24. Los doom

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BERLIN

No estaba preparado para el acontecimiento que teníamos previsto en cuestión de minutos, puede que nunca me llegase a acostumbrar a esa sensación de sentir que mi futuro dependía de un fino hilo. Dejé de ser Heiner Ross hace bastante tiempo, para convertirme en lo que era a día de hoy, Berlin, uno de los integrantes de la banda de atracadores más buscada a nivel mundial, los doom.

Mi vida de antes, en Alemania, quedaba muy lejos de ser como lo era aquí en Chicago. Mi padre, Heiner, poseía varias empresas en Berlin, además de una importante herencia que heredó de mi abuelo. Mi madre Gretchen era una de las cirujanas más prestigiosas y conocidas. Lo tenía todo ante mí, tenía un brillante futuro por delante, estaba siguiendo los pasos de mi madre en la universidad de RWTH Aachen, una de las universidades más prestigiosas y reconocidas de toda Europa, para convertirme algún día en un importante cirujano, llegar a ser tan bueno como lo era ella. Quería sentirme realizado, quería salvar vidas.

Aún tenía el recuerdo tan presente que a veces soñaba con lo ocurrido aquella fría tarde de invierno. Yo llegaba de la universidad, mi hermano Ned estaba en clases de guitarra y mi pequeña hermana se encontraba en sus clases de ballet, cosa que aún no entendía ya que tan sólo tenía dos años y apenas sabía mantener el equilibrio sobre sus dos regordetas patas. Al entrar en casa supuse que no habría nadie, que estaba solo como de costumbre, pero no era así. Al subir a la primera planta, unas voces que bien podrían confundirse con unos jadeos ahogados hicieron eco por el largo pasillo erizándome la piel. Mi padre se encontraba esa semana en Francia ya que había abierto una nueva sucursal allí, mientras que mi madre tenía turno de tarde-noche y se encontraría en el hospital. 

Era tan iluso. 

Aún recuerdo como me temblaba la mano cuando me aferré al pomo de la puerta. Esta comenzó a sudar y mi corazón comenzó a palpitar como si ya antes de entrar, supiese que era lo que me iba a encontrar. No me dio tiempo a procesar nada una vez que la abrí y la imagen que se dibujó ante mí me desgarró las entrañas. Mi madre, aquella mujer que había sido un ejemplo a seguir, aquella súper mujer que yo mismo consideraba la octava maravilla del mundo, le estaba siendo infiel a mi padre con el que ahora era su marido. Tan pronto me vio se cubrió su cuerpo desnudo con las sábanas y una expresión de horror cruzó su rostro, aquel tipo se levantó al instante, pero al ver que era yo, solo su hijo, pareció relajar las facciones de su cara y se colocó sus boxer con tranquilidad. 

Esa misma tarde, el mismo hombre que estaba sobre mi madre pasó la noche en el hospital a causa de la paliza que le dí. No fui consciente de lo que hacía hasta que mi madre consiguió tirar de mí y apartarme del cuerpo inconsciente y sangrado de aquel malnacido. Ella lloraba, su voz desgarraba su garganta mientras me pedía entre súplicas que me detuviese. ¡Vas a matarlo Heiner! ¡Vas a matarlo!. Sus gritos aún martilleaban mi cabeza en sueños, y si no llega a haber sido por ella, ese hombre habría muerto, y no es que no quisiera que así fuese en aquel momento, pero pensando las cosas con frialdad, podría haber pasado el resto de mi vida entre rejas si mi madre no me hubiera detenido. 

Mi padre cogió un vuelo tan pronto como se lo conté. Mi madre me suplicó, de rodillas y con los ojos inyectados en sangre de tanto llorar, que no dijese nada de lo que había visto, que estaba arrepentida y que eso jamás volvería a pasar, pero no la creí. Ya nunca más volví a creer en  aquella persona que se hacía llamar mi madre. 

Mis padres se divorciaron, y ahora mi padre vivía a las afueras de la ciudad en una casa al lado de un lago. Compartían la custodia con mis dos hermanos, pero yo era incapaz de vivir en ese mundo, era incapaz de fingir que estaba bien cuando no podía quitar de mi mente a mi madre junto a otro hombre y el mismo bajo de mí sangrando inconsciente a punto de morir. 

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