❀ veintinueve ❀

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[narrado]

No llevaba ni media hora dormida cuando se escucharon ruidos en su ventana.

La Vale se removió hasta quedar mirando hacia su ventana por dónde el Ignacio venía entrando.

—¿Nacho? ¿Pero qué estai haciendo acá? —pregunta la Vale con la confusión tiñendo su voz.

El Ignacio ni siquiera la escuchó, camino derecho hacia ella y la beso con fuerza.

La boca del Ignacio sabía a licor y él estaba pasdo a un olor entre hierba y cigarros.

—Estai curao y volao. —dice la Vale tratando de alejar al Ignacio de ella.

—¿Y qué? Quiero tenerte. —dice el Ignacio acariciando las piernas de la Vale por sobre las sábanas.— Si eri mía, po.

La Vale comenzó a moverse intranquila hasta que logro que el Ignacio se quitara.

—Ándate, Nacho, o voy a gritar. —dice la Vale con la voz temblorosa.

El Ignacio frunció el ceño furioso y luego le tapo la boca y la agarro del cuello sin medir su fuerza y sintiendo como el alcohol le nublaba la vista.

—Tú eres mía. Nadie te toca si no soy yo. Nadie nunca te va a amar como yo lo hago. No seas tonta, soy lo único que tienes. —le susurro con un tono tan cruel que la Vale no logró reconocerlo.— Sin mí no eri nada, ¿te queri quedar sola? Porque yo soy el único que te aguanta.

El rostro de la Vale iba tornándose casi púrpura de tanto esfuerzo que hacia para respirar.

—Suel... Suéltame. —gimió la Vale casi perdiendo todo el aire.

Él pareció que por un momento volvía a la realidad de aquella nube de hierba y alcohol.

—Perdón... Yo... Amor. —balbuceo el Ignacio alejándose abruptamente de la Vale.— Ay, por la mierda... Vale, yo no...

El Ignacio cayó sentado en el suelo en un rincón de la habitación. Mientras este se agarraba la cabeza la Vale se acariciaba el cuello lentamente.

—Deberiai irte a dormir a tu casa. —susurra la Vale levantándose y yendo hacia el Ignacio.

La Vale lo tomo del rostro y vio el miedo oculto en los ojos del Ignacio.

—Ve a dormir a tu casa, ya hablaremos mañana. —le susurro la Vale como si le estuviera hablando a un cabro chico.

El Ignacio asintió lentamente y se levantó tambaleante para luego salir por la ventana murmurando un pequeño adiós antes de salir por completo.

Esa noche la Vale no pudo pegar ojo para dormir.

Lo amaba, lo amaba como nunca había amado a nadie, pero el ardor en su cuello le recordaba que las cosas no estaban yendo bien.

No estaban yendo para nada bien.

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