Capítulo 12

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  • Dedicado a Anderson Velez
                                    

Unas horas más tarde, Miranda ya se había ido, y Santiago se quedó en su habitación pensando en lo patético que era. Había intentado hacer lo creía correcto y le da una taquicardia. Esa era una de las cosas más idiotas que le habían sucedido en su vida. Si le sucedió eso en esa ocasión, entonces volvería a suceder. No podría contarle a Miranda lo que sentía por ella. Si lo intentaba de nuevo, le pasaría lo mismo que en esa ocasión, se pondría tan nervioso hasta el punto de ni siquiera poder sostenerse por sí mismo sin el riesgo de caer en cualquier momento.

Estar nervioso era algo natural. Todo el mundo se pone muy nervioso cuando está a punto de contarle a alguien que quisiera que fueran más que amigos. Todos se ponen nerviosos, no saben lo que dicen y comienzan a decir cualquier estupidez, no pueden hablar de manera fluida, su respiración se acelera, y al final cuando dijeron lo que querían decir una lágrima resbala por su mejilla por el simple hecho de pensar que la otra persona no siente lo mismo por ellos. Sí, era natural estar de esa manera. Y está bien, no es malo. Es algo natural.

Pero solamente él tendría todo eso y terminaría perdiendo el conocimiento. Y lo peor de todo es que no diría lo que tanto quería decir. No lo haría porque el ataque de nervios sería tanto que se apoderaría por completo de él antes de poder decir esas tres palabras que a todos les cuesta trabajo decir. Tres insignificantes palabras que por más cortas que fueran siempre serían las que todo el mundo tenía miedo de pronunciar.

Sin importar lo que hiciera para tratar de calmar sus nervios, jamás le diría a Miranda esas insignificantes tres palabras. Era inútil intentar, al igual que él mismo. Se sentía un inútil por no poder hacer algo tan sencillo, por dejar que sus miedos lo vencieran. Era un cobarde, y lo aceptaba.

Trató de poner todo el enojo que sentía por él mismo en un dibujo. No había dibujado en mucho tiempo, no estaba seguro de poder hacerlo igual que antes, pero debía intentarlo. Tomó un lápiz y un cuaderno, y comenzó a ilustrar lo que se le venía en mente. Poco a poco los trazos dieron forma a un chico que se encontraba mirando por una ventana mientras las lágrimas caían de sus ojos.

Ese dibujo representaba de manera exacta lo que él quería hacer, llorar, y nada más que eso. Llorar porque sabía que no podría estar con esa persona de la que estaba enamorado. Le dolía saber eso. Era un dolor tan fuerte que lo mataba poco a poco. No podía hablar con nadie sobre lo que sentía, ni siquiera con su padre. Tendría que soportar sus malditos pensamientos día y noche, pero eso no era lo malo. Lo que en serio mata es tener que fingir una sonrisa y pretender que estás bien cuando por dentro sabes que no quieres hacer otra cosa más que gritar y huir a algún lugar donde nada te atormente.

No era para nada bonito tener que soportar todo eso, pero, ¿qué otra opción tenía? No podía decírselo a nadie en el maldito mundo. Recordaba que para ser feliz había que seguir tres pasos: el primero, dejar de lamentarse y salir afuera; el segundo, mandar a todo el mundo a la mierda; y el tercer pasó era que no había tercer paso. No lo había, o al menos no para el resto del mundo. Para él, el tercer paso sería contarle a Miranda lo que sentía, sin embargo no podía hacerlo. Solamente podría seguir los primeros dos pasos. Para él, el tercero era imposible de cumplir.

Alejó todos esos pensamientos por un minuto y fue a la cocina para beber un poco de agua. Llenó el vaso y bebió un poco, pero por lo distraído que estaba el vaso se le cayó y se rompió. "¡Genial! No hay nada mejor que no poder beber un vaso con agua y que se te caiga y se rompa" pensó Santiago, ese debía ser uno de los peores días de su vida. Se agachó para recoger los vidrios rotos, uno por uno los levanto hasta que se cortó y dejo caer los que tenía en la mano.

Podía ver la sangre salir de la pequeña herida causada por uno de los vidrios que se produjeron al romperse el vaso. Le dolía un poco, pero más que dolor, sentía una sensación extraña, como si su cuerpo le pidiera que lo hiciera de nuevo. "¿Qué es lo peor que podría pasar?" se cuestionó a sí mismo, y tomo el mismo vidrio con el que se había cortado por accidente, lo acerco a su brazo e hizo un pequeño corte del que no tardo mucho en salir la sangre. Lejos de sentir dolor, Santiago sintió placer, le gustaba como se sentía. Así que volvió a hacerlo una y otra vez.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora