Fantasmas del pasado

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Jueves. 05:30 P. M. El tiempo, oficialmente, se había convertido en mi peor enemigo. Hacía desde las 05:00 P. M. que estaba esperando, listo para salir, sentado en el sofá y mirando el reloj como un estúpido. Habían sido sólo 30 minutos, pero se habían sentido como horas. El muy maldito sabe cómo ir lento cuando tienes algo demasiado bueno en tus narices. Pero luego, cuando estás disfrutando del mejor maldito sexo oral que te han hecho en tu vida, sientes que duras unos pocos segundos, terminas y olvidas lo jodidamente genial que te sentiste. Y, de la única forma que sabes que fue muy bueno es cuando te duermes después de eso y despiertas al día siguiente.
   Cuando finalmente faltaban 20 minutos, tiempo considerable que podría tardar en llegar, claro, si voy como tortuga, tomé mis cosas y salí de casa. Me tomé mi tiempo. Me puse mis auriculares y comencé a escuchar música mientras caminaba, completamente sumergido en mi mundo. Los vehículos pasando por la calle, la gente caminando, el ruido, el bullicio, todas eran cosas irrelevantes las cuales ignoraba. Lo ignoré todo, menos al chico que acababa de pasar a mi lado. Mis ojos fueron atraídos hacia él como si de un imán se tratase. Fue casi como un reflejo. Me detuve en seco y lo observé, alejándose al paso de la muchedumbre. Su estatura, la forma de su cuerpo, su cabello, el largo abrigo que llevaba puesto; todo me lo recordaba a él. Tenía que ser él. Caminé rápidamente hacia él, casi que corrí hasta alcanzarlo. Y llamé su atención.
—Disculpa —dije, tocando su hombro.
   El chico se volteó, y al hacerlo, descubrí que no era quien yo creía. De frente, ni siquiera se parecía. La decepción me invadió al instante. Pero, ¿qué esperaba?, ¿que fuese él en persona?, ¿que estuviera aquí sólo para decirme que me extrañaba y que admitiese que dejarme e irse del país había sido un error? ¡Ja! Debía estar soñando. Eso jamás pasaría y tampoco quisiera que fuese así. Yo ya lo había superado. Pasé de página hace tiempo ya. Gracias a él había descubierto que yendo de hombre en hombre era mejor que tener esa absurda idea de estar junto a uno de por vida. Yo ya no pensaba así.
—Lo siento —me disculpé con el extraño—, lo confundí con alguien más —dije, y él siguió su camino.
   Verlo irse me recordó muchas cosas. Cosas dolorosas que ni siquiera quería recordar. Lo odiaba por haberme dejado esos horribles sentimientos. Lo odiaba por haberme enamorado, por haber tomado mi corazón sin previo aviso, sin alerta alguna. Lo odiaba por haberse convertido en mi fantasma. Se había convertido en aquello que me perseguiría toda la vida, donde quiera que vaya. Por eso, haber visto a ese chico había sido como un recordatorio. Uno que me decía fuerte y claro que mis fantasmas del pasado aún estaban allí; aún me acechaban. Fue la clara imagen de ello. La clara imagen de mis fantasmas del pasado acechándome.
Retomé mi camino. Intenté ignorarlo. Fallé en el intento. Volví a probar. Y volví a fallar. Aún así, mi paso era firme. Miré la hora y me di cuenta de que sólo faltaban cinco minutos para las seis; tenía que correr. Hubiese llegado bien si no fuera por ese maldito incidente. Era todo culpa de ese bastardo. Él había sido el culpable de todas mis noches en vela, de mis lágrimas, de mis depresiones y de mis muchos impulsos por comprar helado y ver películas tristes hasta la madrugada. Y, no sólo eso, sino que ahora me hará llegar tarde a una cita importante. ¿Y si Chan ya se había ido? ¿Y si pensó que era como esos estúpidos de sus amigos y que lo dejaría plantado? ¿Y si él comenzaba a ignorarme? Todo eso sería culpa de aquel imbécil, estúpido. Lo odiaba. Lo odiaba con todo mi ser, con todas mis fuerzas.
Al borde de las lágrimas, logré llegar. Todo aquello me había conmocionado demasiado y estaba en un estado muy sensible. Comencé a buscarlo con la mirada, desesperado, preocupado de que no estuviese allí. Estaba agitado, cansado, sin aire, con los ojos llorosos e histérico. Y, aún así, seguía queriendo ver al maldito novato adorable. Era tan lindo que no me imaginaba cómo alguien sería tan estúpido como para dejarlo plantado. Tan sólo pensar en su cara, en la decepción que sentiría, me rompía el corazón. Yo jamás podría hacerle eso a él.
   Todo se sentía horrible. Comenzaba a creer que él ya se había ido. Que ahora me odiaría. Una depresión comenzó a caer sobre mí y nada se veía claro. Hasta que él estuvo en mi vista. Al verlo, todo se volvió un poco más brillante. Todo volvió a su tono natural, dejando de lado aquella sombra deprimente que tenía hasta hace unos segundos atrás. Él miraba su reloj en su muñeca y luego a su alrededor. Lucía nervioso, impaciente. Pero luego me vio y una sonrisa se hizo presente en su rostro. El tan sólo verlo incluso hizo que una sonrisa surgiera en mi rostro también. De la nada, mi corazón había vuelto a latir aceleradamente, sintiéndose más tibio, sintiéndose más vivo.
   Me acerqué a él, sintiendo cómo aquel peso que sentía en mis hombros se esfumaba. Me sentía aliviado y él parecía sentirse igual. Al llegar a su altura, apenas pude pronunciar una palabra.
—Hola... —dije.
—Hola —dijo él— Me alivia verte aquí, por un momento creí que no vendrías... —confesó, tímido.
—No me lo perdería por nada —dije, aún sonriendo.
   Él hizo silencio por unos segundos, sorprendido por mi declaración, y luego volvió a sonreír, sonrojado. No había mejores vistas que aquellas.
—¿Vamos? —dijo, señalando la entrada.
—Vamos —dije, afirmando.

Hello, Sweetie • [JuNo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora