Capítulo 13

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  • Dedicado a Martin Sandoval
                                    

Santiago volvió a dar un sorbo a su vaso con jugo, y luego se puso los audífonos y se recostó en su cama. Ponía atención a la letra de la canción que sonaba. "No hay nada que pueda decir. Nada que pueda hacer, para hacerte ver, lo que significas para mí. Todo el dolor las lágrimas que lloré, continúan ahí, nunca dijeron adiós. Ahora sé, que lejos te irías. Yo seré todo lo que quieras. Toda mi vida estaré contigo por siempre. Haciendo que todo esté bien". No se sentía muy cómodo escuchando esa canción así que la adelantó.

"Puedo ser duro. Puedo ser fuerte. Pero contigo, no es así en lo absoluto. Aún recuerdo todas esas locuras que dijiste. Las dejaste rodando en mi cabeza. Estas siempre ahí, estas en todos lados. Pero ahora deseo que estés aquí. Maldición, lo que haría por tenerte cerca. Lo que haría por tenerte aquí. Deseo que estés aquí".  "¡Oh, por favor!"pensó Santiago, "¡Ahora todo me recuerda ese maldito sentimiento!"gritó en su interior y se quitó los audífonos, era mejor no escuchar nada, a escuchar algo que le recordara lo que sentía por Miranda.

La puerta comenzó a abrirse, y el padre de Santiago entró detrás de esta. Lo vio recostado en su cama con una almohada encima de su cara, algo debía sucederle para que estuviera así. Le preguntó si le pasaba algo, pero respondió de forma negativa y le dijo que quería estar solo un momento. No le sorprendió, ya que seguro se había acostumbrado a estarlo y le gustaba. Su voz se escuchaba algo desanimada, como si algo lo hubiera hecho decaer. Quería animarlo un poco, pero él quería estar solo, así que salió de ahí.

Ciertamente esas malditas letras habían hecho que Santiago se deprimiera un poco. En cierta manera, era verdad lo que decían, no había nada que pudiera hacer o decir para que su amiga comprendiera lo que significaba para él, porque nunca podría decírselo. Y si algún día se separaban por mucho tiempo, entonces habría deseado tenerla a su lado para decírselo. Cada una de las frases de esas canciones era una pedrada lanzada especialmente hacia él. Odiaba ser tímido ¡Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba! Daría cualquier cosa por dejar de serlo un sólo día. Sólo uno.

Un par de horas más tarde, Santiago se dirigía a casa de Miranda. Caminaba lento, mirando todo a su alrededor, los árboles, las flores, el césped, el cielo gris por tantas nubes que había. Se sentía algo así, como un día nublado en el que pronto lloverá. Le gustaba la lluvia, siempre que veía la lluvia caer a través de su ventana se ponía muy pensativo, y se le venían millones de ideas a la cabeza. Muchas eran muy descabelladas, algunas otras no eran tan malas. Pero no se sentía pensativo, sino triste. Como el cielo que había ese día.

Toc, Toc. Miranda escuchó que tocaron la puerta. Seguro era Santiago, ya era la hora a la que pasaría por ella para salir un rato. Se levantó y fue a abrir la puerta, donde se encontró a su amigo del otro lado. Se veía muy feliz, pero ella no sabía que estaba fingiendo la gran sonrisa que tenía en la cara, por dentro, él se sentía impotente e incapaz de hacer algo que por más que quiera hacer, no podía.

Salieron rumbo al parque, no tenían la menor idea de lo que harían, pero ya se les ocurriría algo. Ambos miraban lo nublado que estaba el cielo, era más que obvio que la lluvia estaba a punto de caer, sólo esperaban que no lo hiciera mientras disfrutaban de un rato de diversión juntos.

Llegaron al parque y se recostaron en el pasto mientras miraban el cielo. En esa ocasión no había nadie más que ellos, perfecto, nadie los miraría como bichos raros si hacían algo que pareciera infantil. Santiago miraba disimuladamente a Miranda. Diablos, era tan bella, quería decirle lo mucho que la quería, pero su mente no lo dejaba, quizá algún día podría decírselo, eso esperaba.

Luego de un rato de estar recostados fueron al área para niños, nadie podría verlos y decirles que salieran de ahí, así que no tenían nada que perder. Miranda subió a la resbaladilla, mientras que su amigo estaba en los columpios paseándose lo más rápido que podía. Intercambiaron miradas, y ambos fueron a los sube y baja, era tan divertido comportarse como niños de cinco años junto con tu mejor amigo. Si alguien los viera les dirían que no fueran tan infantiles, pero lo haría por celos a querer hacerlo también, a nadie le gusta crecer y hacer aburridas cosas de adultos, a nadie.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora