❀ treinta y dos ❀

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[narrado]

La Vale al abrir la puerta lo último que esperaba ver era al Ignacio parado con un ramo de flores en sus manos y con una apariencia descuidada.

—¿Qué haci acá? —dice la Vale llevando una mano automáticamente a su cuello como instinto de protección.— ¿Paso algo?

El Ignacio le extendió el ramo y le sonrió levemente.

—Perdón, fui un animal. —murmura el Ignacio moviéndose inquieto.— Me comporté mal, lo siento.

Y es que él también dependía de la Vale, de una manera enfermiza y tóxica. Él la quería solo para si mismo, no quería que nadie más pudiera tenerla, nadie. Era por eso que incluso  cuando había cagado a la Vale mil quinientas veces siempre decidía volver a ella, porque sin ella todo parecía incorrecto y oscuro.

—Amor, perdóname, por favor. —dice el Ignacio dejándose caer de rodillas frente a la Vale.

La Vale al verlo tuvo que mirar hacia un lado para no saltar sobre él y abrazarlo, necesitaba la fuerza para alejarlo.

Las voces de sus amigas se vinieron a su mente recordándole que su relación no tenía una pizca de normal.

—Amor, te juro que nunca volverá a pasar, no te pondré nunca una mano encima sin tu consentimiento, no te alzaré la voz de nuevo porque te mereces todo lo bueno y te prometo que lo seré. —dice el Ignacio tomando las manos de la Vale.— Seré todo lo que mereces y más, no te volveré a dañar, lo juro por mi vida.

La Vale lo miró durante unos segundos y separó sus manos de las de él.

—Yo... no sé, Nacho... —balbucea la Vale abrazándose a si misma.

El Ignacio se levanto de un salto y la miró casi con desespero.

—Cambiaré, seré el mejor mino que pueda existir. Amor, por favor, perdóname. Te amo más de lo que te imaginas.

La Vale lo miró y no pudo resistirse a tocarle la cara y acariciar sus mejillas.

A veces deseaba nunca haberlo conocido, porque le dolía tanto cuando él la dañaba.

Pero ese pensamiento recordándole el dolor que él la había hecho pasar, no se cruzo por su cabeza.

Los ojos del Ignacio que parecían guardar miedo si ella lo rechazaba la hacían perderse, la hacían volverse ciega.

Ella no notaba que estaba metiéndose directamente en la boca del lobo.

Ámate, porfa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora