Capítulo 17

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  • Dedicado a Nathalia Fernández Orozco
                                    

Aunque a Miranda nunca le había gustado subirse a un avión, en esa ocasión no podía esperar para hacerlo; luego de varias semanas estando de visita con su abuela, por fin regresaría con Santiago. Sus maletas estaban hechas, sólo era cuestión de esperar unas cuantas horas para abordar el avión de regreso. Estaba entusiasmada por volver a ver a ese chico tímido e inocente que había conocido al inicio del tercer año de secundaria.

Se metió en la cama y se cubrió con una manta para abrigarse del frío. Cerró los ojos, dio varias vueltas en la cama, y sin embargo por más que lo intentara, no podía dormir. Sus emociones no la dejaban descansar, el puto insomnio era un completo fastidio, no pudo haber llegado en un peor momento, ella quería cerrar sus ojos y abrirlos hasta que fuera hora de ir al aeropuerto, mas no podría, estaría despierta hasta que en verdad estuviera cansada.

Al pasar del tiempo, intentó varias cosas para combatir el insomnio, varias cosas que no funcionaron: tomar un vaso de leche tibia, leer un poco, entre otras cosas, mas nada funcionó.

Santiago se encontraba sentado en su cama, dibujando mientras escuchaba música, desde que había terminado el campamento, se pasaba todo el tiempo ilustrando todas las cosas que le había gustado ver: ardillas, luciérnagas, búhos, colinas, el lago, la fogata a la luz de la luna..., muchas cosas. Aunque su padre tuvo toda una semana libre, decidieron sólo acampar durante tres días, y dejar algunos libres para ir al cine o cualquier otra cosa que se les ocurriera. En definitiva había tenido unas excelentes vacaciones.

Se levantó y fue a la cocina para tomar un poco de jugo de manzana, tomó un vaso, lo llenó hasta la mitad, le dio un sorbo y se lo llevó a su habitación para beber cuando quisiera. Continuó dibujando con tranquilidad, le relajaba hacer sus dos cosas favoritas al mismo tiempo, dibujar y escuchar música; escuchar música y dibujar; nada mejor para pasar el rato estando solo en casa. ¡Toc toc! Alguien había tocado la puerta, ¿quién sería? ¿Qué quería? ¿Por qué molestan en ese preciso instante? Santiago no tuvo más opción que interrumpir su dibujo e ir a revisar.

Lo que vio al abrir la puerta lo dejó perplejo. Había imaginado a cualquier persona: el vecino que fue a pedir una taza de azúcar, su padre que había llegado temprano y olvidó sus llaves, niños pequeños que tocaban la puerta y salían corriendo... Un millón de personas excepto a quién veía. ¿Estaría viendo bien? ¿No le fallaba su vista? ¿Estaría alucinando? Él simplemente no lo podía creer. Miranda estaba de pie frente a él luciendo una gran y hermosa sonrisa.

― ¡Santiago! ―Gritó ella y se lanzó a abrazarlo, acción a la que él no se negó.

Sentía una gran alegría de volver a verla, sabía que la volvería a ver, pero hasta el día siguiente según lo que él sabía. Comenzó a sentir mariposas en el estomago, algo que nunca es su vida había sentido.

― ¡Miranda! ―Exclamó él, luego de unos cuantos segundos.

El abrazo de Miranda era cálido, como todos sus abrazos siempre lo habían sido, Santiago deseaba llorar de la felicidad que sentía en ese momento, si tuviera que elegir una sola palabra para describir lo que estaba sintiendo en ese momento, tendría que inventarla, porque ninguna palabra era lo suficiente para expresarlo.

― ¡No sabes cuánto te extrañé! ―Dijo ella sin romper el abrazo―. Estaba ansiosa por volver a verte, casi no pude dormir a noche por la emoción que sentía ―añadió, y comenzó a acariciar el cabello de su amigo.

―Yo también te extrañé demasiado ―contestó él, luchando por mantener las lágrimas dentro―. Es grato volver a verte, Miranda ―prosiguió, esta vez sin impedir que las lágrimas empaparan sus ojos. Hundió su rostro en el hombro de su amiga y dejó salir todo el llanto que debía sacar.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora