25. Distancias

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 — Tienes que hacer un esfuerzo Abby—la voz de Steve sonaba como eco al fondo de mis pensamiento— , cualquier detalle, cualquier simple gesto, cualquier cosa puede servirnos— insistió. 

Aún sentía el insoportable pitido en mis oídos. El mareo y el terrible dolor de cabeza confirmaban que lo que había vivido no era fruto de mi imaginación. Mi cuerpo aún no se había recompuesto y podía sentir el continuo martilleo de mi corazón presionando mis costillas. Todo estaba tan reciente, todo había pasado tan rápido que aún no era consciente de que hubiera ocurrido de verdad. 

— Steve— irrumpió una segunda voz en aquella sala. Tras la puerta apareció un hombre de no más de treinta años. Llevaba un traje chaqueta azul marino holgado, su corbata aflojada y tres botones de su camisa abiertos delataban su notable cansancio— . Siento interrumpir pero los de la interpol quieren hablar contigo— Guardó silencio cuando mi padre le lanzó una mirada mordaz. 

— Que esperen— respondió volcando su atención nuevamente en mí. 

Aquel hombre se removió inquieto sobre su sitio y tragó duro. 

— Es importante— en su voz había un tinte nervioso, preocupado. 

Las palmas de Steve golpearon con fuerza la mesa y arrastró la silla hacia atrás cuando se levantó de manera virulenta, haciendo que esta cayera de espaldas y todo mi cuerpo se encogiese ante su repentino y violento gesto. 

— ¡Mi hija ha sido rehén en un atraco! ¡Esos hijos de puta han apuntado a mi hija con sus armas! ¡La han amenazado!—la rabia, el odio y la desesperación se coló en cada una de sus palabras— . ¡¿Qué es más importante ahora mismo que estar con ella?!— preguntó como si no fuese lo más obvio. Sentí lástima por aquel hombre, quien se había convertido en la víctima de su creciente malhumor.

— Tranquilo Steve— me pronuncié. Atisbé la molestia en su lenguaje no verbal, no le gustaba que le llamase por su nombre— . Estoy bien. Ve. 

Pude notar su cuerpo tensarse y endurecerse bajo su traje gris hecho a medida. Llevaba el pelo despeinado y unas notables ojeras que comenzaban a tomar un color grisáceo. Tenía el rostro tan pálido que parecía no haber comido en días. Desde que apareció en el banco esta mañana y me sacó de allí lo único que se había llevado a la boca era una taza de café. Era cerca de las doce de la noche y no había parado en todo el día. El único momento en el que lo vi sentarse fue para interrogarme en esta sala, y apenas había podido estar más de cinco minutos sentado sin levantarse para comenzar a caminar de un lado para otro para aplacar los nervios. 

Me miró con cierta tristeza, se sentía culpable por no haberme protegido, culpable por no haber detenido a los doom todavía, culpable por estar tan centrado en su trabajo que no pudo acompañarme esa misma mañana al banco para arreglar unos trámites relacionados con la orfandad que recibía de mi madre. Pero él no tenía la culpa. No teníamos a nuestro alcance el poder de controlar el futuro. 

— ¿Estás segura?— su voz se tornó más calmada— . No quiero dejarte sola.

— Steve...— lancé un suspiro cansado— , estoy en una comisaria rodeada de policías, ¿qué podría pasarme?— forcé una sonrisa. 

Pellizcó el puente de su nariz y exhaló profundamente liberando toda la tensión retenida las últimas horas. Estiró su cuello y giró entonces hacia su compañero, quien nos observaba sin perder detalle alguno mientras se dejaba caer sobre el arco de la puerta, este, al sentir la mirada de mi padre sobre él, se puso rígido como un palo. 

— Tú te encargarás de ella— le ordenó apuntándolo con su dedo— . Vigílala hasta que yo vuelva. Llévala a la cafetería para que coma algo.

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