II-En casa

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II-En casa

Siento como algo se expande por mi cuerpo, no sé qué es peor, si el tormentoso frío que hace arder mis huesos o el dolor punzante que va desde mi cuello hasta propagarse por todo mi cuerpo, como si se tratase de miles de abejas me picandome.

A lo lejos, a través del suave tintineo del viento se van haciendo claras muchas voces y movimientos.

Un sentimiento de temor se expande en mi ser. Quiero moverme, gritar, abrir mis ojos o hacer algo. ¡Pero no puedo! No soporto este sentimiento de angustia que atormenta mi ser inconsciente. No me puedo mover, mis piernas siguen inmóviles, así como mis brazos. Lo único activo es mi conciencia atormentada por la impotencia.

Escucho el sonido como de alguna cosa pesada hundirse en algo suave, algo suave como la nieve. Sí, eso es. Nieve.

Un gruñido fuerte hace que un torbellino de emociones se alborote dentro de mí, tengo mucho más miedo del que tenía al principio. En definitiva, moriré y no podré hacer nada para defenderme. Mi perfecta belleza no podrá seguir siendo contemplada, es una desgracia. Solo espero que después de muerta pueda seguir siendo hermosa.

Golpes, gruñidos, eso es todo lo que logro escuchar ¿Qué está pasando? Bueno a mí eso no debe importarme, solo el salir de aquí. Intento tras intento, todos con el mismo resultado: fracaso.

Resignada, detengo mis esfuerzos, pero los gruñidos cesan, chillidos estridentes se esparcen por el aire y escucho una voz que hace que mi cuerpo dormido deje de pesar y que mi mente que estaba en alerta, se tranquilice. De nuevo ese olor a cedro llega a mí, suspiro. Que delicia. Un momento... pude suspirar, es más ahora puedo sentir como unos fuertes brazos llevan mi adormecido cuerpo.

Una sensación de dicha se instala en mi corazón al igual que la seguridad se extiende por todo mi cuerpo.

Con un gran esfuerzo abro mis ojos esperando encontrar a uno de los Omegas de papá. Al hacerlo solo puedo vislumbrar una camiseta negra muy borrosa, trato de levantar mi vista, pero aun así no puedo definir los objetos con claridad.

—¡Gracias al cielo, que sigues viva...! No sé qué habría hecho si te pasaba algo—apenas escucho una voz masculina, con un extraño acento ¿O serán imaginaciones mías?—Siempre dándome sustos fuertes, eh Aisha—susurra en un tono que es difícil de identificar.—preciosa—me sacude un poco—intenta de seguir despierta, ya casi llegamos.

Sus labios siguen moviéndose, pero ya no escucho nada salir de ellos. 

Trato de moverme para que me suelte, pero al parecer mi cuerpo no tiene suficiente fuerza, porque vuelvo a caer en esa profunda negrura, más profunda y oscura que un cielo sin estrellas.

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Miro al frente y estoy en la playa. Delante de mí todo es mar y más allá comienza un fuerte y denso azulado, el océano.

¿Cómo llegué aquí?

De repente todo ese océano se va encogiendo y encogiendo, siendo tan pequeño y visible como un pequeño reflejo cristalizado y brillante, puedo distinguir como es contenido en unos hermosos ojos azules. Parpadeo sorprendida y trago duro, mi corazón está como un loco al reconocerlo.

Siento una mano pasar por mi cabeza, colocando un mechón de cabello detrás de mi oreja y siento como la posa sobre mi mejilla, alejo mi vista de sus ojos, para posarla en su mano y no sé porqué, pero sonrío. ¿Por qué no puedo ver su rostro?

Cuando su otra mano se posa en mi cintura, sin poder evitarlo suelto un ¿Gruñido? ¿Qué? ¿Acaso soy un animal? Fue un gruñido que más que parecer una amenaza o advertencia, era uno relajado que expresa dicha o más bien placer. Lo miro sumamente avergonzada por lo que hice, pero su mirada me hace saber que todo está bien y que le ha gustado.

El Aullido PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora