❀ cincuenta y siete ❀

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[narrado]

Hoy parecía ser un buen día, de eso estaba segura la Vale, iba en el auto de su papá, escuchando su música favorita y además su terapeuta al fin le había dicho que era buena idea irse a la playa con sus amigas y se sentía tan feliz que lo único que podía pensar era en llamar al Seba en cuanto llegara a su casa y contarle las buenas noticias. Hace tiempo que no tenía esa sensación de tener un buen día, todo se había vuelto doloroso, incluso aquellas cosas que ella solía tanto disfrutar. Ya eran casi 6 meses desde la primera vez que había comenzado a ir al  terapeuta y sentía ciertos cambios en sí misma, sus habilidades sociales comenzaban a aparecer lentamente, pero con viento en popa.

Ya no podía esperar a que su terapeuta le diera el visto bueno para poder ir a ver al Seba. Si bien aún sentía cierto terror cuando se le aproximaban hombres extraños, ya no saltaba hasta el cielo cuando su papá se paraba a menos de un metro de ella, incluso hace unos días no se sintió temblar al darle un apretón de mano a su padrino cuando vino a visitarla hace un par de semanas.

Que bonito se sentía respirar tranquila y pensar que las cosas ya estaban mejorando, sentir como sus pulmones se llenaban de aire y no tener un constante nudo en el estomago. Sentir que ya estaba mostrando mejorías y que aquellos meses que pasaron donde tanto mal se había sentido al fin estarían comenzando a quedar atrás, si bien ella sabía que los recuerdos siempre quedarían como una cicatriz, no podía evitar sentirse eufórica al contemplar la idea de volver a sentir ganas de vivir plenamente.

Hace tiempo que no tenía noticias del Ignacio y así era mejor, se sentía mucho más tranquila sin él tratando de acercarse, y es que ahora comenzaba a ver con nuevos ojos el peso que suponía su relación con el Ignacio sobre su vida, como las palabras que él le dedicaba eran ladrillos que se agarraban a su espalda, pero ahora que él no estaba dentro de su vida y se mantenía alejado de ella, sentía como si flotara, como si el peso de los años en esa relación se hubieran marchado, no por completo, pero si varios de ellos. Hace años que no se sentía así, antes todo era estar alerta y esperar lo peor, siempre encorvándose y sintiéndose como si ella no valiera la pena.

Ahora mismo que terminaba de organizar su pieza, sentía como si al final sus cosas le pertenecieran a ella misma. Hace casi un año atrás ni siquiera hubiera pensado en quitar todas las cosas que le recordaban al Ignacio, los peluches, las fotos, los regalos que él le hizo alguna vez, su pieza parecía más un museo de su relación con el Ignacio, que un museo sobre ella. Porque eso debería ser su pieza, un lugar donde se sienta su espíritu y no el de alguien más. La primera vez que se le asomo la idea de quitar las cosas que le recordaban del Ignacio de su pieza, tuvo un ataque de pánico y tardo al menos 2 días en armarse de valor para mirar directamente a todos esos recuerdos que le hacían doler el pecho.

Pero ahora su pieza la reflejaba a ella, era su museo. Cualquiera que entrara a su habitación sabría quien era ella, notaría cuanto le gusta leer y que sus bandas favoritas eran ABBA, las Spice Girls y Artic Monkeys, que adoraba leer novelas de fantasía, que dejaba dormir a su perro en su habitación por la cantidad de pelo que hay en el pequeño sofá cama que esta en un rincón de su pieza. Lo que antes la hacía sentir como en una jaula, ahora le hacía sentir segura.

El entrar a su pieza ya no le provocaba el terror de entrar y encontrar al Ignacio allí, ese miedo se había ido lentamente difuminando con cada sesión a la que asistía y con cada llamada que le hacía al Seba a las 2 o 3 de la mañana, en la que él le recordaba que estaba a salvo, que recordara que ella había cerrado bien la ventana cuando hicieron video llamada un par de horas antes.

Ay, el Seba. La Vale no sabía por donde empezar a agradecerle su paciencia y esa lealtad incondicional que el tenía, como siempre estaba dispuesto para acompañarla en video llamada a la hora que fuera, como respetaba los limites que ella ponía, como la hacia sentir valida. Era en momento así en los que también pensaba en la Rita y la Scarleth, en cuanto también les debía a ellas, en como nunca sería suficiente para pagarles de vuelta el amor y la paciencia que tuvieron con ella.

Y con estos pensamientos en su mente, con el amor de sus seres queridos en su pecho, la Vale se bajo del auto y se despidió de su papá que debía volver a la pega, asegurándole que ella estaría bien, que su mamá y la Laura llegarían en un rato, que iba a aprovechar ese tiempo para llamar al Seba y luego dormir un rato. Que todo estaría bien.

Al entrar a la casa  no se fijo en las manchas de barro que habían en la entrada, ni en el murmullo que generan las tablas de su pieza al ser pisadas. Ella camino con esa sensación de tranquilidad y felicidad a la que lentamente se había acostumbrado a sentir, hizo el pequeño trayecto hacia su pieza sin molestarse a pensar en por qué esta tenía la puerta cerrada si ella estrictamente había pedido a su familia siempre tenerla abierta.

Al abrir la puerta no se fijo en la figura que estaba parada a los pies de su cama, sino que su mirada se clavo en la mochila que había en los pies de su escritorio. Esa mochila jamás la olvidaría, no porque fuera especialmente bella o deslumbrante, era una simple mochila negra, pero recordaba como si fuera ayer el día que la compro y también a la persona a la que se la regalo.

—Hola, amor.

Aquel temor que había dejado atrás, creyéndolo imposible, estaba ocurriendo. Su peor pesadilla estaba sentada a los pies de su cama y cargaba un arma entre sus manos.

Ámate, porfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora