Capítulo 11

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  • Dedicado a Esmeralda Alexandra Arias
                                    

―Santiago... ¡Vamos despierta! ―Exclamó Miranda. Estaba desesperada por verlo en pie de nuevo.

―Miranda, estas aquí... ―Dijo Santiago con el hilo de voz que salía de su boca, apenas se podía escuchar lo que decía―. Miranda... ―Repitió él y una sonrisa se dibujo en su rostro.

―Quédate aquí, iré por el maestro ―pronunció Miranda y salió del laboratorio para buscar al maestro de educación física, que desde unos cuantos minutos atrás se había marchado para dar su clase a los de segundo grado.

Miranda corrió a donde normalmente ese maestro daba su clase, pero por mala suerte no estaba ahí. Seguro ese era uno de esos días en los que da la clase dentro del salón. Se dirigió con mucha prisa a los salones de segundo grado y ahí estaba. Entró sin permiso, tomó al maestro de la mano y lo sacó del salón para llevarlo al laboratorio. Esa era una de las cosas más raras que habían sucedido en la secundaría hasta ese momento, ya que no todos los alumnos toman de la mano a un maestro y lo sacan de clase.

― ¿Qué sucede Miranda? ¿A dónde vamos? ―Quiso saber el maestro, confundido.

―Al laboratorio. Santiago está despertando ―respondió ella sin dejar de caminar.

―Si me lo hubieras dicho no hubieras tenido que sacarme a la fuerza ―comentó el maestro, caminando más rápido.

Llegaron al laboratorio, y Santiago continuaba diciendo el nombre de Miranda y moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro. El maestro se acercó para observarlo más de cerca, tenía que haber una razón para que solamente dijera el nombre de Miranda, pero, ¿por qué sería? Era obvio que aún no recuperaba la conciencia del todo. De ser así tendría los ojos abiertos y diría algo más.

― ¿Por qué solamente dice mi nombre? ―Inquirió Miranda. Era demasiado raro que solamente dijera eso. Parecía que no pensaba en otra cosa que no fuera en ella.

―No lo sé ―contestó el maestro sin despegar la vista de Santiago―. Probablemente es porque fuiste lo último que él vio antes de perder el conocimiento ―continuó abriendo uno de los parpados de Santiago con mucho cuidado para ver si sus pupilas respondían a la luz―. Necesito que me traigas un poco de agua, en mi escritorio hay vasos y una botella con agua.

―Ok ―murmuró ella y tomo un vaso de la pequeña oficina que tenía el maestro en el laboratorio y lo lleno hasta la mitad con una botella que, como el maestro lo había dicho, también estaba en su escritorio―. Aquí está ―dijo Miranda dándole el vaso al maestro, quien puso un poco en su mano para que unas gotas cayeran en el rostro de Santiago y así reaccionara más pronto.

El maestro siguió haciendo lo mismo, hasta que vio que poco a poco, y de forma muy débil, Santiago comenzó a abrir sus ojos. Veía todo un poco borroso, y la luz lo encandilaba demasiado, sentía que estaba viendo directamente al sol. Ver la luz tan brillante hacía que le dolieran los ojos, así que parpadeaba muy seguido. Miranda y el maestro sólo miraban como él despertaba, sólo movía sus parpados pero sabían que ahora estaba consciente.

― ¿Qué... qué sucedió? ―Cuestionó Santiago muy confundido mientras se frotaba los ojos con las manos. Tal vez así lograría que su vista se aclarara y que sus ojos no percibieran la luz tan brillante.

―Estábamos en clase y dijiste que necesitabas tomar aire fresco, te pusiste de pie pero casi te caías ―comenzó a explicar Miranda―. Nos dijiste que te costaba mucho respirar, además de que sentías que todo te temblaba ―terminó de explicar y se acercó a él, pero el maestro la detuvo porque debían darle espacio para que respirara.

― ¿Y dónde... dónde estoy? ―preguntó, mirando a todos lados, y por lo poco que podía ver sabía que no estaba en el salón de clases, ni en su casa, ni en ningún lugar que recordara.

El Tímido Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora