Cuatro de marzo de 1994

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Amapola

Como lo prometido es deuda... te contaré el día, aquel día, en que me crucé con tu padre.

Recuerdo como si hubiese sido ayer, esa noche de casamiento, que nos uniría más tarde.

Un amigo en común se casaba y ambos invitados estábamos. En la celebración se acercó tu padre y tímidamente me preguntó si era algo de Noel, pues el parecido, según él, era bastante. Yo fría y cortante, le dije que no, le mentí para que se alejara, pero eso hizo que me siguiera toda la misa y más tarde en la fiesta, dónde me invitó a seguir el baile. Otra vez un NO rotundo salió de mi boca y dio de lleno en el rostro de tu padre. Pero él siguió insistiendo y al verlo rodeado de niños, decidí aceptarle. 

Esa noche me acompaño hasta el lugar donde me quedaba. Conversaba de todo y ahí me enteré que conocía a mi hermana, que iba todos los fines de semana a Guichón y que su moto a todos lados lo llevaba. Me contó vida y obra de lo que hacía, de lo que era y lo que amaba, me habló de su familia... que recién había cumplido 21 años y que el fin de semana siguiente iría a verme, si yo le aceptaba.

Ese fin de semana siguiente fui al baile y mientras bailaba, le esperaba (ni es necesario contarte que aquella noche supe que era el indicado, vi su cara de bueno y esa sonrisa inocente, tímida, contagiante. Sus ojos verdes, su hablar suave, su amor a la familia y a los niños que corrían para agarrarle) Llegó tarde y de inmediato se cruzaron nuestras miradas. Bailamos el resto de la noche y ahí mismo me preguntó si quería ser su novia y yo, fiel a mi estilo, dejando el baile y poniendo mis manos en la cintura, una perorata de cosas locas le largué sin filtro y a pura verdades: que los amores a distancia no prosperan, que yo era muy complicada, que no me gustaba que me controlaran, que amaba bailar y que nadie, nadie me cortaría las alas. Que podíamos probar, pero que si no funcionaba cada cual se iba por su lado y cero dramas. El me miraba anonadado y yo continué con la perorata... terminó el baile y me acompañó hasta la puerta de mi casa (en realidad caminamos media cuadra, que era justo la distancia del Club a mi casa).

Y así continuamos varios fines de semana, hasta que mi hermana me "vendió" y papá me obligó a hacerlo venir a casa. El pobre se ligó un interrogatorio que a cualquiera hubiese asustado. Pero él, santo corajudo, escuchó y respondió todo lo que papá preguntaba. Y así comenzó ese noviazgo que duró tres años y el resto de nuestras vidas.

Y aquí nos ves, veintitrés años después... 

Cartas a mi Amapola#fictionalworldawards2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora