30. Sucumbir al deseo

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Pasando por alto el comentario de Berlin llegamos a su apartamento después de un incómodo y silencioso trayecto. Sus palabras solo consiguieron sacarme de balance, y aunque muy en el fondo quería creerle, algo me hacía dudar de él, tal vez fueran las constantes decepciones que había recibido por su parte, o ya por el simple hecho de que había construido un muro imaginario para protegerme de los chicos. 

Mientras Berlin luchaba con el manojo de llaves para encontrar la adecuada yo me tomé la libertad de mirarlo en silencio. Su espalda era ancha y tonificada, su cintura estrecha remarcando sus hombros, y aunque no me había fijado antes, debía de reconocer que tenía un buen trasero. Volví a fijarme en sus hombros y en como su melena ondulada y despeinada caía sobre estos. Una imagen fugaz de Berlín con el pelo corto me vino a la mente. Sacudí la cabeza no satisfecha con lo que se había mostrado ante mí, me encantaba así, con su salvaje y oscura melena. 

—Las damas primero—extendió su brazo pillándome completamente por sorpresa observándole embelesada. 

Sonreí sin mostrar los dientes y entré en su apartamento. 

Berlín cerró la puerta tras de mí y encendió la luz. Giré sobre mis talones sólo para ver cual sería su siguiente movimiento, al ver que se quitaba la chaqueta imité su gesto y la acomodé sobre un perchero que tenía en la entrada. 

—Ponte cómoda si quieres—señaló sobre mis hombros, hacia el sofá de cuero tras de mí. 

La tela del sofá crujió cuando me senté. Uní las palmas de mi manos y las enterré sobre mis muslos expectante a todo lo que Berlín tendría que decirme. Volví a girar en su dirección, este sacaba dos copas y una botella de vino tinto.

—No quiero vino—hablé cuando estuvo a punto de descolchar la botella—, gracias de todas formas. 

—Solo una copa—se apoyó sobre la encimera remarcando las venas de sus brazos—, es un buen vino. 

—Resérvalo para otra ocasión especial—le sugerí. 

—Estás aquí—Esbozó una tierna sonrisa—, así que es una ocasión especial. 

Aquel comentario tiró de mis labios consiguiendo sacarme una sonrisa. 

—Está bien. Pero solo un poco. 

Vertió menos cantidad de vino sobre mi copa y caminó hacia mí de esa manera tan segura y que tanto le caracterizaba. Colocó las copas sobre la mesa baja frente al sofá y se acomodó a mi lado. Su rodilla rozando la mía y el ambiente volviéndose un poco más pesado ante su cercanía y el olor de su perfume. 

Tomó mi copa y me la tendió. Nuestros dedos se rozaron y sentí la familiar electricidad recorrerme de pies a cabeza cada vez que nuestras pieles hacían contacto. 

—Brindemos—añadió alzando su copa mirándome con esos ojos capaces de petrificarme en el sitio.

—¿Cuál es el motivo del brindis?

—Por la verdad. 

—Por toda la verdad—Hice hincapié en la segunda palabra. 

Nuestras copas se unieron emitiendo un sonoro eco por todo el espacio. Berlín llevó la copa a sus labios no sin antes humedecerlos de una manera lenta y sensual con su lengua. No sabía si era que estaba intentando sacar su armas de seducción o era yo misma la que tenía un serio problema y las hormonas disparadas. 

—Quiero que me digas toda la verdad Berlin—Comencé a decir rompiendo el hielo—, quiero saberlo todo, quiero saber por qué viniste a Chicago, por qué te alejaste de tu familia, por qué finges esa vida, quiero saberlo todo—Solté de golpe, demasiado rápido. 

BERLIN  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora