Cap. 18-. ¡¿Por qué?!

82 2 0
  • Dedicado a Itzel Hernández
                                    

Un nuevo día, un nuevo amanecer. Esa fue la primera vez que Santiago despertó con una sonrisa dibujada en el rostro. Nunca en su vida se había sentido tan..., completo, como si nada le hiciera falta. ¿Cómo no se iba a sentir así después de lo que había sucedido el día anterior? Sentía que todo a su alrededor era perfecto, jamás se había sentido tan bien, con ganas de sonreírle a todos.

Increíble como alguien te puede cambiar por completo. Como unas cuantas palabras hacían que, aunque todo estuviera mal, sin importar que por dentro estuvieras totalmente destrozado; de manera voluntaria te hacían sonreír todo el día, te hacían olvidar todo lo que te perturba, te lastima y te abruma.

"Ella: la razón por la que sonrió", pensó Santiago. A nadie podría engañar, todo el mundo notaría que había algo ó alguien involucrado en la razón por la que no paraba de sonreír. Nunca había sido bueno disimulando, así que cualquiera se percataría de ello. El primero que lo notaría sería su padre, quién había descansado ese día. No sería tan malo que él lo supiera, de cualquier manera ahora se llevaban bien; además le había contado que se cortaba, entre varias otras cosas. ¿Qué importaba si él se daba cuenta? El deber de un padre es intervenir en todo lo que hace su hijo.

Se vistió con ropa abrigadora. Tomó un cuaderno y un lápiz, para luego caminar hacia lo cocina para beber un vaso de jugo de uva. Después, se dirigió hacia la puerta principal.

―Espera un momento ―pronunció su padre desde la sala―. ¿A dónde vas tan temprano? ―Inquirió, mientras se ponía de pie para ponerse frente a su hijo.

―Voy al parque ―contestó Santiago―, quiero ir a dibujar un poco ―se excusó para que no le dijera nada.

―Al parque... ¿Tan temprano? ¿Con este frío? ―Algo no andaba bien, a Santiago no le gustaba salir mucho, y que de un día para otro quisiera salir solo y a temprana hora... Debía haber una razón―. ¿Por qué estas tan sonriente hoy? ―Cuestionó al ver la gran sonrisa que su hijo tenía en el rostro―. Creí que siempre habías odiado las mañanas, nunca has estado tan alegre a estas horas ―comentó.

―Estoy bien abrigado ―murmuró―. Además, si estoy sonriente es por qué... por qué... ―No tenía idea que de cosa inventar. Ya se había percatado de que estaba contento, bien, no tenía nada que perder con decirle la verdad―. Bueno, Miranda regresó ayer, y... ¿Recuerdas aquella platica que tuvimos una semana antes de irnos de campamento? ―Su padre asintió―, pues... resulta ser que... que yo también le gusto ―finalizó, cabizbajo.

Le incomodaba contarle algunas cosas a su padre, y eso que le acababa de decir estaba incluido en la lista. Sin embargo no perdía nada en hacerlo, además de que de eso se trataba la comunicación, de tenerse confianza para decir ese tipo de cosas.

Después de un silencio incomodo, su padre quiso hablar con él sobre algunas cosas, pero él se negó. Podía imaginarse que clase de cosas serían y no le gustaba para nada la idea de hablar sobre eso en ese instante. Aunque bien podría ser otra cosa y no lo que imaginaba.

Santiago salió de su casa y se dirigió a su destino: el parque. Como su padre lo había dicho, era temprano, no habría mucho que dibujar a esa hora, excepto claro un paisaje común y cotidiano. Quizá podría dibujar los columpios de una manera algo..., oscura. Como si fuera un lugar nostálgico. Esa era la clase de dibujos que a Miranda le gustaban, así que volvería a hacerlos.

Una vez en el parque, se sentó en el lugar donde tuviera el mejor ángulo para dibujar los columpios. Al igual que siempre, empezó por hacer simples trazos, que serían las líneas indispensables para que el dibujo quedara bien. El frío no impedía que hiciera su trabajo igual que los otros. Siempre que tomaba un lápiz, y una hoja de papel, se desconectaba de todo el mundo. Y era casi imposible hacer que volviera en sí.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora