13 - La Naedra

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Por fin llegan a Cúpula. Queda muy poco tiempo para que se produzca la Naedra. En Cúpula ya han preparado todo. Los civiles han abandonado la ciudad. Hay demasiado silencio, parece el fin del mundo. La Ciudad, que hace poco habían visto rebosante de vida, parece apagada, parece otra cosa. El ejército va revisando casas, buscando civiles rezagados y preparando la plaza.

Es difícil distinguir la enorme plaza central. Han montado barricadas, máquinas y todo lo que los estrategas de Cúpula han podido en tan poco tiempo. La plaza termina en unas enormes escaleras que suben hacia la entrada de los jardines de palacio. Ahí estarán los portadores, protegidos por la defensa de segunda línea. A una distancia perfecta, la máxima para poder canalizar su luz al portal y lo suficiente para tener delante la primera línea de defensa, una potente.

Esa primera línea de defensa la compondrán los mejores hombres de todos los ejércitos, acompañados de los hijos de la luz. Su labor, protegerlos, cueste lo que cueste, para que el portal, una vez abierto, sea cerrado.

Nada más llegar Lena se dirige al cementerio, los guardias que la acompañan le dejan una distancia suficiente como para que esté sola. Sabe que ya han traído los restos de Marduk. Se sienta sobre sus rodillas delante de una tumba donde parece que se erigirá una estatua en algún momento. En ella, está escrito:

Marduk

Un pilar, nuestro pastor, nuestro guía en la oscuridad

Un héroe de la humanidad, para toda la eternidad

No sabe quién ha elegido esas palabras, pero sonríe al leerlas, le parecen acertadas. Permanece sentada sobre sus rodillas, cierra los ojos, se recuerda de niña, jugando y corriendo con Marduk, ese hombre duro, ese pilar de la humanidad, que con ella solo demostraba amor, luz, bondad. Él la recondujo a la luz, cuando no era más que una niña perdida, sin saber siquiera quién era. No fue fácil, pero él no desistió, será su héroe, por toda la eternidad. Siente que alguien se sienta a su lado, y una voz, la voz de Marduk, le habla, de forma dulce.

—Ya sabes quién eres. No dejes que La Luz sea sometida, nunca más.

Lena se sobresalta y abre los ojos, mira a su lado, no hay nadie, mira a su alrededor, tampoco. Se levanta, vuelve a mirar a la tumba, sonríe, y asiente.


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Todos los demás se están preparando, repasando tácticas, renovando armas. Mientras, después del cementerio, Lena va a ver a los portadores para hablar con ellos. Están todos, incluido el niño que salvó, no sabe manejar la luz, casi no tiene, pero ha venido.

Aisha, una niña de unos catorce años se adelanta, cuando Lena la ve, se recuerda a sí misma, hace tiempo.

—¿Y no podremos proteger a los nuestros?

Lena mira al suelo por un momento, otro portador se adelanta.

—No, tenemos que gastar hasta la última gota de luz en el portal. —Mira a Lena, esperando su aprobación.

—Será difícil... —Lena sabe que todos los portadores tienen luz en su interior. Y cuando la luz forma parte de ti, hay determinadas cosas que no puedes soportar—. Pero no nos queda otra opción, tenemos que ser fuertes, no dejemos que luchen en balde. Si no lo cerramos, todo esto, todo lo que ellos hagan por nosotros, no habrá servido de nada.

Todos asienten, se abrazan. La mayoría de ellos sabe lo que es quedarse sin luz, y saben lo que van a tener que sufrir.


Hijos de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora