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En un bosque a las afueras de Nueva Inglaterra se podía escuchar el recitar de unas palabras en latín que lograban que el fuego que rodeaba al círculo de mujeres sea aún más fuerte, como el viento que soplaba esa noche por la misma causa del hechizo que realizaban. Todas las brujas ancianas se habían reunido con el propósito de destruir al viejo enemigo del balance entre la vida y la muerte.
Querían vengar los años de sufrimiento que sus ancestros pasaron y aquella noche sentían que por fin se haría justica, los canticos se elevaron con aun más fuerza hasta que el fuego se extinguió dejando a todas en silencio. Una de las mujeres soltó un suspiro y miró al resto con una mirada muy significativa.
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Cuando Isabelle era pequeña había imaginado que tendría una boda como la de Victorie y Teddy, podía verse a ella con un hermoso vestido blanco, a su madre llorando de la felicidad y a su padre algo molesto por que su niña se casaba, sus hermanos molestándola y, por último, pero no menos importante, a su futuro esposo, esperando en el altar con una sonrisa.
Isabelle Bennett imagino una vida perfecta, como aquellas películas muggles que solían dar los domingos por la mañana y que le gustaban ver a la pequeña pelirroja, quizás no tan perfecta, pero quería que fuera feliz. Muy en el fondo la chica Bennett sentía que había sido feliz; rio las veces que tenía que hacerlo, lloro, se mofó de los que quería, se enojó y mucho, se enamoró, solamente que este no era el final que le hubiese gustado tener.
La bruja abrió los ojos y sintió un dolor en su cabeza, llevó su mano hasta ella solo para sentir algo viscoso con sus dedos, aun cuando la oscuridad reinaba en el lugar sabía que aquello era sangre. Se levantó con cuidado del suelo y la brisa hizo que los árboles se movieran provocando un ruido un poco molesto pero que le hizo caer en cuenta de que estaba en medio de la nada.
— Supongo que a esto te referías, ¿verdad? —preguntó cuando vio la silueta de Meredith Boissieu a unos pasos de ella, la mujer le dio aquella cálida sonrisa que le dio la primera vez que la vio.
— Lamento que no sea de otra forma.
— Esta bien... —susurró.
— Eres una guerrera, Isabelle. —la nombrada quiso rodar los ojos, pero solo se quedó ahí, estática viendo la mirada de la primera ancla suavizarse— Los ancestros están agradecidos contigo, al igual que yo. Sabes lo que tienes que hacer.
Isabelle bajó la mirada.
— ¿Tengo que morir? —preguntó.
— Tu sacrificio sellara la tumba de ese bastardo, las ancianas deben encargarse del hechizo que lo encerrara en su propia prisión.
