*UNA PEQUEÑA MENTIRA*

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Llegué escurriendome los pantalones y los dos abrigos que llevaba encima. Freddie estaba esperándome en el vestíbulo; preocupado.

-¿Dónde has estado?

-En casa de Ángeles, Fred-

-¿Estás segura?

-Toma el teléfono y confirmalo por ti mismo, salí a toda prisa con la esperanza de que la lluvia no me alcanzara, pero fue inútil, si me alcanzó-

No sé por qué, pero no quedó muy convencido de mi respuesta. Subí a mi habitación, retiré la ropa empapada y me di un baño con agua caliente. Tardé practicamente dos horas metida en la ducha, pensando en todo lo que había ocurrido.

Ese beso, ¡mi primer beso! podía sentir como se mojaba mi parte baja y no era precisamente por el agua.

Por unos instantes, llegué a juguetear con mis pezones llenos de espuma, imaginando que no eran mis manos las que los tocaban, sino las manos de Roger.

¡Dios santo! creo que me estaba volviendo loca, leer tantos libros románticos: "La llama y la Flor", "Perfume de Paraíso", "Orgullo y Prejuicio"; me habían enseñado tanto de los hombres y sus actitudes, que lo único que me hacía parecer de catorce años, era un número.

Cuando salí de la ducha, un furioso Freddie Mercury estaba esperándome en la puerta de mi cuarto.

-¿Pasó algo, Fred?

-No sé, dime tú-

-¿Por qué yo, hermanito?

-No sé, tal vez me podrías explicar por qué hay un abrigo de más abierto en el tendedero, un abrigo de hombre-

¡Rayos! era el abrigo de Roger. Mamá había subido a recoger mi ropa.

-Es el abrigo de un amigo, me lo puso para que no me diera tanto frío-

-¿Un amigo, dices? ¿Qué amigo?

-El hermano de Ángeles, Christopher, no lo conoces-

-Mmm, ¿segura que solo es tu amigo?

-Completamente, hermano dientón.

Freddie salió de mi habitación sin decir ni una sola palabra. Ultimamente se comportaba raro conmigo y estaba segura que el episodio ocurrido en la cocina ese día, tenía algo que ver.

Esa misma tarde me puse en contacto con Christopher, poniéndolo al tanto de todo lo que estaba pasando con Freddie (no le conté lo de Roger, obviamente), él de muy buena manera aceptó cubrir mi mentira, sin preguntar de quién era el abrigo misterioso. Creo que Christopher sentía algo por mí, no cualquiera hace favores de ese tipo.

Cuando estuve más tranquila, me acosté en mi cama, nuevamente a meditar todo lo ocurrido y a dejar volar mi imaginación, pero una leve tos y un dolor de cabeza interrumpieron mis pensamientos. Ese día había pescado un gran beso bajo la lluvia, un hermano intranquilo y un fuerte resfriado.

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