Capítulo 9

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Santiago y Miranda salieron del hospital mientras discutían si ir a casa de Miranda o a casa de Santiago. Al final decidieron llegar a la de él, ya que era la más cercana.

― ¿Qué te apetece comer? ―Pregunto Santiago, dirigiéndose a la cocina.

―Lo que sea estará bien ―comenzó diciendo Miranda―. ¿Sabes? Estas de muy buen humor aún cuando tuvimos que dejar a tu padre solo ―añadió, y la verdad era que a su amigo se le notaba la felicidad por todos lados.

―Estoy de buen humor porque sin importar que tuve que dejar a mi padre solo, ahora sé que está despierto y esa la mayor de mis alegrías ―contestó él, muy sonriente.

Tenía muy claro que su padre aún estaba en el hospital, conectado a muchos tubos y además con varias partes del cuerpo fracturadas. Pero, ¡por fin despertó! Eso era lo que importaba. No estaba en coma, y ahora, aunque siguiera muy mal, ya podía verlo. Sentía ganas de gritar, saltar por todos lados, esa había sido una de las mejores noticias que había recibido en su vida.

Luego de que ambos comieron algo, se sentaron en la sala para hacer la tarea antes de regresar al hospital. Lo menos que Santiago querría hacer mientras estaba con su padre era tener que hacer alguna tarea. Sacaron sus cuadernos de matemáticas y comenzaron a resolver las ecuaciones que el maestro les había dejado. Eran un poco difíciles para ambos, ya que apenas estaban comenzando a  ver ese tema y no entendían muy bien las explicaciones que el maestro hacía.

―Miranda, si no quieres no tienes que acompañarme al hospital ―dijo Santiago cuando terminaron la tarea y ya estaba listo para regresar con su padre―. Después de todo, no es tu obligación. Pero si quieres hacerlo está bien ―añadió.

―No me interesa si es o no mi obligación ―comenzó diciendo Miranda―. Te acompañaré porque somos amigos y es lo que los amigos hacen ―continuó mientras guardaba sus cosas en su mochila―. Además, se que en algún momento tendrás que regresar y no lo harás a menos que te saquen a la fuerza, así que tengo que ir y evitar que eso suceda ―bromeó, entre algunas risas.

―Sí. Tal vez tengas razón ―comentó Santiago con una sonrisa de oreja a oreja―. Vamos entonces ―dijo él dirigiéndose hacia la puerta, y Miranda tomo su mochila y lo siguió―. Espera. ¿No prefieres dejar tu mochila aquí?

―Ok. La dejaré aquí ―aceptó ella mientras la dejaba en uno de los sillones y luego siguió a Santiago.

Salieron de la casa de Santiago rumbo al hospital. Pero la madre de Miranda no sabía dónde estaría, no le aviso sobre nada, ni siquiera que acompañaría a su amigo al hospital después de clases. Así que cambiaron de dirección a la casa de Miranda, ella le avisaría a su mamá donde irían, y así ella ya no tendría ningún problema.

―Mamá, ya llegue ―avisó Miranda cuando entro en su casa, invitando a Santiago a que entrara.

―Qué bien, hija. ¿Cómo te fue en la escuela? ―Quiso saber la mamá de Miranda, que se encontraba  sentada en la sala, mientras ojeaba un libro.

―Nos fue bien. Hicimos algunas ecuaciones en matemáticas que no estaban tan fáciles pero las entendimos ―respondió ella acercándose al sillón donde su madre estaba sentada―. Por cierto, invite a Santiago a venir.

―Hola, señora ―saludó Santiago, con una gran sonrisa en su rostro.

―Hola, Santiago. Puedo notar que estás feliz el día de hoy ―mencionó la mamá de Miranda, viendo la sonrisa de Santiago―. ¿Alguna razón en específica? ―preguntó.

―Sí. De hecho es por una razón específica ―comenzó diciendo―. Si mal recuerdo creo que Miranda le había comentado que mi padre estaba grave en el hospital.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora