45. Ya no soy la misma

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Había pasado casi un mes desde la última vez que vi a Berlín. Un mes en el que tenía por sombra a uno de los agentes de policía mandado por Steve, vigilando mis espaldas, controlando mis movimientos. Él se encargaba de llevarme a clase y de recogerme. No sé cuanto le pagaría Steve por hacer de niñera de una chica de diecinueve, casi veinte años, pero de seguro que mucho, porque estar prácticamente las veinticuatro horas pegado a mí requería una disponibilidad total para estar al tanto de todo lo que hacía. 

Con el agente había programado un horario, en el cual aparecía anotado todas mis salidas-estas eran únicamente ir a clase y volver-fuera de ese horario, estaba únicamente en casa, estudiando o haciendo cualquier otra cosa que no implicase alterar a Steve.

Según mi padre, esto no era un castigo ni nada por el estilo aunque yo lo considerase como tal, según él, era por protección. Cabe mencionar que tuve que dejar mi trabajo en Puzzle, ya que bajo su punto de vista, desde que empecé a trabajar como camarera mis notas tanto como mi comportamiento habían caído en picado, aunque yo sabía que el motivo oculto por el que me prohibía ir era exclusivamente porque sabía que Heiner iba a estar allí. 

Mis salidas con amigos se habían reducido, aunque a ser sincera, se habían hecho casi inexistentes ya que apenas tenía vida social porque me negaba a tener que salir acompañada de un agente de policía. Para Steve, cualquier medida preventiva era poca, y él se negaba a que me volviese a ocurrir lo mismo aquella noche cuando Gala me atacó. 

Por suerte, el tema de Gala estaba en manos del juez. Su agresión fue calificada como un delito de lesiones ya que estuve ingresada un día e inconsciente la noche que me asistieron. Sólo tuve una asistencia facultativa, por lo que tan sólo le caería una multa y tener antecedentes, pero la cantidad de esta sería lo suficientemente justa como para que me pudiera permitir un coche de segunda mano. 

Aún recordaba el día en el que los agentes de policía sacaron a Lucas y a Berlín a rastras del hospital, después de eso, mi relación con Lucas se había congelado. Él me había prometido y jurado en incontables ocasiones que no fue quien se lo contó todo a Steve, aseguraba que la noticia había llegado a mi padre por bocas ajenas, pero a estas alturas, fiarme de Lucas ya no era algo que considerase como válido al cien por cien, si era cierto que seguíamos hablando, no me quedaba otra ya que vivíamos bajo el mismo techo y pasaba la mayor parte del tiempo con él, pero de ahí a que mi relación fuera como la de antes, había una gran diferencia, y hasta él podía notarlo. 

Con Berlín... en fin, no sabía en que punto estábamos, nuestra relación era volátil, tenía subidas y bajadas propias de las más atrevidas montañas rusas. Según me contó, mi padre lo amenazó directamente si osaba a volver a verme, y tampoco se ocultó en mostrar lo mucho que le desagradaba su sola presencia y lo poco que confiaba en él, aunque si en una cosa concordaba con Steve era en eso último, aún sentía cierto recelo por Berlín. Todavía habían preguntas sin responder suspendidas en el aire, en busca de una respuesta que justificase uno a uno cada acto que me provocó un desbarajuste mental. Todavía seguían en mi mente, rondando si rumbo fijo, sólo con la intención de atormentarme, los días en los que se ausentó sin previo aviso, actuando como si la tierra se lo hubiese tragado. Todavía teníamos una charla pendiente, todavía seguía a la espera de su gran verdad.

Steve había sido claro en lo que a las nuevas normas se refería, y la primera, la que más clara me quedó y la que más me fastidió, fue que me olvidase de Heiner, para siempre. 

Tenía diecinueve años y dentro de dos días veinte, ¿quién se creía que era para prohibirme algo?

Ya era una persona adulta, y más importante aún, mayor de edad, así que por ley, ya no tenía que acatar ninguna norma impuesta por él. Esas mismas palabras fueron las que empleé justo cuando llegamos del hospital y comenzó a decirme que a partir de ese momento las cosas iban a cambiar para mí. Cogí un berrinche, recuerdo que cerré la puerta de mi dormitorio tan fuerte que hasta un cuadro que estaba colgado en el pasillo cayó al suelo haciendo añicos el cristal. A los minutos, unos nudillos dieron dos golpecitos de manera suave a mi puerta. No respondí, yo estaba llorando debido a la impotencia que sentía mientras me abrazaba sobre mis rodillas, y el rostro de Alenne se hizo presente tras la puerta mientras me pedía permiso con la mirada para que la dejase entrar. 

BERLIN  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora