Capítulo 8

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"El golpe que tuvo su hija al caer por la escalera le produjo una leve conmoción cerebral. Para que los síntomas no empeoren, es necesario limitar la actividad física y tareas que requieran concentrarse, como estudiar, trabajar en la computadora o jugar videojuegos. Para disminuir el dolor de cabeza, puede consumir analgésicos. Con el pasar de los días, los malestares deben aminorar. Ante cualquier inquietud, no duden en volver a consultar."

Recordaba las palabras del médico mientras me sentaba en mi banco habitual en el fondo del salón. No entendía por qué me habían llevado a revisarme. Si les hubiera importado mi bienestar nunca me habría golpeado mi padre. Si les hubiera importado, habrían seguido los consejos del doctor y no me habrían obligado a ir a la escuela. Hasta le habían dicho al hombre que me atendió que yo había resbalado por la escalera. Como siempre, su buena imagen ante todo.
El aula se llenó por completo de alumnos que se arrastraban como zombies hasta sus asientos. Todos tenían grandes ojeras adornando sus rostros, seguramente por desvelarse con sus amigos o celulares. Nunca sabrían lo que era no poder dormir por más que tuvieran un agotamiento mental y físico infinito. La vida que tenían mis compañeros era completamente distinta a la que yo poseía. Ellos -a diferencia mía- eran perfectos ante los ojos de sus padres y tenían toda su aprobación y apoyo. Nunca sabrían lo que era ser la vergüenza de la familia, una aberración, un fracaso, una perra buena para nada.
Todos pasaban por mi lado y -al contrario de como normalmente sucedía- me observaban. Al principio no entendía el por qué, sin embargo la respuesta llegó rápidamente a mis oídos. A mi alrededor comentaban sin siquiera intentar ocultarlo.

"¿Viste su pelo? Parece un hombre."

"Además de fea, marimacha."

"Lesbiana."

Volví mis manos puños y apreté con tanta fuerza que mis nudillos se tornaron blancos.

¿Por qué la gente tiene que meterse siempre en la vida de los demás?

No los toleraba. Lo único que habían hecho durante todos esos años fue ignorarme y despreciarme. Eran demasiado infantiles, "lesbiana" ni siquiera era un insulto.
Cerré mis ojos y solté un gran suspiro. Al abrirlos, vi el lugar vacío a mi lado. Nadie nunca se quería sentar conmigo.

- Sofía -comenzó a tomar asistencia la profesora que nunca vi llegar.

Tomé mí mochila y me dispuse a sacar mis útiles, ignorando las punzadas que sentía en mí cabeza. Los gritos de esos seres insoportables con los que compartía curso ingresaban en mis oídos, impidiendo que me concentrara en mí tarea.

- Laurel -continuó llamando la mujer.

No estaba seguro de poder resistir ese día. Ya estaba bastante mal por tener que usar el estúpido uniforme, que consistía en una remera blanca con el logo de la institución, una pollera gris -que teníamos que usar a pesar del frío que hacía durante esa época- y medias verdes. Hubiera dado cualquier cosa por haber tenido acceso a la vestimenta masculina de mi talle, la de mi hermano no me entraba.

- Samantha -me nombró, aunque yo decidí ignorarla- Samantha, si te nombro como mínimo levantá la mano.

- Lo que pasa, profesora, es que ella no está presente. -le contesté.

Ya se me estaba haciendo costumbre tener las miradas de todos sobre mi al abrir la boca.

- ¿Qué querés decirme?

- ¿Tan difícil es de entender? Simplemete Sam no está, no soy ella, no soy una chica. Soy Andy.

Inmediatamente fuertes carcajadas y cuchicheos se escucharon por el lugar. A todo el mundo le causaban gracia mis palabras, como si de una broma se tratase.

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