí corriendo de la habitación y de la casa.

Logré ver a Raquel y la tomé del brazo, llevándola a rastras conmigo.
Apenas pasamos el recibidor y me di cuenta de que había muchas personas en el jardín delantero de la casa, haciéndome difícil la tarea de huir con mi amiga a cuestas.

—¡Maldita sea con este vestido! ¡No puedo huir a gusto!
—¿Qué es lo que sucede, Aiden?
—¡Debemos irnos, eso sucede! —voltee sólo un segundo a verla, y eso fue suficiente para chocar con otro adolescente ebrio.

Él cayó al piso, yo caí encima suyo, Raquel veía abrumada la escena y todos nos veían con sorpresa, demasiada sorpresa.

La peluca había caído al suelo revelando mi género.

No Soy Cenicienta. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora