Capítulo 9

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Una vez más lo había vuelto a hacer. Espesa sangre brotaba de las finas líneas de mí brazo izquierdo, mientras que con mi mano derecha todavía sostenía la fría y afilada cuchilla que las había provocado.
Una difícil semana, probablemente la más dura que había vivido en toda mi vida. Mi pecho dolía, gotas caían de mis ojos y no podía respirar con normalidad, como si mis pulmones no fueran capaces de recibir más oxígeno. Mis cicatrices habían comenzado a picar, no pude aguantarlo. Con el pasar de los años me había vuelto dependiente de aquello. Necesitaba que mi piel fuera cortada para aliviar el dolor.
Nadie tenía idea de la cantidad de veces que había intentado dejarlo, intentado parar. Pero todo siempre volvía a estar mal y la necesidad de hacerlo aumentaba, haciéndose imposible de controlar.

Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado a casa. Sólo sabía que ya me encontraba en la seguridad del suelo de mí habitación, con el rostro empapado en lágrimas y sudor, temblando, sin poder calmar mí respiración ni mí agitado corazón.

Los ataques de pánico eran una mierda. Ya no contaba las veces que había pasado por eso.

No vas a morir. Todo va a mejorar, sólo fueron unos malos días.

Traté de autoconvencerme, porque sabía que nadie iba a decirme lo que más necesitaba escuchar.

Lo estás haciendo bien.

🌟🌟🌟

Desperté muchas horas más tarde, adolorido por haber dormido en el piso. Me levanté y dirigí mis temblorosa piernas al baño, donde limpié mí maltratado brazo y mí cara.
Observé mí reflejo en el espejo de cuerpo completo y sólo pude sentir asco de mi mismo. Todavía tenía puesto el absurdo uniforme de la escuela, que dejaba ver mis rellenitas piernas y resaltaba mis grandes caderas. Vi mi abultado pecho y mis facciones femeninas.

"Mujer."

Una voz comenzó a hacerse presente en mí cabeza. Era completamente desagradable. Llevaba un tiempo sin oírla, pero parecía haber vuelto para torturame.

"Asquerosa. Eso es todo lo que sos, Samantha."

Decidí ignorarla, como hacía muchas veces en el pasado. Retorné el rumbo camino a mi cuarto. Abrí con calma las puertas de mí armario y busqué la ropa que Charlie me había prestado y el binder. Al encontrar todas la prendas comencé a colocarmelas con delicadeza, evitando mi semidesnudo reflejo en el pequeño espejo que tenía en el lugar.
Una vez vestido, por fin pude alzar mi vista para poder mirarme. Y todo lo que vi en ese momento fue a un hombre.
Mi estómago gruñó con fuerza, haciéndome recordar que nada había ingerido desde el día anterior.
Comencé a bajar las escaleras que me separaban de la planta baja e inmediatamente un magnífico aroma invadió mis fosas nasales.

¿Salsa?

Adoraba ese tipo de comidas. Mí panza hizo ruidos todavía más fuertes cuando llegué al lugar del cual provenía dicho olor. Mí madre se dio vuelta al escucharme entrar, con una sonrisa cruzando su rostro.
La mesa ya estaba lista, lo cual me extrañó porque siempre era yo quien la acomodaba. Mí confusión aumentó al percatarme de un pequeño detalle: sólo había dos platos y nosotros éramos cuatro.

- ¿Papá y vos no comen? -me atreví a preguntar.

- No, Noah y vos no lo hacen. - respondíó- Pueden quedarse en la casa, sin embargo no pienso alimentar a dos bocas desagradecidas. Pero si ustedes se replantean su comportamiento y vuelven a ser los de antes, con papá decidimos que vamos a hacer como que nada de esto pasó.

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