39. Sin dar señales

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Recuerdo que estaba en clase cuando mi móvil comenzó a vibrar insistentemente en mi bolsillo. Ignoré la primera llamada al ver el nombre de Lucas iluminado en la pantalla, pero al ver que insistía tanto, no me quedó más remedio que pedir permiso al profesor para salir fuera y contestar. 

Aún sentía escalofríos atravesar mi espina dorsal cuando las palabras de Lucas, dañadas y dolidas, soltaron la bomba. El móvil resbaló de mi mano como si de arena que se escurría entre mis dedos se tratase.

Corrí. Corrí lo más rápido posible que mis piernas me lo permitieron. El aire frío de Chicago era como una bofetada helada con cada bocanada de aire que llevaba a mis pulmones, pero no podía detenerme, no iba a hacerlo. 

Dejé todas mis pertenencias en clase, junto con las llaves y la cartera. Así que cuando llegué al metro sin dinero, no me quedó más remedio que colarme sin pagar. Mis ojos se fijaron en la pantalla del móvil, una grieta atravesaba la pantalla debido al impacto con el suelo, pero tan sólo me fijé en la hora que marcaba y aparté de un manotazo imaginario la frase que se coló en mi pensamiento "ha muerto".

La parte sensata de mi cerebro no paraba de gritarme que mantuviera la calma, pero imágenes fugaces de aquel trágico accidente cruzaron mi mente, recordándome el rostro de mi madre ensangrentado. Sacudí la cabeza como si así pudiera apartar aquella dolorosa imagen. No quería que Steve acabara como ella, era lo único que me quedaba, pero no podía dejar de pensar en esa posibilidad, hasta tal punto que mis piernas me temblaron, sacudiendo mi cuerpo de pies a cabeza. Tomé asiento para estabilizarme y apoyé la cabeza sobre la ventanilla viendo como los edificios pasaban a toda velocidad, como una imagen fugaz, e inevitablemente no pude evitar compararlo con la vida, tan inesperada, fugaz, imprevisible.

Después de varios minutos que se me hicieron interminables, llegué al hospital. Tan pronto visualicé a Lucas salí corriendo hacia él y este me recibió con los brazos abiertos envolviéndome en un abrazo cálido y reconfortante. Dejé que los muros invisibles que había construido durante el trayecto se derrumbasen en ese instante y lloré sobre su hombro mientras su agarre me alentaba. 

— Todo va a salir bien— su mano acariciaba mi espalda en un intento de tranquilizarme.

— Si lo pierdo me muero Lucas— mi pecho ardía, el miedo se había asentado en mi cuerpo.

Su cuerpo se separó del mío y acunó mi rostro entre sus dos manos, limpiando mis lágrimas con sus pulgares. 

— No va a pasarle nada, Abby— dijo, pero en su tono atisbé cierta incertidumbre— . Steve es un hueso duro de roer— esbozó media sonrisa y me apretó nuevamente contra él. 

Dejé que el calor de su abrazo me reconfortase. Necesitaba esto, lo necesitaba a él. Lucas y yo habíamos estado últimamente más distanciados por el tema de Berlin, él había decidido mantener las distancias conmigo a pesar de que yo había puesto todo mi empeño en que no fuese así. Pero aquí estaba, dejando a un lado nuestra discrepancia, dejando a un lado todo su odio hacia Berlin, dejando a un lado ese carácter frío, ese distanciamiento, para envolverme entre sus brazos y  apaciguar el dolor y el sufrimiento que estaba sintiendo. 

Alenne no tardó mucho en llegar, sus ojos rojos delataban que se había pasado todo el trayecto llorando. No había rastro alguno del rimel que solía ponerse por las mañanas, ni mucho menos de las sombras de ojos que aplicaba sobre sus párpados. Habían desaparecido en su totalidad. Nada más vernos en la sala de espera, Lucas y yo la recibimos con los brazos abiertos  mientras Alenne se rompía en mil pedazos.

La espera se hacía interminable. Los médicos entraban y salían a toda velocidad de aquellas puertas. Algunos hablaban de manera tan técnica que era como si hablasen en otro idioma. Alenne aprovechaba las idas y venidas de estos para preguntarles acerca del estado de Steve, pero lo único que podían decirnos era que tuviéramos paciencia.

BERLIN  ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora