"Aveces las soluciones no son tan simples.
Aveces decir adiós es la única forma."-Shadow Of The Day, Linkin Park.
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Nunca encontré las palabras adecuadas para describir por completo lo que sucedió aquél día, lo que sentí. ¿Ínfima tristeza?, ¿vacío?, ¿alivio?, ¿liberación?
Quizás fue una mezcla de millones de pensamiento y emociones, tan enredados y confusos que se volvieron totalmente irreconocibles. O quizás, simplemente todo sucedió tan rápido, tan inesperadamente que no pude darme el tiempo de sentir lo que debía.
Sin embargo, si de algo estuve segura fue de una cosa: fui feliz. Por unos segundos realmente lo fui.
Recuerdo haber huido de mí escuela luego del incidente con Thomas. Corría con todas mis fuerzas por las calles abarrotadas de gente yendo de un lado al otro.
Sentía que mí cabeza iba a estallar. Mis piernas perdieron el control, cediendo ante mí peso. Mí vista se nubló y las náuseas se intensificaron. Mientras tomaba mí estómago, vertí su pobre contenido en la acera, no era más que bilis. Había olvidado cuándo había sido la última vez que había sido capaz de terminar siquiera un plato de comida. Podía sentir el horrible sabor amargo del ácido que quemaba mí garganta.
Las arcadas continuaron durante unos interminables minutos hasta que logré recomponerme. Me limpié la boca con mí manga y permanecí sentada observando los desconocidos pies que avanzaban a mí lado, ignorándome. Parecía que absolutamente ninguna persona había prestado la más mínima atención a mí presencia, como si fuera invisible. Nadie me veía cuando no me encontraba bien.
Lentamente me incorporé, sintiendo como el mundo daba vueltas nuevamente. Pero esta vez fue una sensación momentánea y ligeramente más leve. Finalmente conseguí pararme sin volver a estrellarme contra el suelo.
Ahora, sin prisa comencé a caminar sin rumbo. Simplemente me movía silenciosamente a un lugar indeterminado mientras observaba quienes se cruzaban conmigo.
No podía evitar preguntarme qué era de la vida de la gente. ¿Serían felices? ¿Su familiar estaría orgullosa de ellos? ¿Tendrían pareja? ¿Estudiarían? ¿Trabajarían? ¿Tendrían problemas?, ¿ellos sabrían solucionarlos?
¿Habría alguien como yo en algún lugar? ¿Habría alguien más que sintiera que todo era una maldita mierda sin sentido y que estaba a punto de rendirse? ¿O simplemente era yo la débil?
Podía notar los perfectos rostros de las chicas a mí al rededor, delicados, cuidados y cubiertos de maquillaje; y los masculinos rasgos de los chicos y su falta de preocupación en su aspecto. No entendía por qué era así, por qué una mujer no podía ser desarreglada y un hombre preocuparse por lucir hermoso. Era todo tan estúpido."Más estúpido es creer que podés ser ambas cosas."
La voz, esa voz que se escuchaba igual a la de mí madre continuaba torturándome. Estaba enloqueciendo, o ya lo había hecho. Había llegado a un punto de locura, ese del que ya no creía poder recuperarme por más medicamentos y sesiones de terapia que tuviera.
Podía oír en mí cabeza a mí mamá insultándome constantemente, diciéndome lo que debía hacer, haciéndome dudar de mí misma. ¿Habría sido eso lo que había pasado, había sido un tropezón por sus influencias?, ¿o yo realmente me había convertido en una mala persona?
Un ser completamente despreciable que no había sido capaz de apoyar a su hermano, la persona a quien más amaba. Un ser cobarde que no era capaz de luchar por su felicidad. Un estúpido ser completamente falso, demasiado bueno mintiendo, tanto que hasta se convenció a sí mismo de que lo que estaba haciendo era lo correcto. Tan imbécil que creyó que lo mejor era alejar a todos para ya no herirlos y arrastrarlos consigo, a pesar de que eso significara terminar de hundirse y lastimar posiblemente de una forma irreparable a quienes realmente les importaba.
Porque, pensando claramente, podía ver que mis padres no nos querían. Sin embargo, el rechazo de la familia nunca era algo fácil de superar. Sólo quería que ellos me quisieran aunque fuera un poco, eso era lo que se suponía que los papás hacían, ¿tan difícil era de comprender?
Aún así había sido una idiota. Nunca podría perdonarme. Si bien me había equivocado, ya no podía volver el tiempo atrás. Tanta gente había salido lastimada gracias a mi, ¿realmente merecía la felicidad?
Nuevamente escuchaba a mí progenitora gritar, pero había algo distinto en estos gritos. Estaban cargados de sufrimiento, de las más puras de las agonías. Era algo distinto, porque eran lamentos de dolor reales, que provenían de algún lugar en las cercanías.
Levanté mí mirada, que había permanecido en mis zapatos como si fueran lo más interesante del mundo, para darme cuenta de que me encontraba parada frente al lugar en el que menos deseaba estar.
Sabía que nada bueno iba a suceder, porque los desgarradores sonidos provenientes del interior no hablaban de una familia feliz. Debí haber caminado mecánicamente hasta allí, tal vez porque en mí interior sabía que debía estar allí para terminar de una vez por todas con tanta mierda.
Tragué saliva y, con la poca valentía que todavía habitaba dentro de mí, abrí la puerta.
A simple vista parecía un hogar más; pulcro, bello y con un ligero aroma a vainilla que inundaba tus fosas nasales al instante en el que ponías un pie ahí. Sin embargo, había algo que delataba que no se trataba de un hogar como los otros, algo que se veía a simple vista, sin mayores esfuerzos: había vidrios regados por todo el suelo. Botellas de todo tipo de bebidas alcohólicas estaban brillando y adornando la entrada. Podía recordar con exactitud cada vez que eso mismo había ocurrido durante mí infancia. Mí padre llevaba años sin emborracharse de esa forma.
Lo más horrible de toda esa escena eran los cuadros con fotos familiares que se encontraban destrozados junto a los miles de pequeños cristales de colores. Más concretamente, un rostro en ellas había sido arrancado, el de Noah.
Estaba tan furiosa. ¿Cómo se les ocurría quitarlo de esa forma?, así tan sencillamente, como si nunca hubiera existido. Podía sentir el enojo correr por mis venas, mí rostro tornándose rojo. Habían llegado demasiado lejos.
Los sollozos de mí progenitora se volvían cada vez más fuertes e insoportables, daban vueltas en mí cabeza, taladraban mis tímpanos.
De ponto, como si hubieran adivinado mi deseo, se detuvieron. Pero dio lugar a algo mucho peor, algo temible: la voz de mí padre.
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Secrets
Teen FictionSam tenía un secreto que la atormentaba durante el día y le quitaba el sueño todas las noches. Lo mirara por donde lo mirara, no encontraba la forma de liberar su carga sin que se desatara el caos. "Todo lo que callamos, tarde o temprano se nos sale...