22º I N S T I N T O · A N I M A L

167 17 0
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


El juego había terminado. Enna volvió a tiempo y cicatricé la herida con el botiquín de primeros auxilios propio del instituto. Estuve realmente perdida e ida durante los últimos minutos, la cabeza sobre un puño y la piernas cruzadas viendo como la pelota iba de un campo a otro, perdiendo la noción del tiempo, perdiendo la normalidad por totalidad al recordar aquellos relucientes colmillos.

El terrible sonido que causó Cameron al ser lanzado contra la pared y los gemidos de Arista por controlarse, por mantener a flote su fobia, causó que la necesidad de saber cómo se encontraban acrecentara hasta consumirme fuera del aburrimiento. Me levanté sin mérito alguno, caminé despacio entre los pasillos más oscuros del centro, no había nadie, ni un fantasma con la oportunidad de un susto, ni un hombre lobo, ni un vampiro.

Seguí a la gran multitud fuera del instituto, tomé el camino hacia el estacionamiento y recordé que tal vez no habría nadie aguardándome. Era ilógico pensar que quizás él estuviera manteniendo la sonrisa radiante que lo caracterizaba, cuando los momentos se descontrolaron, cuando la sed se apoderó de su hermana. En parte me sentía culpable, había forzado a muchos para poder salvar a los que quería, sin tomar en cuenta a los demás que también apreciaba, decisiones apresuradas tomadas en lapsos de egoísmo.

Los audífonos se apresuraron a intentar hacer olvidarme y desconectarme de la realidad, de la fría y degradante realidad. La misma que se desfiguraba a medida en que pretendía sobrellevarla. Levanté la mirada ―en todo el trayecto solo se fijaron en mí caminar―, y la curiosidad la elevó.

Allí estaba su auto, brillante y fuera de lugar con el resto. Fuerte e imponente, indestructible y electrizante, el trueno en frente de mis ojos, el aura perfecta de Cameron. Dude ante la posibilidad de que estuviera dentro, pero no, era una completa tontería hacer eso, su hermana lo necesitaba más que yo a él, su familia siempre iría primero y eso debía respetarlo a como diera lugar, por más que el deseo concurra mis venas.

La velocidad amplificó, no quería girar, solo avanzar entre esta verdad. Las manos se aferraron al abrigo, el cielo iluminaba, la lluvia empezaba a dibujarse como rocíos en las nubes, como aliados a las penas, como causantes de un desastre en mi interior. Seguía el sendero hasta que algo me atrajo a otra dirección. Un alfil se movía sin precedentes. Un nuevo baile.

―Elif ―su voz chocó con la música en mis oídos, haciendo que desapareciera mientras caían de ellos―. ¿Dejarás que os lleve a casa?

Su sonrisa volvía a dibujarse, pero no era la misma de antes. Esta poseía a su vez ciertos rasgos de dolor y desagrado hacia él. No podía mentirme, ya no lo hacía tan bien.

Corrí, volé, mis pasos propagaron su velocidad, pensé en tropezar, pero él no lo permitiría. Nunca más. Sus brazos se entrelazaron entre mi cintura y cabello, podía sentir aquella frialdad con la que su pecho deshacía aquella camiseta tan elegante. Era capaz de percibir como el calor era reemplazado por el gélido de su aroma y voz. Las caricias exploraban mi cuerpo y helaban la sangre, la respiración se entrecortaba. Un sentimiento de querer y por fin lograrlo.

SOMBRAS INMORTALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora