Cap. 19 - Pt. 2

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  • Dedicado a Santiago Austen Lozano Guerrero
                                    

―Santiago… No te puedo mentir ―murmuró su padre, sentándose en el sillón junto a su hijo, pero él se levantó y se alejó un poco―. Lo que acabas de leer es verdadero, lo siento. Algún día lo tenías que saber.

― ¡¿Qué?! ―Gritó, perplejo―. ¡¿Entonces es verdad?! ¡Soy adoptado y nunca me lo dijiste! ―Añadió también a gritos. La vida lo torturaba cruelmente―. Ahora dime: ¡¿tuve un accidente el día de ayer?! ¡¿La chica que estaba con nosotros en el hospital es mi… mi novia?!

―Sí, Santiago ―respondió su padre―, ustedes dos han sido amigos desde que iniciaste el último año de secundaria. Recientemente comenzaron a ser novios.

― ¡¿Y por qué tampoco me lo dijiste?! ¡¿Por qué, papá?! ¡¿Por qué?! ―Gritó lo más fuerte que pudo y corrió a su habitación para encerrarse.

“Demonios”, pensó Santiago. Eran demasiadas y muy fuertes emociones las que sentía en ese instante. Ira, tristeza, decepción… No lo soportaba. ¿Qué fue lo que hizo para merecerse todo lo que le sucedía? ¡¿Qué?! Las ganas de llorar lo invadían. Deseaba poder recordar a aquella chica, de quién al parecer era novio, si habían sido amigos durante seis meses, ¿por qué no tenía ningún recuerdo de ella? Se suponía que su padre le daría respuestas, pero en cambio, sólo le dejó más dudas.

La confusión lo agobiaba, la desesperación lo destruía lentamente. No sabía qué hacer para estar tranquilo por lo menos durante un minuto. “¡No lo soporto!”, exclamó él en su mente; se posó frente al espejo que tenía en su habitación y miró su reflejo. Trato de calmarse por un momento, sin embargo, el recordar aquel papel lo hizo perder el control y, con su puño, rompió el espejo.

Había pequeños trozos del espejo por todas partes. Se puso de rodillas para acabar con la desesperación de la manera más cobarde. Tomó un vidrio, e hizo un corte pequeño, pero profundo; luego hizo otro más grande, y luego otro, y otro. Amaba el dolor físico, lo distraía del dolor emocional y hacía que fuera más fácil superarlo.

Varias horas más tarde, Santiago despertó, encontrándose tirado en el piso de su habitación. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué había tantos vidrios? ¿Por qué tenía sangre en sus brazos? Cerró los ojos y trató de concentrarse, recordaba que había leído un papel que decía que él era adoptado, también la discusión que tuvo con su padre, después lo único que recordaba era que se encerró en su habitación. Todo lo demás lo veía muy borroso, no lo recordaba.

De cierta manera le daba igual, si había hecho algo malo, entonces prefería no recordarlo, y con lo que podía ver era seguro de que había hecho algo bastante malo. Lo que le interesaba recordar era a aquella chica, la chica de la que había sido amigo durante seis meses, y aparentemente ahora era su novio. ¿Por dónde comenzar? O, mejor dicho, ¿cómo comenzar? No sería fácil. No podría cerrar los ojos y esperar a que los recuerdos llegaran solos. No. Tenía que pensar en alguna manera de recordar. Pero, ¿qué?

“¡Indicios!”,pensó Santiago. Sí, la gente que pierde la memoria logra recordar todo gracias a los indicios que hay en el exterior. Debía haber alguno que lo ayudara en su caso. ¿Dónde estarían? Revisó su celular, esperaba tener el número de esa chica guardado en la agenda. Sí, ahí estaba. El nombre de esa chica era: Miranda.

Ya sabía su nombre, aunque aún no recordaba nada. Ya era tarde, sería mejor dormir un poco y al día siguiente continuaría. Se metió en su cama, se cubrió con una manta y cerró los ojos. “No sé quién eres. Pero, a pesar de eso, espero que duermas bien, mi querida Miranda”, murmuró para sí mismo antes de entrar en el mundo de sus sueños.

Al despertar, Santiago salió de su habitación para cepillarse los dientes antes de ir a la secundaria. Su padre se encontraba dormido en el sillón, en posición fetal; no podía imaginarse que sería peor, darte cuenta de que eres adoptado, o que tu hijo lo descubra. Seguro las cosas habrían sido diferentes si se lo hubieran dicho, y no lo hubiera descubierto por sí mismo. Lo que le había dolido fue haberlo descubierto, y que su padre no se lo haya dicho.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora