¡Dulces 16!

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El 27 de agosto de 1975, sería recordado como mi mejor cumpleaños. Fred había decidido no trabajar por la tarde y organizar una fiesta para festejarme. Globos en la sala, la chimenea encendida, copas repletas de vino, bandejas con comida y un hermoso centro de mesa con un pastel que nadie probaría ese día.

Mary me ayudó a vestirme, a peinarme y a maquillarme. Mi falda corta, mi blusa ajustada, mis botas setenteras, moldeaban con exquisitez mi cuerpo. Era increible, físicamente parecía de veinte y no de dieciséis.

No hubo tiempo para aburrirse, ese día no sobraba, ni faltaba nadie. Se abrieron botellas de vino en cantidades absurdas, de mi parte, solo probé algunas tres copas porque quería estar lúcida para el día siguiente, nunca me había embriagado y no pretendía hacerlo en ese entonces. Para las 2:00 AM, Mary, Brian, Freddie, John y los otros tres hombres que estaban con nosotros allí, podían caerse de la borrachera; Roger, en cambio, estuvo igual de lucido que yo, eso si, fumaba sin parar un cigarrillo tras otro.

Eché un vistazo a mi alrededor y noté que Fred y Mary estaban de camino a la habitación de mi hermano, listos para copular, al notar que los demás que quedaban en la fiesta no se pertenecían absolutamente de nada y estaban quedándose practicamente dormidos, me fui a mi cuarto. No vi a Roger por ningún lado.

Entré sin encender la luz, me bastó con los reflejos de luna que entraban por la ventana, me paré en frente de la cama y me quité las botas. Me disponía a amarrarme el cabello, cuando una mano ágil entró por mi falda y otra me rodeó la cintura para voltearme a toda prisa. Era Roger Taylor. Podía ver su cabello rubio brillante por la luz de la luna y sus labios rozagantes muriéndose de ganas por tocar los míos. La mano que sostenía mi cintura, voló a mi cara para acercar mi boca a la de él, depronto, estábamos unidos en un gran beso, sus labios sabían a cielo, eran una mezcla a vino y cigarrillo. Con la otra mano, seguía revoloteando por debajo de mi falda y con movimientos ágiles, me apresaba las dos nalgas.

No quería dejar de besarlo, él era un delicioso manjar que me tentaba de todas las formas posibles, mi piel se calentaba centimetro a centimetro con el roce de la suya, provocando estallidos en mi pecho. Era apasionado, pero delicado, mi peso era igual al de una pluma. Su mano aún continuaba revoloteando ahí abajo, hasta que, de manera imprevista, mi ropa interior fue cayendo poco a poco por mis piernas. Él separó sus labios de los míos por un momento y empezó a deslizarce por mi cuerpo, tomó las pantaletas y las sacó por mis pies, también me quitó las medias una por una, se levantó, me enterró en sus brazos y volvió a besarme, pero antes de eso, pude oir como me dijo en voz baja: ERES PERFECTA.

-¡DIOS MÍO!- (pensaba) mientras él me seducía con su beso, eran dos corazones latiendo fuerte, nunca imaginé que uno pudiera sentir todas esas emociones. Mis manos temblorosas y muy escurridizas, se mudaron hacía su camisa, desprendiendo cada uno de los botones hasta dejar el pecho desnudo, me encantaba tocarlo, olía delicioso, su piel era suave y muy ardiente. Como pude, saqué su camisa, su boca no se despegaba de la mía, mi mano enredada en su cabello lo atraía hacía mí con más fuerza. La sangre bombeaba con rápidez. Roger me sacó la blusa en un solo intento y yo no lo impedí, el sujetador también voló y poco me importó. Nuestro cuerpos volvieron a juntarse mientras sentía como mis pechos rozaban su piel caliente. ¡QUÉ DELICIA!
Sentía corrientazos por todo el cuerpo, era el hombre con el que deseaba estar toda mi vida, quería congelar ese momento en el que solo eramos él y yo. Roger se apartó de mi cara y antes de que pudiera reaccionar, ya estaba tirada en la cama, aún llevaba puesta la falda, aunque estaba consiente de que no sería por mucho tiempo.

En ese momento, eramos un solo cuerpo, él sabía como complacerme, su boca situada en el lóbulo de mi oreja, bajaba por mi cuello cubriendolo de besos, mientras una de sus manos estaba posaba sobre uno de mis senos y suavecito acariciaba el pezón. Mi abdomen se contrajo y mi piel ardió, cuando sentí su lengua caliente jugueteando en el seno que quedaba libre. Mis dos manos sostenían su cabellera, mientras él seguía aferrado a mis tetas, tiraba suavemente de mis pezones y mi cara se llenaba de sudor; un sudor que nacía del mismo placer, mis labios también lo aclamaban y Roger no me hizo esperar. De nuevo, ya era dueño de mi boca, sus besos eran fuertes e intensos y mi cuerpo todo un remolino de emociones, podía sentir su miembro tan duro como una roca, así que decidí tomar la iniciativa y arrebatarle por completo la ropa que aún lo cubría para que quedara totalmente desnudo y a mi merced.

A pesar de la oscuridad, aún podía vislumbrar su cuerpo delgado. Palpaba desde sus nalgas, hasta su virilidad, su olor era espectacular, faltaba poco para que pudiera tocar el cielo por completo... lo sabía, porque la falda que cubría mi parte baja, ya no estaba, él la había arrebatado dejándome en total y completa desnudez.

Mi cuerpo sostenía el suyo, en ese instante, habían dos corazones latiendo al unísono. Roger descendió por mi cuerpo desde mi boca, recorriendo y llenando de besos mi cuello, mis senos y mi abdomen dispuesto para él, pude sentir como su lengua entraba en mi interior, como un gato lamiendo un plato de crema sin perderse una sola gota. En ese momento de gloria, solo podía jadear de placer. Con una de mis manos sostenía su cabello y pasaba de vez en cuando por sus orejas, con la otra, hacía una fuerza inmensa halando la sábana, tratando de que mis gemidos no se escucharan hasta el más allá. Estaba total y completamente perdida por aquel hombre, al que sin duda alguna le pertenecía en cuerpo y alma. Fueron segundos llenos de caricias infinitas, él, totalmente apoderado de mi femineidad y yo ahogada de un éxtasis sin final.

Roger volvió a mi boca. Con la unión de nuestros cuerpos, mis senos presionaban su pecho caliente, la sangre nos ardía, estábamos quemándonos por dentro, nos faltaba poco para alcanzar el placer máximo. Él tomó una de mis piernas y la subió a su espalda, depronto, pude sentir como aquel hombre entraba en mí, primero despacio, luego más rápido. Un ligero dolor cubierto de placer inundó mi cara.

-Estás bien- preguntó él, con voz de excitación

-Estoy muy bien- le acaricié la boca y lo besé.

Él siguió en su labor, empezó suave (otra vez) y luego más y más rápido. Mis caderas estaban totalmente arqueadas para él, traté de calmar los gemidos, pero era imposible, así que los saqué sin vergüenza y él también hizo lo mismo. En ese glorioso instante, fuimos solo uno.

Tiempo Al TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora