16. Favores

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La rutina se me hacía cuesta arriba, los constantes exámenes parciales, los trabajos en grupo, las exposiciones de cada semana y mi insuficiente dinero para poder comprarme un coche, me hacían estar mas malhumorada y estresada que de costumbre. Estábamos a mediados de noviembre y los profesores de la facultad parecían volverse más exigentes conforme los días avanzaban. Me faltaban horas al día para poder llevar al día los apuntes de cada asignatura. Siempre he sabido compaginar vida profesional con vida personal, pero a estas alturas, dónde los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina, veía más imposible el hecho de quedar con mis amigos para tomar un simple café, o incluso tratar de hacer algo de deporte con Lucas para evadirme de la monotonía.

Mi cabeza en estos últimos días había sido una montaña rusa de subidas y bajadas. Mis sentimientos hacia Caleb se estaban congelando a un ritmo vertiginoso. La culpable era yo, pero el hecho de que me reprochase que salía con Lucas y que no le gustaba mi trabajo cada vez que hablábamos, era un aliciente más que me empujaba a querer tomar la decisión de tomarnos un tiempo. Nuestras conversaciones, de por si escasas, duraban minutos contados, minutos que lo pasábamos discutiendo, o en su lugar, reprochándome algo. Le había prometido que antes de que acabase noviembre iría a verle, pero lo que él no sabía es que mis intenciones eran muy distintas a las que él tenía en mente.

Habían pasado tres semanas desde que Lucas se sinceró conmigo y me contó toda la verdad de Giselle. Tres semanas en las que tampoco había vuelto a saber de Berlin, y me alegraba de que así fuera. Desde aquel entonces, mi relación con Lucas se había estrechado aún más, el poco tiempo que ambos teníamos libre lo dedicábamos a estar juntos, o bien para engancharnos a alguna serie de Netflix, ir al cine, o simplemente tomar un café por la tarde para desconectar de la rutina. El tema de Giselle quedó zanjado aquella noche en la fiesta, él no quiso volver a hablar del tema y yo tampoco me atreví a indagar más.

Recuerdo que la semana después a la fiesta de Halloween, Matt, el actual camarero de Puzzle, me llamó para volver a contar conmigo para lo que quedaba de año. Acepté inmediatamente su propuesta y comencé a trabajar como camarera junto a él a la siguiente semana. El sueldo no es que fuese gran cosa, pero al menos me servía para ahorrar un poco junto con la orfandad que recibía de mi madre para pagarme el billete de avión para ir a Long Beach. El hecho de volver a mi hogar, a pesar de saber que vería a mis abuelos y a mis amigas, no es que me agradase al cien por cien. Era como un sabor amargo, en primer lugar por saber que mi prioridad era esa conversación pendiente con mi novio, y en segundo lugar, era por saber que mi madre no estaría esperándome con los brazos abiertos en el aeropuerto. Ella no estaba, se había ido y nunca más la volvería a ver, y por eso mismo, el volver a mi hogar, era como una bofetada de realidad. El estar en Chicago a tantos kilómetros de mi antigua vida era por así decirlo, como una vía de escape de lo que realmente había sucedido en Long Beach.

Esa misma noche me tocaba trabajar en Puzzle, y a pesar de haberme llevado desde las seis de la mañana despierta, para mi sorpresa me sentía con energía para el resto de lo que quedaba de noche. Mi horario era sencillo, trabajaba de jueves a sábados y alrededor de seis horas seguidas hasta que cerrásemos el local, que normalmente siempre lo hacíamos sobre las tres de la madrugada, menos los sábados, que cerrábamos hasta incluso a las seis de la mañana. Los jueves eran los peores días con diferencia, siempre llegaba a casa cerca de las cinco de la mañana por culpa de tener que coger el metro, apenas podía dormir más de dos horas ya que el despertador sonaba a las siete. Luego, los viernes por la mañana deambulaba por la facultad como auténtica zombie mientras sobrevivía a base de cafeína.

Puzzle, a las nueve de la noche estaba prácticamente vacío. Matt y yo nos dedicamos a hacer un poco de limpieza general mientras esperábamos a que el local se fuese llenando. Conforme las manecillas del reloj avanzaban algunas personas se adentraban en Puzzle y pedían algo para tomar. Al rededor de las once de la noche, el local ya estaba prácticamente lleno y ni Matt ni yo parábamos ni un segundo ni para recobrar el aliento. Zayn Malik sonaba por los altavoces llenando toda la estancia de su agradable voz mientras algunos de los clientes se atrevían a bailar, mientras que otros no se despegaban de la barra y dejaban secas sus carteras por pedir copa tras copa. 

BERLIN  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora