Francisco jugaba tranquilo en su cuarto cuando de repente su mamá lo sintió discutiendo solo. Al parecer había tenido una discusión con Ramón, su amigo imaginario, pues este le pedía que lanzara sus juguetes por la ventana y él, molesto, se había negado. Ángela, su mamá, contenta por la decisión de su hijo, lo abrazó y le dijo que la próxima vez que Ramón quisiera jugar así con sus juguetes, le respondiera que por qué mejor no tiraba él sus juguetes por la ventana. Esta conversación calmó a Francisco, mientras que su mamá continuó viendo su telenovela favorita.
Días después, Ángela escuchó a Francisco llorando. Cuando le preguntó qué había pasado, este le respondió que Ramón quería que él empujara a su mamá por la ventana y el, por supuesto no quería hacerlo. Tratando de mantener la compostura, Ángela le preguntó sobre cómo era Ramón, y Francisco lo describió con lujo de detalles: tiene 6 años, se peina de lado, como de su tamaño, tiene una cicatriz en la mejilla derecha, le gusta jugar fútbol y ya no tiene muchos juguetes.
-Ese día yo le dije lo que me dijiste que le dijera, y él me dijo que está bien.
Ángela, aprovechó la oportunidad de fomentar la valentía de su hijo y decidió darle herramientas verbales a su hijo para que se defendiera:
-Pues la próxima vez que Ramón o nadie te diga que mates a tu mamá, tu le dices que por qué no va y mata a la suya.
Rato después, un sonriente Francisco le contó a su mamá que Ramón le había dicho otra vez que matara a su mamá, pero esta vez, él le respondió exactamente como Ángela le había enseñado.
Al terminar la novela de las 9, Ángela vio cómo el noticiero de las 10 abría la foto de un niño de 6 años con una cicatriz en la mejilla. El niño, que según la macabra nota se llamaba Ramón González, había empujado a su mamá por la ventana porque Francisco, su amigo imaginario, se lo había pedido.