Prólogo

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Nunca imaginé que una persona que necesita vivir tranquila y sin excesivos ruidos encontrara paz en las abarrotadas calles de Manhattan. Supongo que así he sido siempre, digo una cosa para acabar haciendo justamente lo contrario. Soy pura contradicción.

Pero me apetece contaros algo, dejar que os cuente como acabé aquí. Yo no soy americana, de hecho, nunca antes había pisado los Estados Unidos. Nací en Génova, en Italia. Adoraba mi cuidad, las bellas calles de Italia siempre me habían encantado y aprovechaba cada vez que tenía un tiempo para escabullirme algún fin de semana a cualquier lugar de Italia. Si tanto me gustaba, quizás os preguntéis que demonios hizo que recorriera casi siete mil kilómetros para empezar una nueva vida, ya que seguramente hay sitios preciosos, menos abrumadores que Nueva York y con encanto, como cualquier lugar de la bella Italia.
Pues veréis, mi historia no es la típica historia de amor, en la que la chica se enamora y lo deja todo por el chico, empiezan una nueva y feliz vida juntos, compran un piso, se casan y tienen hijos, formando una maravillosa familia.

Mi historia comenzó conociendo a un chico, no lo negaré. Y no es precisamente el amor lo que me trajo aquí, aunque ahora si lo pienso con detenimiento, la verdad, que me estoy enamorando de esta ciudad. Y por supuesto, gracias a la grata compañía del dueño de esta alocada aventura, la persona que movió tierra y mar por salvarme e hizo que acabara en Nueva York también hace que me enamore de él, y él es Harvey Sanders.

Conocí a Harvey en Italia, concretamente cuando estaba pasando un fin de semana en Milán, sitio al que solía acudir frecuentemente por trabajo, y casualmente ese era uno de esos fines de semana donde debía desplazarme. Adoro mi trabajo, y además no me pagan mal por él, así que me permite poder pagarme mi propio piso, los gastos, la comida, las noches de copas con mis amigas y sobre todo, darme ciertos caprichos de vez en cuando. Así que puedo decir que vivo feliz con lo que hago. Soy guía de viajes. Hablo tres idiomas, italiano, inglés y español. Y me encanta viajar y conocer mundo, ¿veis lógico que me dedicara a esto, verdad ?
Como decía, en uno de esos viajes donde guiaba a un grupo de americanos para que conocieran la famosa Piazza del Duomo, allí estaba él, mirándome mientras explicaba en mi fluido inglés, (que por cierto, me había costado años hablarlo con su pronunciación correcta) como si hubiese dejado de existir la plaza del Duomo y solo estuviéramos él y yo en una habitación completamente vacía. Al principio no le di importancia, pero no me imaginaba que ese chico iba a darme más de un problema desde aquel momento. Al final de la visita, no dudó en acercarse a mí y decirme:

—Hola, me ha gustado mucho la guía que nos has hecho y como ahora tenemos dos horas libres, ¿te gustaría tomar una cerveza conmigo?—Y como no, su hermosa y perfecta sonrisa, no me dejó decirle que no, además estaba sola en Milán y no tenía nada mejor que hacer. Sin dudarlo, aceptar esa invitación fue lo peor que pude hacer en la vida, no sabía donde me estaba metiendo, pero a la larga comprendí, que quizá esa decisión no fuese tan mala, y fuese la mejor que había tomado en toda mi vida. Quizá conocer a Harvey Sanders no fue un error, quizás fue el acierto más grande de todos. Creerme cuando os cuento esto, viendo como entran los primeros rayos de sol por una rendija de la persiana, amaneciendo un bonito y soleado domingo en Manhattan, mientras, observo a Harvey tirado en la cama, con su pelo negro alborotado, durmiendo en calzoncillos como una marmotilla y con una cara de no haber roto un plato en su vida, aunque en el caso de Harvey, había roto demasiados.

Quizás esta no era la vida que había planeado, ni la que me esperaba por asomo, pero sin duda, Harvey Sanders llegó a mi vida para ponérmela patas arriba.

Cuestión de prioridades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora