La forense e inspectora Michaela no había parado de trabajar en las dos horas que llevaba examinando el cuerpo. Había dado con su identidad, con la muestra de sangre y gracias a los dientes del chico. Aunque la cara estuviese completamente desfigurada y costara apreciar el rostro completo, su equipo técnico era realmente bueno trabajando. Michaela se soltó su larga cabellera negra que tenía recogida en una coleta y dejó que su pelo liso cayera por sus hombros. Se levantó de su asiento y con paso decidido y con el informe del caso en mano, se dirigió a la oficina de su compañero Messina. Ambos se conocían desde hacía más de ocho años, habían trabajado juntos en miles y miles de casos y gracias a la complicidad, confianza y buenos trabajadores que tenían, lograban archivar el 98% de los casos, cosa por la cual se sentían realmente orgullosos.
—Giovanni Serra. Veintiséis años. Tiene una orden de alejamiento de quinientos metros con su ex novia. Diane Cruz. Veinticinco años.—Messina la mira. Está tan guapa como siempre. Si no fuera porque está casada y tiene dos hijas, ya se hubiera declarado hace tiempo.
—Perfecto, Michaela. Buen trabajo.
—Gracias, inspector. ¿Necesita que le busque algo más?
—Michaela, no es necesario que cuando estemos a solas me trates de usted. Nos conocemos desde hace más de ocho años, somos colegas.
—Sí, lo sé. Perdona, es la costumbre de hablar así en el trabajo.—Messina sonríe y ella le devuelve la sonrisa. Hay mucha complicidad entre ellos. Eso se nota. Se conocen el uno al otro prácticamente a la perfección y la verdad que harían muy buena pareja, ya que tienen muchas cosas en común. Sin embargo, eso nunca será posible. Y Messina lo tiene muy claro. Sabía que en la vida conseguiría nada con esa mujer de tez morena que tanto le fascinaba, pero él se había cansado de vivir un matrimonio en el cual no había pasión y por ello, el amor fue oscureciéndose hasta quedarse escondido en el pasado. Firmó los papales del divorcio cuando hacia dos años que conocía a Michaela. Para entonces, ella estaba felizmente comprometida con un médico de origen británico. No había nada que hacer. Salvo seguir con su vida y centrado 100% en su trabajo. Lo único que le hacia feliz. Más que nada porque aparte de que le llenaba de orgullo y satisfacción ayudar a la gente o ser el héroe del descubrimiento de un crimen, veía todos los días a esa mujer morena de cuarenta y dos años, de la cual se había enamorado perdidamente. La que había sido su mujer le juró y perjuró que jamás dejaría ver a la hija que tenían en común. Fue un golpe duro para él, fueron a juicio. Un juicio que por desgracia, ganó ella y a él lo dejó triste y desolado, sumido en la más absoluta soledad. La custodia la tenía ella y él no podría ver a su hija más, su mujer le había traicionado soltando múltiples mentiras, pero para las cuales no tenía un argumento que resultara realmente convincente para el jurado.
Dejando a un lado sus pensamientos, se ponen a trabajar. Ambos se habían quedado examinando el informe que ella había redactado sobre el cuerpo de la víctima.
—¿Crees que tiene que ver esa orden de alejamiento con el asesinato de este chico?—Messina frunce el ceño y examina la orden de alejamiento que han conseguido imprimir.
—No lo descarto. Quizá lo mataron porque el chico la seguía acosando. Pero es una opción entre miles. Pudo haber sido cualquier cosa. Mira esto.—Michaela examina el papel que le tiende su compañero.
—Detención por posesión de drogas. Menudo elemento este chico.
—Está claro que no era un ángel. Más bien un chaval algo problemático.
—Y machista.
—Eso seguro. Pero mira, gracias a eso, tenemos huellas dactilares que nos ayudan a corroborar 100% su identidad.—Messina asintió.
—¿Has conseguido dar con su familia?
—Te lo miro en un momento. Mientras, hecha un vistazo al golpe que le ocasionó la muerte.
Messina lo mira pensativo. Interesante. No había hematomas, ni magulladuras por el cuerpo, simplemente un golpe seco en la cabeza, por el cual había perdido mucha sangre y le había costado la vida. Un sólo golpe. Una muerte sin sufrimiento. Sin embargo, la cara era lo peor de todo. Estaba claro que ahí si que había recibido golpes. Pero según el informe de Michaela, esos golpes habían sido post mortem. ¿Qué sentido tenía aquello?
—No entiendo nada. ¿Estás segura que estos golpes fueron después de su muerte?
—Completamente. Lo he revisado varias veces. A mí tampoco me cuadraba pero por lo visto, así es.
—Vaya, vaya... interesante. No sé porque me dice que esto no fue un asesinato. Más bien un homicidio. Quizás imprudente. O en defensa propia. Está claro que la persona que lo mató no lo tenía planeado. Se puso nervioso y sin pensar, intentó dejar el menor número de huellas posible. De ahí lo de la cara. Quizás quiso intentar borrar su cara para que fuera más difícil su identificación pero no cayó en muestras de sangre, ADN y los dientes. ¿Cuánto tiempo dices que pudo haber pasado desde su muerte hasta que lo sumergió?
—Es difícil saberlo, pero yo diría que pasaron un par de horas desde su muerte.
—Tiempo suficiente para hacerse con una botella de amoniaco y rociarla por todo su cuerpo para llevarlo al lago y hundirlo sin dejar huellas. ¿No crees?
—Tiempo de sobra, sin duda. Pero de eso no estoy tan segura. Pudieron ser dos horas, quizás un poco más o un poco menos pero por los análisis que he hecho, podría decirte que unas dos horas pudieron pasar sin ningún problema.
—Dame un minuto.—Messina se levantó de su oficina y llamó al teléfono móvil de su compañero que ya estaría estudiando el terreno del lago y sus alrededores. Al segundo bip le respondió.—López, ¿alguna pista?
—Hemos encontrado dos cabañas, inspector. Pero ni rastro de huellas de coche en la casa y andando hay miles en múltiples direcciones. Por aquí la gente viene a hacer muchas excursiones. Sin embargo, la dueña de la casa más alejada del lago me ha confirmado que la casa se la reservó a un tal Giovanni Serra y que le había pedido que dejara desayuno para dos.
—¿Desayuno para dos? ¿Qué es esa cabaña? ¿Un hotel o qué?
—No, inspector. Pero la señora ha dicho que ofrece ese servicio con la tarifa del alojamiento. Como están alejadas del centro y del pueblo más cercano... pues para facilitarles la estancia a sus clientes.
—Pensándolo así, es buena idea. ¡Bueno López que me enrollo! El chico que me has dicho es la víctima. Acaba de confirmarlo la forense Michaela. ¡Quiero que registréis la vivienda, de arriba a abajo! No os dejéis ninguna habitación sin registrar y coge muestras de platos, vasos, muebles... ¡lo que sea! Ah, ¡y para lo que te llamaba! Busca que sitio es el más cercano por allí para conseguir amoniaco. No lo llevaban consigo, de eso estoy seguro.
—¿Homicidio imprudente?
—Eso creemos. Haz lo que te he dicho.
—Si, inspector.
Messina colgó y se dirigió a Michaela, quien no había apartado el oído de la conversación.
—¿Busco a Diane Cruz?—La mujer le había leído el pensamiento. Michaela sabía perfectamente que su compañero iba a pedirle que localizara a esa chica.
—¡Cómo me conoces! Si, búscala. Creo que tendremos que hacerle una entrevista.—Messina sonrió. De momento las cosas iban bien para la policía. Sin embargo, para Diane y compañía, el tiempo corría en su contra. Pero la sonrisa le duró unos pocos segundos. ¿Diane Cruz no era la chica que había estado desaparecida hace unos días? Recuerda a aquel chaval diciéndole que la chica estaba bien, que simplemente se había ido con un compañero de trabajo. Messina arruga la frente y se dirige a su oficina y rebusca entre los papeles y las fichas guardadas en el ordenador. Eso no era verdad. La chica realmente había desaparecido. Ahora estaba 100% seguro de que aquel chico lo había mentido. Ahí había gato encerrado y el lo iba a encontrar. Diane Cruz estaba involucrada en la muerte de Giovanni Serra y él estaba más que convencido de ello.
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Cuestión de prioridades.
Teen FictionDiane es una chica italiana que sufre violencia de género tras los cuatro años de relación que lleva con Giovanni. Tras una fuerte paliza, Diane comienza a replantearse la vida sin Giovanni hasta que un americano, Harvey Sanders, se cruza en su cami...