Capítulo 3

52 8 0
                                    

Llevaba más de una semana de reposo en casa y ya empezaba a estar un poco agobiada de estar entre paredes. Y aunque el médico no me aconsejaba salir de casa ni caminar hasta pasadas las dos semanas después de haber estado otras dos semanas en coma, totalmente ida, no creía que fuera buena idea salir a la calle y menos por mi propio pie. Pero era tan grande el ahogo que me estaba produciendo estar día sí y día también en casa y salir solamente al balcón, que necesitaba un respiro. Un poco de aire fresco, un poco de luz solar que me quitara la palidez de mi cara y un poco más de movimiento que no fuera estar tirada en la cama y en el sofá las veinticuatro horas del día. Pero mi madre se dio cuenta y me paró. No me dejó salir.

—Diane, cariño.—me miró sostenidamente, tragó saliva y esbozó una tímida y forzada sonrisa.—Se que quieres salir de casa, pero todavía no puedes. Has estado en coma dos semanas por falta de oxígeno.

—¿Y no crees que es precisamente lo que necesito? ¿Recuperar ese oxígeno perdido?—le contesté irónicamente. Por suerte podía hablar perfectamente, me costaba un poco caminar pero era más que nada por la debilidad en el cuerpo, el hecho de no haberme movido nada y estar alimentada por un tubo. Tuve suerte de que ninguna parte de mi cuerpo se paralizó y puedo moverme como todo el mundo. Sin embargo, una de las cosas que si que se vio afectada, fue mi memoria. Al principio estaba totalmente desorientada, no sabía ni quienes eran mis amigos. Miraba a Nicole y a Sylvana y no era capaz de reconocerlas. No conseguí entender porque lloraban al saber que yo no sabía quienes eran, para mí eran completamente desconocidas. Sin embargo, cuando fui volviendo a la normalidad, recapacitando y siendo consciente de todo lo que había pasado, poco a poco fui recobrando la memoria. Eso sí, con lagunas. Había datos o aspectos en concreto que no lograba recordar, pero la gente a mi alrededor respiraba tranquila al saber que los reconocía a todos y que albergaba en mi memoria todas aquellas cosas que me definían. Seguía recordando mi color favorito, la comida que podría estar comiendo todos los días de mi vida, en qué trabajaba... e incluso conseguía hablar en los tres idiomas que conocía a la perfección. También recordaba a mi perro Black, un precioso husky gris y blanco. Me acordaba del día que fui a buscarlo a la perrera, donde lo habían encontrado tras haber sido abandonado en una carretera desolada por donde apenas pasaban coches. Sin embargo, como decía, tenía ciertas lagunas que habían afectado a mi "yo emocional". No relacionaba mi situación con lo que me había pasado con Giovanni y a veces no entendía como es que no estaba conmigo en casa y otras ni si quiera lograba decir quien es él. En definitiva, no me entraba en la cabeza que había estado dos semanas en coma por su culpa. Por eso, mis padres decidieron apuntarme a terapia, a la que comencé a ir todos los martes, jueves y viernes de cuatro a cinco y media de la tarde.

Por otro lado, a Giovanni lo había localizado la policía. Se había hecho el loco tras lo sucedido pero al final dieron con él, ya que el muy imbécil se había tomado la molestia de volver a casa a coger cosas. Siempre supe que aunque el tío siempre fuera de machito, le faltaban un par de neuronas, por no decir que apenas contaba con alguna.  Por desgracia, hay una mierda de justicia en este país, bastó solamente una orden de alejamiento para resolver el caso. Le tenían que haber acusado por lesiones e intento de homicidio, pero dadas las circunstancias, solamente se le impuso una orden de alejamiento de quinientos metros. Y sí, eso es todo. Estuve a punto de morir, pero como sigo viva, los acontecimientos ya no importaban a los jueces. 

Con la terapia fui entendiendo que Giovanni no era bueno para mí, ni lo fue nunca. Vivía en una constante prisión dónde la huida era algo impensable. Tenía tanto pavor a sus amenazas, que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de satisfacerlo y no entrar en su sucio juego. Sabía que me podía manejar a su antojo, sabía que pese a que insistiera; iba a acabar cediendo y si tardaba en hacerle caso, la hostia no la veía ni venir. Como un coche de carreras en una competición. A más de doscientos kilómetros por hora. Así fue mi primera paliza, como un rayo de luz que me dejó en shock totalmente y a lo que nunca pude hacer frente. Estaba tan martirizada psicológicamente que llegaba un punto en el que todo lo que hiciese contra mí me parecía normal, incluso llegué a culpabilizarme de su propio enfadado, de sus problemas en el trabajo, de que llegara muchos días borracho a casa. Me costó mucho entender todas esas cosas, de las cuales, hoy en día me arrepiento, pero como comprenderéis, el pasado es el pasado y no se puede huir de él. Hay que afrontarlo y asumirlo, aunque no te queden ganas y fuerzas para seguir adelante. Tras lo sucedido, me sentía como si estuviera en una habitación blanca en la que corres y corres para llegar a una salida, pero eso nunca tiene fin. Nunca hay una salida. Es una jaula continua en la que luchar contra tu cabeza, contra tus pensamientos, te parece una batalla perdida. Sin embargo, llega un momento, en el que te das cuenta, casi de golpe, de que la vida es una y que por mucho dolor que haya dentro de tu corazón, hay que seguir luchando, hay que seguir intentando llegar a lo más alto. Y así hice, derribé todo ese asco en forma de muro que sentía por haber sido tan estúpida con Giovanni y no haber visto las cosas a tiempo y construí una muralla nueva y ésta vez, mucho más bonita. Con mi propio esfuerzo y el incondicional apoyo de mi familia y de mis amigos, volví poco a poco a ser la Diane feliz y alegre de siempre. La que siempre andaba diciendo tonterías y hacía reír a sus amigos aunque éstos estuvieran de bajón. No es por ponerme medallas, pero desde que era pequeña tuve la capacidad innata de reconfortar a las personas, de hacerlas sentir un poco mejor. A veces me preguntaba por qué no había estudiado psicología, porque la verdad es que me iba como anillo al dedo. Pero esta vez, esa no era la situación. Ahora me tocaba a mí dejar que me mimaran por una vez en la vida. Necesitaba los ánimos y el calor de mis seres queridos tras la Nochevieja más trágica de toda mi vida. Y así, poco a poco, fui escalando la montaña y conseguí llegar a la cumbre. 


6 meses después...

Hay que ver lo guapa que estás hoy, ¿eh?—Sylvana me miró desde la puerta de mi habitación mientras me probaba el vestido nuevo que me había regalado mi madre para la boda del hermano mayor de Sylvana, a la que Nicole y yo también estábamos invitadas.—Me llena de orgullo ver como has resurgido de tus cenizas y te has convertido en la maravillosa mujer que fuiste siempre. Me alegro mucho por ti.

Sylvana me acarició suavemente la mejilla y me dio un cariñoso abrazo. Gracias a ella y a Nicole la recuperación fue mucho mas amena, mucho más sencilla. Medio año después había rehecho mi vida, eso sí, cero compromisos con nadie. Disfrutando de la grata compañía de amigos y de mi familia y sin pensar en el amor. Para eso ya tendría tiempo. Sólo pensaba en disfrutar del bodorrio que me esperaba y lo bien que lo íbamos a pasar.

Alessio es el hermano mayor de Sylvana. Treinta años recién cumplidos, media barba, ojos oscuros que inspiraban paz y de etiqueta. Siempre elegante. Como todos los hombres de negocios, empresarios, sin que nunca faltara su reloj de Gucci de casi mil euros que nunca se cansaba de enseñar. Se casaba una bonita tarde de julio, con una modelo algo conocida por Italia que estaba comenzando a tener éxito y aparecía en las revistas más vistas de Europa. Para un hombre que manejaba bastante pasta, no era de extrañar que tuviera a su lado a un bellezón como Chiara Prescott, rubia de un metro y setenta y cinco centímetros, ojos azules; inquietantes y su figura delgada, poco culo y poco pecho, pero con mucho garbo.

A eso de las seis y media de la tarde estábamos todos sentados para presenciar la hermosa boda que iba dar lugar a un nuevo matrimonio. Se celebraba en un lugar especial, en el Porto Anticuo de Génova, que aunque fue reconstruido en los años noventa, sigue conservando el encanto propio de la década anterior. Una melodiosa y dulce música resonaba por el antiguo puerto dando lugar al inicio de la boda. Todo el mundo estaba feliz, alegre. Brindaban sus copas y bailaban riéndose al ritmo de la música. Cuando Chiara Prescott apareció con su largo y brillante vestido blanco, todos los invitados dejaron lo que estaban haciendo para fijar sus ojos en la protagonista de aquel día. Estaba preciosa. Su vestido relucía gracias a los rayos de sol que emitían destellos y se reflejaban en las piedrecitas de plata que decoraban su vestido. Tras la típica y famosa entrada de la novia al altar, todo prosiguió como todas las bodas mientras los familiares y amigos más cercanos a la pareja, no conseguían evitar sus lágrimas de emoción.

—Yo, Alessio, te tomo a ti, Chiara, como esposa y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

—Yo, Chiara, te tomo a ti, Alessio, como esposo y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

Todos aplaudieron emocionados tras el apasionado beso de los protagonistas de aquel día y la boda fue trascurriendo como la seda, entre copas y copas de vino y música alegre.

Pero nadie había reparado en la presencia de un hombre de negro en la distancia, que se ponía de nuevo sus gafas de sol, también negras y que tras una siniestra mirada, se retiró del lugar a paso lento. Suave y decidido. Sin prisa pero sin pausa. Montó en su Porsche 718 Boxster color platino y se desvaneció ante el atardecer.

Cuestión de prioridades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora