Capítulo 17

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Hace 15 años...

Pasen por favor.—Un señor de más de cuarenta y cinco años los invita a pasar a su consulta. Una placa plateada resplandece en su mesa con el nombre de William Krause. Una mujer alta y rubia aparece con una adolescente igual de rubia que ella, con sus ojos azules asustados. El psicólogo William Krause, les hace una señal de que por favor se sienten en las sillas que hay delante de su mesa de trabajo.—¿En qué puedo ayudarles?

—Verá. Mi hija ha tenido comportamientos muy extraños los últimos días. Y no sabemos a qué se debe.—La madre de la niña toma la iniciativa. La joven de quince años todavía sigue callada y se dedica a mirar las cuatro paredes que componen aquella consulta. No es la típica sala de un médico. Ésta es diferente. Se parece más a un despacho de abogados. Tiene diplomas, perfectamente enmarcados de forma simétrica en la pared, una estantería donde se encuentran cientos de manuales sobre Psicología del desarrollo en la infancia y adolescencia, psicología social, clínica... etc. Al fondo de la sala se puede ver un sillón de piel de color marrón y un sofá de color beige enfrente de éste. Un amplio ventanal en la pared izquierda permitía divisar las maravillosas vistas de la ciudad de Génova.

—¿Qué clase de comportamientos?—El psicólogo no había quitado la mirada de la joven, que seguía distraída observando cada rincón de aquella habitación. Ella, sin embargo, no parecía percatarse de que William Krause no le quitaba el ojo de encima.

—Pega a sus compañeros en el instituto. Sus profesores están hartos de decírmelo. Y siempre está sola. Dicen que no se relaciona con nadie. Y dibuja cosas muy raras.—La mujer saca de su bolso un par de dibujos que le dieron los profesores el día que tuvo una reunión con ellos.—¿No son horrorosos? ¿Qué clase de persona se pasa las clases dibujando esto en vez de atender en clase?—El psicólogo los examina, se acaricia pensativo su barba y se ajusta las gafas.

—Me gustaría quedarme a solas con su hija. A ver que es lo que me cuenta. Pero con usted delante no creo que le sea fácil. Espero que lo entienda.

—Sí, sí. Por supuesto. Haga lo que necesite. Yo esperaré fuera.—La madre de la joven se levanta y tras dedicar una forzada sonrisa a aquel hombre desaparece por la misma puerta por la que entró.

La joven seguía sin decir absolutamente nada, por lo que el psicólogo retomó su asiento y mirándola fijamente le preguntó.

—¿Cómo te llamas?—El hombre claramente sabía como se llamaba ya que había leído la ficha previa que habían hecho en el centro, pero siempre es mejor empezar por lo más básico e ir poco a poco con los pacientes. Es la forma más adecuada de que se sentían cómodos y vayan adquiriendo confianza para luego desahogarse con sus problemas. Sin embargo, no obtiene respuesta. La joven sigue sin mirarlo ni pronunciar ni una sola palabra. —Por favor, necesito que me respondas. Quiero ayudarte. Y pase lo que te pase, voy a estar aquí para darte una solución, pero si no colaboras, no puedo hacer nada por ti.

—Nadie puede ayudarme.—La chica giró levemente la cabeza y por primera vez, miró a William Krause, quién quedó un poco atónito con su respuesta.

—Eso es lo que tu crees ahora mismo. Muchos pacientes vienen aquí creyendo que todo esto es una pérdida de tiempo, pero al cabo de unas sesiones me acaban dando las gracias por haberlos ayudado. Contigo no iba a ser diferente.

—Repito. Nadie puede ayudarme. No necesito ningún psicólogo. No estoy loca.

—¡No, no! ¡Por supuesto! Nadie te está diciendo que estés loca. Los psicólogos estamos para ayudar a las personas a tratar sus temas personales, pero eso no quiere decir que estén locos. Sólo necesitan ayuda. Venga, hagamos una cosa. Tú me respondes a las preguntas y en el momento en el que te dejes de sentir cómoda, me lo dices y cambiamos de tema. Pero dame una oportunidad, ¿vale?—La joven asiente, no del todo convencida. ¿Qué otra opción le queda? Su madre se empeñó en llevarla pese a todas sus protestas, pero no hubo manera de convencerla. Su madre seguía pensando que ella tenía un problema y que tenía que ir al psicólogo para que la ayudara. Y no saldría de allí hasta que aquel hombre le diera respuestas a su madre.

Cuestión de prioridades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora