9º S O R P R E S A S

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Tuve que esperar unos cuantos minutos antes de que papá regresara con la misma sonrisa radiante de aquel día. Me sorprendía el paso del tiempo es sus pequeñas arrugas, una gran estela de recuerdos y sentimientos pasados, se habían quedado impregnados en su rostro. Formándole pliegues por donde observaras. Me preguntaba si a mí también me sucedería, incluso estaba imaginándome la fecha de mi decaída. Seguramente los miedos al envejecer cobrarían factura al aparecer el primer cabello blanquecino y brillante delante del espejo, ocasionando una expresión de desesperación en mi rostro aún joven.

Me levanté de la camilla intentando obviar los miramientos que me aturdían, moví la cabeza una y otra vez, de un lado al otro, no era momento de mortificarse. Sin embargo por más que quise deshacerme de ellos, solo uno quedó, latiendo fuertemente, llenando mi mente. Debía averiguar quién me había encontrado aunque eso conlleve una larga y dificultosa conversación con mi padre.

Quité los vendajes, mis heridas habían curado y ya ni se notaban. De pronto un dolor en el pie me recordó la mala suerte que tenía ―aún había una herida que no habría sanado por completo―, seguía enyesado y delirando despacio el sufrimiento causado por mis incesantes ganas de caminar. Pude ser testigo de los ruidos extraños que causaba la contractura de los huesecillos por el desuso.

Prendí la luz en busca de observar mi aspecto en el espejo del baño. Tenía marcas de somnolencia acumuladas en el lagrimal, ojeras por debajo y sobre los parpados, además de la poca paciencia que eso me causaba, debatiéndome si gritar por la torpeza que me había caracterizado la noche en el bosque o aceptar mis consecuencias.

Me dirigí hacia el bolso que había traído papá, ni siquiera sé cómo pudo escoger la ropa más adecuada para mí, sabiendo que era complicado rebuscar entre mis prendas. Pero estos no eran momentos precisos para ponerse a criticar el estilo con el que saldría nuevamente a la realidad. Daba igual, solo quería evitar colocarme nuevamente el vestido de la fiesta e irme lo antes posible con las respuestas necesarias que disponía mi regreso a casa.

Así que cambiándome, luche con el yeso para que el pantalón no se quedara trabado ―supondría más trabajo intentar reiniciar el proceso hasta que resulte, ya me había cansado lo suficiente― Luego una polera oscura, y la chaqueta con la que mi padre me había visto casi todos los días de mi existencia ―recordaba haberla tirado al cesto de la ropa sucia― Menudo rollo.

Las mismas zapatillas con las que daba mi ruedo una y otra vez, las que eran causantes de que entablara una pequeña discusión con mi padre cada vez que me las probaba antes de salir, yacían esperándome debajo de la camilla. Me calcé solo la derecha, la izquierda estaba completamente imposibilitada, sería una tontería intentar colocármela, así que la devolví al bolso.

Caminé hasta el mueble que estaba al lado de la ventana. Los jardines se veían igual de iluminados que cuando los miré por última vez. Sería obligatorio mantenerlo así ―después de todo, los enfermos terminan amando las plantas― Por consiguiente, una buena imagen mantendría la confianza entre los pacientes, familiares y doctores. Me sorprendía la gran cantidad de rosas que crecían entre los pastos verdes opacos. Aunque no tenían parecido igual a la rosa del baile.

SOMBRAS INMORTALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora